En los últimos tiempos, la polarización de la sociedad española ha llegado a tal extremo que no hay un día de tranquilidad en el ambiente político. Los debates en el Congreso, en el Senado, y en los distintos Parlamentos autonómicos, alcanzan un gran estruendo vociferante y agresivo; las descalificaciones entre los distintos partidos políticos son de tan baja estofa que es fácil admirar a ese otro tipo de político que como, pongamos por caso, Ángel Gabilondo, en la Asamblea de Madrid, intenta poner un poco de cordura en sus intervenciones, para recordar que hay otra manera de hacer política, otra forma de debatir, otro estilo de estar sentado en un escaño que debería de ser respetado por todos los que lo ocupan, porque están ahí representando a un pueblo que ha creído en ellos, que espera de ellos solucionen sus problemas, sus muchos problemas.

Pero ,al parecer, la política española, en todos los Parlamentos, se ha convertido en un circo, en el peor sentido del término, porque en las sesiones de control de los distintos Gobiernos, no solo el central, el contenido de los debates está tan alejado de la realidad que viven los ciudadanos que es fácil preguntarse si esos diputados que dicen representarnos no viven aislados en un mundo en el que solo se dedican a proyectar sus odios al contrario. Un mundo de ruido y furia.

Allí no se debate se insulta. No se aportan ideas; seguramente porque no se tienen, y la sensación que queda es que no están para buscar soluciones a los muchos problemas que este país tiene planteados, quizá porque esos plenos llamados ‘sesiones de control al Gobierno’ se han convertido en un guirigay vergonzoso, donde no se habla del numero de parados que hay en España, no se nos dice cómo se repartirá el mucho dinero que llega de la CE para intentar solventar tanto problema, no se nos da cuenta de las soluciones que tendrán muchos autónomos que han tenido que cerrar sus negocios o lo que ocurrirá con los miles de Ertes. No, allí solo se muestra la incapacidad que tienen para pensar en el bien de este país que les paga, y les paga muy bien. Aunque prefiero pensar que siempre hay una puerta abierta a la esperanza.

La esperanza que me hace sentir un vídeo electoral que ha grabado Ángel Gabilondo, cabeza de lista del PSOE a la Asamblea de Madrid, y que me hace pensar que no todos los políticos son de ruido y pocas nueces, de recurrir al insulto para defender sus ideas. Que hay quienes sí piensan en los ciudadanos, y saben llenar de dignidad su escaño.

Sí, aunque les parezca extraño, en dos minutos de duración del vídeo, Gabilondo consigue algo extraordinario, en contra de lo que nos tienen acostumbrados otros. No menciona ni una sola vez a Isabel Díaz Ayuso, del PP, ni a Pablo Iglesias, de Podemos. No habla de ellos, pero critica implícitamente la confrontación dialéctica entre ambos: «En Madrid no falta dinero y lo que sobra es este espectáculo».

Y se presenta en ese vídeo diciendo: «Algunos dicen que soy un soso. Si es por sosegado, puede que tengan razón. Será porque no creo en la bronca. Porque cuando hay gritos, pido la palabra (...) Dicen que soy demasiado formal. Será porque el descaro y el insulto no me representan. Será porque no creo en el odio ni en la tensión». Como verán, una manera inteligente de darle la vuelta a lo que algunos consideran puntos débiles del candidato socialista ante la campaña electoral, posiblemente porque, como él mismo dice, «no soy un político de marketing; soy, lisa y llanamente, un profesor», quien «cuando se trata de la pandemia, de la vacunación y de la recuperación económica no resumo mi programa en un tuit». Para finalizar, dice: «¿No va siendo hora de que nos pongamos a gobernar en serio?».

Sí, siempre queda una puerta abierta a la esperanza.