Creo que era Bertolt Brecht quien escribió algo parecido a esto: «Si cuando se abre el telón hay una pistola en el escenario, el espectador debe saber que en algún momento de la función se producirá un disparo». Traducción: si a lo largo de un mandato o de una legislatura es posible matemáticamente la revocación del Gobierno constituido al inicio, cabrán pocas dudas de que en el transcurso habrá, con éxito o sin él, un intento de cambio. La pistola de la moción de censura se disparará inevitablemente. Sin mayoría absoluta, todo está en el aire. Y el mantra de las ‘líneas rojas’, es decir, las incompatibilidades ideológicas que podrían impedir una asociación entre los extremos, no constituye impedimento, pues siempre habrá una razón de fuerza mayor, un objetivo principal común a todos, aunque, una vez conquistado éste, las fuerzas asociadas vuelvan a querer recuperar su identidad tenida por incompatible con las otras. 

Quienes debieran contemplar preventivamente la dinámica de este fenómeno no son aquellos que al cabo lo van a protagonizar sino quienes están destinados a sufrirlo inevitablemente. Quiero decir que el PSOE, Podemos y Cs no tenían motivos para saber que al cabo de dos años se asociarían para derrocar al gobierno municipal PP-Cs, pero el PP sí debería haber estado advertido desde el primer momento de que la pistola que aparecía en el escenario habría de ser disparada tarde o temprano, con suerte o sin ella. En este caso, con suerte.

Por tanto, es cierto que desde el PP deberían haber cultivado con más habilidad a su socio de Gobierno, por mucho que éste, liderado por Mario Gómez, estuviera inconforme desde el primer momento del pacto para el actual mandato, habida cuenta de ya en el anterior, sin estar en el gobierno, dio muestras de su proclividad a salirse del tiesto. 

La moción de censura en el Ayuntamiento capitalino estaba cantada, y el PP de José Ballesta debería haber estado advertido desde que, con el pretexto del plan de reactivación por el covid, hace meses que Gómez intentó esta misma operación con PSOE y Podemos, aunque entonces fue frenada por la dirección de los socialistas a la espera de una ocasión más propicia, que ahora se ha presentado en el marco de una estrategia nacional de ‘giro al centro’ diseñada por el aparato de Inés Arrimadas. Curiosamente, ésta deberá aparcar a partir de ahora su discurso contra el ‘Gobierno socialcomunista’ de Sánchez, pues la única moción que ha triunfado en España de entre todas las previstas por su partido ha tenido como escenario la ciudad de Murcia, con la colaboración del PSOE y Podemos. Buena, pero mala suerte, pues se visibiliza en el ámbito nacional que Cs, como el PSOE de Sánchez, puede al fin pactar con Podemos. 

De entrada, visto lo visto ayer, lo que podemos concluir es que el arranque del nuevo Gobierno municipal nos transmite la buena nueva de haber sacado al PP del gobierno de la ciudad después de 26 años de hegemonía del mismo color. Esto puede parecer un hito, y lo es, y hasta cabe aplaudir tamaña conquista. Pero lo que no sabemos, ni saben todavía los integrantes del nuevo ejecutivo municipal, es qué van a hacer a partir de ahora para distinguirse de la Administración anterior, más allá de declaraciones buenistas sobre ‘la casa de cristal’ y otras retóricas generalistas, pues ayer reconocieron que los nuevos socios no tienen elaborado un programa común y ni siquiera han acordado todavía a estas horas la estructura del nuevo gobierno. Y eso que han tenido quince días para trabajar en ese nuevo diseño, tiempo que han dedicado (parte del cual), sobre todo los de Cs, a sobreactuar encerrados en un hotel de Madrid para que no les afectaran las presiones del PP a fin de que se convirtieran en tránsfugas. A la vista de esta pantomina cabe preguntarse quién ha estado presionando más a estos concejales, si los cantos de sirena de los populares o los propios dirigentes de Cs. ¿Es que estas personas no son ya mayores de edad para saber lo que tienen que hacer o es que son potencialmente corruptibles y es necesario apartarlos de la tentación, como hizo Jesucristo, Dios, pero a la vez débil en su condición humana, cuando debió apartarse de la llamada del diablo en el Huerto de los Olivos para no verse atrapado por sus garras?

El líder socialista, Diego Conesa, denunció la pasada semana en la Asamblea Regional que por La Glorieta corrían maletines («maletines, maletines, maletines», repetía enfáticamente), pero de momento no hay un solo concejal socialista o de Cs que haya presentado un testimonio que avale la existencia de esos generosos regalos. Y tienen todos los micrófonos abiertos para denunciarlo con datos. 

Bienvenido el cambio político a la ciudad de Murcia, que ya era hora y, además, también era democráticamente posible si quince concejales se ponían de acuerdo en desplazar al eterno PP. Vale. Pero no es necesario que a una sociedad madura le cuenten cuentos. El cambio de color, por sí solo, no basta. Es preciso un programa elaborado, el dibujo de un proyecto de ciudad a largo plazo, diseñado y presupuestado, y un equipo de gobierno compacto. Si no atendiéramos a estas exigencias y reparos nos deslizaríamos por una pendiente de simpatía ideológica a ultranza que es conveniente dejar reducida a los irreductibles.

Una de las paradojas de la nueva etapa podrá observarse en la actitud del nuevo gobierno en relación a los grandes proyectos en marcha iniciados por el gobierno de Ballesta, pues éste sí tenía un diseño general de ciudad por muy discutible o inconveniente que fuera, según desde qué perspectiva se considerara. Pero ahí está, y en marcha. ¿Paralizará el nuevo equipo esas iniciativas estructurales con las consecuencias económicas que tendría por el lucro cesante o las seguirá desarrollando a costa de que acabe el mandato de dos años de Serrano con la inauguración de las obras del ‘proyecto Ballesta’ como gran prueba de gestión?  

De momento, lo que tenemos es una nueva mayoría municipal que ha surgido contra Ballesta, pero Ballesta ya no es el alcalde. Objetivo conseguido. La pistola que desde el principio de la función aparecía en el escenario ha sido al fin disparada. ¿Y ahora, qué?