En 2018 el ayuntamiento de A Coruña restituyó en su callejero el nombre real de la enfermera de la Expedición Balmis, Isabel Zendal, pues hasta esa fecha y desde 1971 había figurado erróneamente como Isabel López Gandalla.

El entonces alcalde de A Coruña dijo en su discurso que se estaba haciendo un acto de recuerdo, de justicia y de igualdad con el reconocimiento de mujeres excepcionales que no fueron olvidadas porque «nunca hubo intención de recordarlas».

Fue en los años 70 cuando el médico Pastor Nieto Antúnez, quien publicó un estudio sobre la Real Expedición, puso en valor la labor esencial de Isabel Zendal durante la odisea sanitaria.

Más tarde, hacia 1999, el historiador y periodista Antonio López Mariño, investigando sobre los niños expósitos, se encontró con la historia de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. Sus trabajos sacaron a la luz datos biográficos y documentos hasta entonces desconocidos y junto con los de Pastor Nieto, Joaquín Pedrido, María Solar y otros, han servido para visibilizar y hacer justicia a esta mujer y a sus niños expósitos.

La expedición, propuesta por Balmis a Carlos IV y que partiría a bordo de la corbeta María Pita en 1803, tenía como objetivo la vacunación masiva contra la viruela en todos los territorios del reino en América y Filipinas, además de la creación de las Juntas de Vacunación para regular el proceso, asegurando la práctica continua de la vacunación. Ese fue su gran valor: la perpetuación de la vacunación.

El director de la expedición, el médico alicantino Francisco Javier de Balmis, fue quien escogió al equipo humano: tres médicos/cirujanos, tres practicantes y tres enfermeros. Inicialmente, no pensó en la participación de una mujer, pero parece que los problemas que surgieron durante el traslado de algunos niños desde Madrid hasta A Coruña, incluyendo la muerte de uno de ellos, le obligaron a cambiar de opinión.

Isabel, rectora de la Casa de Expósitos, fue contratada en calidad de enfermera, con el mismo sueldo que los enfermeros, para cuidar, acompañar, entretener a los niños día y noche, velar por su aseo personal y el de su ropa; todo lo necesario para no poner en riesgo la cadena profiláctica, para mantener y perpetuar la preciosa vacuna. Los 22 niños de entre 3 y 9 años, incluido el hijo de Isabel, eran el vehículo que debía conservar en sus brazos los antígenos durante la larga y durísima travesía marítima y terrestre.

Los niños ‘vacuníferos’ fueron inoculados con la viruela de las vacas y con el virus de las vesículas que aparecían en la piel se les iba contagiando de dos en dos cada 8-10 días hasta formar una cadena humana. El principio de la inoculación preventiva se conocía desde la segunda década del siglo XVIII y fue puesto en práctica gracias a Lady Whortley Montagu, quien había traído el método del oriente medio (La ‘madre’ de la inmunología, artículo de + Mujeres, LA OPINIÓN, 26/11/2020).

Durante la expedición, Isabel trabajó en el Hospicio de la Ciudad de México cuidando a los niños gallegos y después a los niños mexicanos, 26 ‘angelitos’, durante la travesía a las Filipinas y en el Hospicio de Manila.

El trabajo de esta mujer fue elogiado por los componentes de la expedición y en los documentos se la define como ‘abnegada rectora’, ‘madre de los galleguitos’, ‘mujer de probidad’. Balmis dejó escrito en su diario que el excesivo trabajo y el rigor de los diferentes climas le habían mermado la salud y reconoce su presencia transcendental, pero al hablar de ella la cita con nombres diferentes y esa, junto con el libre albedrío de párrocos y escribanos a la hora de escribir, puede ser la causa de que esta mujer ‘no’ haya pasado a la historia con más de treinta apellidos diferentes. Sin embargo, el director de la expedición detalló muchísimos datos como los preliminares, los sueldos, datos personales de los expedicionarios, lo que se le dio a cada niño, las recomendaciones de la Corona y toda una serie de detalles recogidos minuciosamente, excepto lo relacionado con la única mujer, uno de los pilares del éxito de esta odisea humanitaria, de este «ejemplo de filantropía tan noble y amplio», como diría Jenner, descubridor de la vacuna de la viruela.

Pero Isabel no fue la única olvidada; José Salvany, subdirector de la expedición, quien con su iniciativa y tesón contribuyó a difundir la vacuna por América meridional y falleció en Bolivia cumpliendo con su tarea de vacunar, también fue minusvalorado y olvidado, al contrario que Balmis, quien fue recibido tras cuatro años de vacunación en la Corte por Carlos IV; la expedición sanitaria internacional pasaría a la historia como la Expedición Balmis.

Hasta entonces, la viruela había castigado a la humanidad con millones de muertes. Hoy en día sería impensable una empresa semejante, no solo por la generosidad demostrada por estas personas sino también por lo éticamente dudoso del plan, por la dureza del viaje y, sobre todo, por el hecho de inocular a niños la enfermedad más mortal de la historia.

Los expedicionarios habían demostrado que una enfermedad se podía combatir con el propio mal en dosis atenuadas y, aunque no todo el mundo científico la acogió con entusiasmo y credibilidad, ayudaron a salvar al mundo de esta epidemia.

Durante más de diez años de vacunaciones diarias, gratuitas y para todos los grupos sociales, incluyendo las poblaciones de los lugares más remotos, no es de extrañar que esta odisea sea considerada la mejor contribución de nuestro país a la humanidad.

Isabel Zendal fue reconocida en 1950 por la OMS como la primera enfermera de la historia en misión humanitaria internacional.

En España, una calle, un monumento o un hospital de pandemias siempre nos parecerá poco reconocimiento para la odisea que protagonizó junto con otras personas, también merecedoras, al menos, de ser conocidas.

En 1979 por primera vez se declaraba una enfermedad oficialmente erradicada de nuestro planeta, la viruela.