Hay seres, nietos de los señores de horca y cuchillo, soberbios pero asustadizos que temen que su mundo acabe en una sola noche, desconfían (pues son cobardes) de cualquier cosa que traiga el viento, la novedad es su enemigo. Si pudieran detendrían la marcha de la Historia saboteando las ruedas del reloj que mueve el tiempo del acontecer humano. Son tan débiles que solo confían en su propia fuerza, se imaginan brutales y desmedidos, han perdido el gusto por los placeres de la vida y solo gozan con el temor que pueden inspirar para que nadie se acerque atreviéndose a pedirles nada. La intimidación es su arma para evitar que alguien pueda remover la tranquilidad de las aguas ponzoñosas que cubren el estanque tranquilo donde cada atardecer ponen sus pies a remojo y contemplan la caída del sol, rezando a dioses infernales para que el día siguiente sea como el anterior.

Hace tiempo cayeron por una madriguera de conejo o, no se sabe con certeza, cruzaron al otro lado de un espejo de feria y entraron en un mundo de agravios y desengaños, de rencor.

Siempre a la defensiva, amenazan con pasar al ataque. En los últimos días se han mostrado grandes devotos de la acción, pretenden transferir su dinamismo enfebrecido a las leyes y usarlas como escabel de sus pies.

Derogar leyes que ponen en tela de juicio los cimientos de su pequeño mundo es cuestión fundamental, un objetivo de vida, la corriente que les impulsa. Su ira y su pasión, su delirio enfermizo por la derogación se ha completado finalmente, no podía ser de otro modo, con una descarada apología de la deportación, de la expulsión de aquellos que no se resignan a vivir bajo las mesas de los señores recogiendo sus migajas, pues los derechos universales (universales solo de nombre, y como por decorar), finalmente, han de ser patrimonio exclusivo de los grandes, de los de siempre, y no de cualquier advenedizo, pobre, mantero o desheredado de la vida que se atreva a arrimarse al estanque ponzoñoso.

La amenaza con la derogación de las leyes de progreso y la deportación de nuevos ciudadanos en el uso legítimo de sus derechos ruge como el temporal, se repite sin cesar, puede llegar a envenenar el aire de nuestras comunidades y naturalizar el lenguaje político de la intimidación. Así nada habrá más fácil que cancelar las leyes y deportar personas.