Memoria, entendimiento y voluntad», nos enseñaban en la escuela al filo del año 60 del siglo pasado. Y estaba bien. Pero, al poco lo vi incompleto. Esas tres fuerzas eran llamadas las Potencias del Alma. A la trilogía le faltaba la capacidad de soñar. No al sentido de vivir películas mientras se duerme, sino al sentido que sabe proyectar esperanzas hacia el futuro y trabajar por ellas. La potencialidad de soñar, en esa acepción ya descrita, es aún más definitoria del ser humano que las tres anteriores. Podemos cambiar y mejorar, si soñamos. Las otras tres potencias son como las marchas del motor. El soñar, no la ensoñación, no el cine mental mientras se duerme, es la gasolina del motor.

Pero no es éste el tema ahora. Es la memoria. Como la memoria vale, cuesta. Y eso de costar no se acomoda a la molicie que se quiere hacer pasar por normalidad en estos tiempos. Estudiar cuesta. Y eso no da votos. No da aquiescencia entre el personal. Lo que da mayoría es lo contrario. Todo gratis para todos, títulos incluidos. Y la memoria se interpone entre la facilidad y los pretendidos derechos de una parte, y el acceso al saber de otra.

Los primeros odiadores de la memoria citaban con fruición la costumbre escolar de saberse de memoria los Reyes Godos. Y ridiculizaron tal hecho hasta la náusea, creyendo, cada cual que lo hacía, que era el primero en abominar de una norma ya abandonada en los 50. Uno de mis maestros, el académico don Antonio de Hoyos (qepd) se sabía todas las estaciones y apeaderos entre Murcia y Madrid. Los recitaba como poema, introduciendo conectores según lo necesitara el ritmo de la serie (luego vienen, a continuación, más tarde y así). Don Antonio murió con el espíritu siempre joven de sus veinte años, cuando fue lector de español en Nápoles. El ejercicio de la memoria lo valoró siempre.

Por mi parte, aprendí las preposiciones propias y los hijos de Jacob. Y otras cosas en las que no abundaré por no cansar. Empero, no quede sin citar la tabla de multiplicar cantada. Una delicia, musical y matemática. La memoria personal ayuda al saber, le economiza esfuerzo y deja un poso de satisfacción profunda muy específico. Despreciar la memoria es como despreciar, en futbol, todo lo que no sea meter goles. ¿Para qué el ejercicio físico, la resistencia, etc. si eso no mete goles?

Hoy se anatematiza, de nuevo, la memoria. Hace tiempo un catedrático de Pedagogía se jactaba en público de no saber la fecha de la batalla de Las Navas de Tolosa. Me dio pena. Y en un Instituto cobaya de por ahí alardean de no saber los poetas del 98, porque retenerlos es memoria. No cabe mayor abyección docente. Pero ellos creen lo contrario. Pobres.