El mundo en el que yo nací estaba conformado de certezas, fruto de la claridad moral que otorgan las guerras. Era la época de la naciente guerra fría en 1957, cuando sonó en las radios de los norteamericanos el bip bip del satélite Sputnik que sobrevolaba sus cabezas induciendo en ellos un sentimiento de auténtico pánico. Los malos eran los soviéticos, que antes habían sido los buenos, cuando formaban parte de la alianza que derrotó a Hitler y en la que ellos pusieron un número desproporcionado de muertos. Era el mundo previsto en la novela 1984 de George Orwell, en la que las alianzas cambiaban y los que eran buenos ayer, eran los malos de hoy. Pero sí, había siempre buenos y había malos plenamente reconocibles.

Los rusos eran a tal punto los enemigos, que Estados Unidos no tuvo empacho en relajar todas sus defensas ideológicas y promover la relación con la China comunista para debilitar a los soviéticos arrebatándoles su teórico gran aliado en la expansión comunista. La cosa fue relativamente fácil para Nixon y Kissinger, el maquiavélico jefe de la diplomacia norteamericana de entonces, porque el líder chino Mao Tse Tung llevaba mucho tiempo embarcado en una competencia feroz con los soviéticos por la influencia en terceros países, básicamente en Asia. Así que los norteamericanos aprovecharon la enemestidad chino soviética y se hicieron amigos del enemigo de su enemigo.

Hoy en día, las relaciones internacionales han tomado un sesgo muy extraño, apartado del mundo de amigos y enemigos de antaño. Ahora nuestros amigos son al mismo tiempo feroces competidores y claramente enemigos en ciertos aspectos sustanciales, como los valores universales reconocidos en la declaración de derechos humanos. El paradigma en esta situación de medias tintas son las relaciones con los chinos. En el escenario internacional, los chinos son los amigos enemigos. En el mundo anglosajón se habla de ‘frenemies’. Es español yo propongo ‘aminemigos’ para denominar la situación actual de nuestras relaciones con los chinos. En esta semana, sin ir más lejos, los chinos han dictado sanciones contra varios europarlementarios y académicos europeos, en represalia contra las sanciones aprobadas por la diplomacia europea contra diversos agentes chinos implicados en la represión hasta la escala de genocidio que los chinos están imponiendo a la población ugur, hasta ahora mayoritaria en la región de Xingjian y de religión musulmana.

La solución de momento es protestar con la boca pequeña, aprobar sanciones muy limitadas contra personas muy concretas, pero con un protagonismo relevante en los hechos denunciados , y esperar estoicamente las correspondientes contramedidas. Y aquí paz y después gloria. Otro ejemplo de relaciones ambiguas fue la reunión de alto nivel chino norteamericana la pasada semana en Alaska. Previamente a ese reunión, el Secretario de Estado, Anthony Blinken, hizo una amplia gira por los países del Sudeste Asiático en la que no perdió ocasión para denunciar las agresivas maniobras chinas para hacerse con el control total de los Mares del Sur. Para sentarse inmediatamente después con los altos funcionarios chinos para hablar de cooperación, no sin un áspero debate previo en el que no se dijeron precisamente piropos.

A estas alturas, es difícil llegar a una conclusión determinante de si el estado de cosas en las relaciones internacionales actuales es para bien o para mal. Cada vez que retrocedemos en el pasado de la civilización, nos encontramos situaciones de enfrentamiento, a nivel tribal o la mayor parte personal, que acababan inmediatamente a mamporrazo limpio por nimiedades. La Guerra Fría se caracterizó por enfrentamientos entre norteamericanos y soviéticos mediante avatares interpuestos, como en Vietnam, Afganistán o Angola. Por el contrario, en Siria los norteamericanos renunciaron a intervenir en el enfretamiento civil, aunque fuera mediante el aliado turco y tuvieran la excusa perfecta con el uso por parte de Hafez el Assad de las superprohibidas armas químicas. Los conflictos se han enfriado, aunque las tensiones no se han disipado del todo

Hablando de Turquía, esta semana hemos visto la presencia de Recep Erdo en una reunión de la Unión Europea, con planteamientos conciliadores y positivos, mientras nuestra diplomacia denunciaba el retroceso evidente para los derechos de las mujeres que representa la decisión del líder turco de retirarse del Acuerdo de Estambul, por el que los países firmantes, el primero de ellos Turquía, se comprometieron formalmente a avanzar en la igualdad de los derechos de las mujeres. No puedo haber un ejemplo más claro de que estamos rodeados de ‘aminemigos’. O sí. Solo hace falta mirar al deterioro evidente de las relaciones con los británicos con motivo de los incumplimienros en Irlanda del Norte y los juegos malabares con el tema de las vacunas, a pesar de las declaraciones de amor eterno repetidas día sí y día no por el inefable Boris Johnson. Una especie de fogonazo de claridad moral surgió en esta niebla diplomática con la rotunda calificación de Vladimir Putin como ‘asesino’ por parte del presidente norteamericano Joe Biden. Ante tan burdo gesto antidiplomático, algunos han querido ver una sutil maniobra para introducir una cuña entre China y Rusia, dejando claro que la relación no es igual y evitando de paso la consolidación de un bloque que puede perjudicar enormemente los intereses occidentales en países terceros.

Pero si hay un ejemplo palmario de lo que supone sentirse obligado a dormir con tu enemigo para evitar malas mayores, es la relación de Rusia con Europa. La diplomacia europea, humillada por el trato dispensado a su jefe Josep Borrell por los rusos en su reciente visita con intenciones apaciguadoras, no deja de explorar caminos para recomponer los puentes dinamitados por la apropiación rusa de la península de Crimea, al mismo tiempo que no deja de aprobar sanciones quirúrgicas contra intereses económicos y personas clave de la órbita del presidente Vladimir Putin. Simultáneamente, Alemania bajo la batuta de Angela Merkel se resiste a cancelar el gaseoducto Nord Stream 2, para irritación de los norteamericanos y de los países claramente enfrentados a Rusia entre los antiguos países del Este. Lo que no podemos prever es si después de tanto quasi enfrentamiento, las tensiones acumuladas desatarán una terromoto global seguido por un tsunami devastador o la sangre no llegará al río y seguiremos viviendo en un mundo con tan escasas guerras totales como el actual, con la tradicional excepción de África y Oriente Medio.