Nos han acompañado en nuestros paseos y nuestras remembranzas infantiles. Nos han suministrado oxígeno y madera. Han albergado las especies que protegemos. Han sido objeto de pintores, escritores y poetas. Sirven para detener la desertización y para alegrar la vista, para inventar lugares donde ir de turismo y para crear el suelo donde luego plantaremos nuestros alimentos.

Y, sin embargo, los bosques están en continuo retroceso en el mundo. La FAO calcula que cada año se pierden trece millones de hectáreas, una superficie que equivale aproximadamente a la cuarta parte de la península ibérica. Por eso cada año Naciones Unidas utiliza el pasado 21 de marzo como un día internacional dedicado a la conservación y el uso sostenible de los bosques.

En el planeta hay de todos los tipos de bosques: boreales, mediterráneos, húmedos, de taiga...; pero cada vez más alejados del óptimo al que cada uno de ellos, en cada sitio, puede aspirar. Las causas de la degradación de los bosques son humanas. Sobreexplotación y tala ilegal, conversión incontrolada de antiguos bosques a tierras agrícolas y ganaderas, recolección insostenible de madera, gestión inadecuada de la tierra, creación de asentamientos humanos, explotaciones mineras y petrolíferas, construcción de infraestructuras, urbanización... Ante estas acciones, por ejemplo, los siempre espectaculares y desagradables incendios forestales por causas naturales son responsables de una ínfima proporción del retroceso de los bosques.

Y el caso es que sería relativamente sencillo, y hasta ventajoso económicamente, realizar una ordenación y una gestión sostenible de los bosques. Ensayos, ejemplos y experiencias no faltan, sino que lo que falta realmente es que se generalicen las prácticas de conservación y uso razonable de los bosques de forma que se garantice que seguirán suministrándonos a los humanos los recursos, tangibles e intangibles, que tienen tan a bien ofrecernos.

En España, y en la Región de Murcia, los bosques juegan también el imprescindible papel que sólo los bosques pueden jugar en nuestra calidad de vida y nuestro desarrollo. Aunque probablemente quedará ya lejos la época en la que una hipotética ardilla (vieja leyenda, un poco mentirosa por cierto) podría atravesar la península desde Gibraltar a los Pirineos sin posar sus pezuñas en el suelo, en España también la FAO ha calculado que albergamos casi quince millones de hectáreas de bosques, lo que convierte a nuestro país en el cuarto de Europa con mayores recursos forestales después de Suecia, Finlandia y Francia.

Durante años, durante milenios, en tanto resultaban aparentemente inagotables, las formas de explotación humana de los bosques han estado alejadas de las buenas prácticas que deberían caracterizar el uso de un recurso que de por sí es renovable pero que debe de garantizarse que no deja de serlo. Actualmente hay normas y políticas, aunque quizás no sean suficientes para, por ejemplo, detener la degradación o proceder a restaurar uno de los más interesantes ejemplos de grupos arbolados de los que en España aún contamos, como son los bosques de ribera.