Empecé la última clase antes de las vacaciones con unas palabras del poeta polaco Adam Zagajewski, recientemente fallecido. Leí a los alumnos un fragmento en el que se defiende la poesía frente a la ideología y les pregunté si podría sustituirse la palabra poesía por la palabra periodismo. «Cada escritor tiene su propia filosofía, pero los poetas no son ideólogos. La literatura no necesita ideología porque es la defensa de la humanidad. La ideología limita la libertad y, por lo tanto, va en contra de lo humano y de la poesía». Poesía y periodismo son lo opuesto a la ideología porque existen para defender lo humano. A Zagajewski le gustaba la definición que Shelley daba de los poetas como legisladores desconocidos de la humanidad frente a sus enemigos, todo aquello que nos rebaja como personas. El periodismo tiene que lidiar con una realidad mezquina, sucia, como la de estos tiempos de política rastrera, pero su tarea no es enredarse en la suciedad, sino sacarla a la luz. Así como la poesía atraviesa capas de oscuridad para rescatar algo verdadero sin traicionar la belleza, así el periodismo debe sobreponerse a lo trivial para mostrar lo serio sin caer en la afectación.

Zagajewski nos recuerda una forma posible de estar en el mundo como poetas, intelectuales, periodistas o ciudadanos. Enfrentados a lo mediocre, atentos a lo sublime. Conscientes de la fealdad, en busca de la belleza. Con una idea del bien que es solo una intuición, como si no fuéramos dignos de él y, por supuesto, no sus poseedores, sino sus esforzados servidores, rezando para que no se extinga sepultado bajo el cinismo. Frente a aquellos que se alinean con tanta prepotencia en el lado de los buenos, Zagajewski reclama una idea del bien como un impulso oculto que emerge silenciosamente a través de quienes «de un modo asombroso saben unir una fe profunda, aunque nada ostentosa, con un gran sentido del humor y con un amor al bien no declarado ni pregonado inoportunamente, pero en cambio aplicado en la práctica». Cuando uno hace una obra buena le causa sorpresa incluso a sí mismo porque siente que no es él quien ha actuado, sino un poder invisible a través de él. «El bien es mejor que nosotros», dice. No se puede comprender, pero sí notamos que está a nuestro lado, como una luz intermitente que se apaga en tantos momentos de zozobra, como un «Dios de nombre desconocido» que nunca alcanzamos.

El mal es muy fácil de comprender. Es trivial. En cambio, cuando uno cree que ha alcanzado el bien, seguramente se está equivocando. La poesía y el periodismo no dejan de buscar. Una en lo invisible; el otro, en lo que todavía no entendemos.