Lo que no puede ser, no es y además es imposible. Esa es la lección que nos deja lo sucedido estas últimas dos semanas en la política murciana. Parece una obviedad, pero algunos han tenido que toparse con la pared para caer en la cuenta. La crónica oficial culpará del fracaso de la moción de censura a la traición en el último momento de tres tristes tránsfugas, pero para aclarar este entuerto hace falta echar la vista más atrás. También ir más allá del argumento moral: esta no es una historia de buenos y malos, sino solo una muestra de cómo funciona el poder y para qué se creó a Ciudadanos.  

CIUDADANOS. Ciudadanos surgió en 2006 y deambuló sin pena ni gloria hasta 2014, cuando la crisis económica, la debacle del bipartidismo y la irrupción de Podemos llevaron al Ibex-35 a echar mano de una nueva herramienta. Necesitamos un ‘Podemos de derechas’, pensaron desde las altas esferas. Un recambio, para frenar un verdadero cambio. Las caritas lavadas de Rivera y Arrimadas, sus sonrisas profident, en lugar de las caras sucias de la corrupción del PP.

La naranja mecánica ganó las elecciones catalanas y sumó en las municipales y autonómicas decenas de diputados y cientos de concejales. Muchos de esos cargos provenían del PP, desde el que se produjo un verdadero desembarco de desencantados y arribistas. Entre los que saltaron del barco estaban también Ana Martínez Vidal, Isabel Franco, Francisco Álvarez y Valle Miguélez. ¿A quién puede extrañarle que los tres últimos vuelvan hoy a la nave nodriza?

El plan funcionó bastante bien hasta 2019. Ciudadanos recogía el voto desencantado del PP, pero ponía sus concejales y diputados al servicio de Gobiernos de ese mismo PP. El reciclaje perfecto. La derecha parecía haber cuadrado el círculo, pero entonces llegaron las generales. 

Ciudadanos se quedó a un suspiro en las elecciones de abril de darle el sorpasso al Partido Popular. Sin embargo, las derechas no sumaban y con un PP en caída libre los grandes de España pusieron sus esperanzas en un gobierno entre PSOE y Ciudadanos que aislara definitivamente a Pablo Iglesias. La ilusión de un cambio sin riesgos ni sobresaltos. Pero a Rivera se le subió el pavo: había nacido para ser muleta, pero quiso jugársela a unas nuevas elecciones para ocupar el espacio del PP. Los mismos intereses que auparon a Ciudadanos no le perdonarían nunca este acto de desobediencia. 

EL DESCALABRO. Llegaron los comicios de noviembre y el descalabro de Ciudadanos. Al PSOE no le quedó otra que pactar con Podemos. Aquel día Ciudadanos empezó a morir porque había perdido su razón de ser: impedir a toda costa que Podemos tocara el poder. Arrimadas lo ha entendido mejor que Rivera, pero llega tarde. Para viajar en el tiempo y volver a abril de 2019 no basta con chasquear los dedos. Para convertir un partido de antiguos militantes y cargos del PP en el nuevo compañero de viaje del PSOE, hace falta algo más que tocar el silbato desde Madrid.  

Se lo advertimos muchas veces al Partido Socialista de la Región de Murcia y a su secretario general, Diego Conesa, a lo largo de esta legislatura. Cada vez que mira a la derecha nos mete en un lío. Ciudadanos no es de fiar. Las izquierdas regionales deberían estar trabajando en una alternativa progresista que tenga como modelo al gobierno de coalición. Con el programa de la izquierda transformadora y con el apoyo de la sociedad civil, no de los despachos. 

Al final en la calle Princesa eligieron los experimentos con gaseosa y ahí tenemos el resultado final: una recomposición de las tres derechas a base de talonario. Los candidatos de Ciudadanos (Isabel Franco) y Vox (Juan José Liarte) a las últimas elecciones ya están a nómina del candidato del Partido Popular. No es solo cuestión de dinero o corrupción moral. Así funciona el poder: llegado el momento decisivo la política se reduce, como bien sabía Carl Schmitt, a un conflicto amigo-enemigo. Las tres derechas saben bien quienes son sus amigos y quién es el enemigo a batir. ¿Lo saben ya en la calle Princesa y en Ferraz?

CAMBIO ESTRUCTURAL. Incluso en el caso de que los diputados de Ciudadanos hubieran seguido la disciplina de partido y hubieran votado a favor, no cabe hacerse demasiadas ilusiones. El resultado hubieran sido algunas caras nuevas, pero nada que ver con un cambio real. Los problemas de esta Región son en cambio estructurales y requieren valentía para enfrentarse a los grandes intereses que mandan sin presentarse a las elecciones: a los del pelotazo inmobiliario, a las multinacionales de la agroindustria que han arrasado el Mar Menor, a las grandes empresas del juego, que se han repartido hasta las ayudas a la hostelería… Un Gobierno con Ciudadanos hubiera supuesto una alegría momentánea, pero una decepción a medio plazo y un triunfo seguro de la ultraderecha en dos años.

El fracaso de la moción de censura también obliga a plantearse otra cuestión, que no es menor. ¿Qué hubiera pasado si en el verano de 2019 Iglesias hubiera cedido a los que pedían, dentro y fuera de Podemos, facilitar un gobierno del PSOE y Ciudadanos a cambio de nada? Con estos mimbres y un socio preferente infiltrado hasta la médula por el PP, como hemos visto, ¿cuánto hubiera durado ese Gobierno? 

Si ya cuesta con Unidas Podemos en el Gobierno, ¿qué políticas progresistas hubieran salido adelante? No es de extrañar que aquellos lumbreras guarden hoy silencio. El daño que hicieron no es nada, en comparación con el que hubieran podido causar.

ENSAYO Y ERROR. La política es la historia de un largo aprendizaje colectivo y solo disponemos de un método para avanzar: ensayo y error. Cualquier coalición con la derecha, incluso con la que se viste de centro regenerador, ha demostrado ser un inmenso error. Si esta moción de censura nos deja una lección es esa: prohibido mirar a la derecha. 

El cambio en la Región de Murcia pasa por descartar cualquier idea de que la derecha se puede regenerar. Se vista de azul PP, verde Vox o naranja Ciudadanos, las tres derechas siguen siendo el mismo perro con distinto collar y cazan para el mismo amo.