El 23 de octubre de 2020 una comisión judicial registra la celda de Villarejo en la cárcel de Estremera, interviniendo una serie de documentos cuya publicación impide la Fiscalía Anticorrupción al amparo de la Ley de Secretos Oficiales. El 4 de marzo, el preso queda en libertad por una serie de extraños motivos, el más relevante de los cuales es que no se encontraba en prisión provisional por los delitos más graves que se le imputan, a saber, organización criminal y blanqueo. Para abundar en la sombra de sospecha que rodea todo este asunto, la Fiscal General del Estado mantiene una irregular reunión, en un domicilio privado, con periodistas cercanos al excarcelado.

El jueves 11 de marzo de 2021, en la murciana Plaza de Belluga, Vox convoca una manifestación multitudinaria para evitar la ‘traición’ que supuestamente habrían perpetrado los diputados de Ciudadanos en la Asamblea Regional al suscribir, junto al PSOE, una moción de censura contra López Miras a fin de desalojar al PP de San Esteban.

Se preguntará, quien esto lea, el porqué encadeno dos hechos, como los descritos, aparentemente distintos y distantes, sin conexión entre sí. En mi opinión, ambos acontecimientos guardan una muy estrecha relación. Me explico.

Lo que acontece en torno al empresario y comisario jubilado de las cloacas tiene que ver con la condición de crisol de la corrupción sistémica que el expolicía encarna. Efectivamente, su persona es el punto donde confluye la descomposición de buena parte de los elementos que conforman el armazón institucional que arranca tras la muerte del tirano. La monarquía, el bipartidismo, la Justicia, la policía, ciertos medios, constructoras, bancos y empresas del Ibex no pueden ya ocultar sus fechorías. Quien ha estado en la salsa de todas ellas, como partícipe o testigo, ha tropezado y en su caída se han esturreado las monedas con las que ha cobrado los servicios prestados a la delincuencia incrustada en las estructuras del Estado y en la economía. Aunque estos poderes intenten, desesperadamente, ocultar lo que puedan.

Lo cierto es que el Régimen enfrenta una crisis (que se une a la sanitaria y económica compartida con el resto de Europa) que si no provoca su estallido es, sencillamente, porque no hay un edificio alternativo sólido para reemplazarlo. Pero las grietas y los fallos estructurales del inmueble del 78 se agravan día a día.

Y ante esta circunstancia, las fuerzas políticas que lo sostienen reaccionan. Y lo hacen de manera diferente, enfrentada, aunque con el objetivo compartido de sostener la monarquía, el modelo oligárquico y un nivel de pestilencia en las cloacas del Estado que resulte soportable.

El PSOE, en esta tarea, ha movido ficha muy recientemente. Cooptando a Ciudadanos, ha pretendido apoderarse de una serie de instituciones autonómicas para reforzar su poder, recuperar la ‘centralidad’ y comenzar a desprenderse de la incómoda compañía de Unidas Podemos en el Gobierno. Y fue Murcia el primer objetivo. Ocurrió que el PP no se amilanó y puso en marcha la operaciónTrump, básicamente consistente en tirar de chequera para comprar políticos del partido de Arrimadas y usar a Vox para sacar a las derechas a la calle a fin de presionar a quienes querían salirse de la foto de Colón.

Este aleteo de la mariposa murciana desató todo un terremoto en el país, particularmente en Madrid, donde Ayuso desarrolla una maniobra envolvente para desbaratar cualquier operación ‘centrista’ de Sánchez en la autonomía más rica e influyente. Y convoca elecciones vinculando su suerte, y la del PP en su conjunto, al partido de Abascal.

Así pues, la derecha española apuesta, frente a la crisis de legitimidad de esta ‘democracia plena’, por asimilar nuestro sistema parlamentario a los que imperan en Hungría y Polonia, conformando gobiernos, como el de Murcia, con presencia de la ultraderecha. En Madrid, la opción es un ejecutivo Ayuso-Monasterio.

Este escoramiento del partido de Casado hacia posiciones extremas estimula la intención del PSOE de ocupar ese fantasmal espacio que es el centro político. Por dos vías: forjando una alianza con lo que pueda quedar de Ciudadanos y recogiendo la mayor parte del voto que abandone a este partido. Piensa que ambos instrumentos le podrían conceder un incremento importante de la presencia parlamentaria en unas elecciones que presumiblemente se podrían convocar a medio plazo. Esta intención es lo que hay detrás de la afirmación de Gabilondo de despreciar cualquier alianza en Madrid con Pablo Iglesias, como si fuera posible levantar una alternativa a PP-Vox en esta comunidad autónoma sin contar con los diputados de Unidas Podemos. También explica las posiciones del partido de Sánchez en el gobierno central, relativas a la Ley de Vivienda o la reforma laboral, claramente orientadas a ir preparando el escenario de la salida del gobierno por parte de Unidas Podemos.

En todo caso, es una lástima que el PSOE no aproveche esta coyuntura crítica para avanzar hacia una democracia republicana y federal con fuerte contenido social, reforzando las alianzas que conducen a este objetivo. Y, por el contrario, se embarque en aventuras cuya consecuencia no es otra que el reforzamiento del trumpismo en este país.