Las leyes de la astrofísica tienen un curioso reflejo en la política: igual que los cuerpos celestes se forman por la agregación de los discos de detritus resultado de explosiones anteriores, los partidos políticos surgen de la suma de coaliciones de grupos sociales que renuncian a sus objetivos máximos para hacerse más fuertes juntos e imponerse al resto de coaliciones. Así surgen los partidos de la izquierda, de la derecha y así surgen también los partidos centristas. Estas coaliciones aspiran cada una a ser mayoritarias para conseguir el poder ejecutivo, que en las democracias parlamentarias se otorga de forma plena a quien consiga el apoyo de la mitad más uno de los diputados electos. De ahí el espectáculo al que estamos asistiendo en estos días, en el que vemos al partido de centro romperse y a la fuerza mayoritaria de la derecha intentando reabsorberlo. Si a eso le sumamos el intento por reabsorber también al electorado de Vox por el PP, la se parece mucho al típico baile de detritus y cuerpos celestes definidos por la teoría de la acreción formulada por el geofísico ruso Otto Smichdt en 1944. Y en esas estamos a día de hoy.

Tanto el PP como el PSOE, los cuerpos mayores del sistema instalado después de la Transición, tienen el derecho y hasta la obligación de tragarse todo lo que se haya desprendido a su alrededor. Son los llamados, por otros y por ellos mismos, ‘partidos de Gobierno’. El problema surge cuando partidos más pequeños quieren participar en la tarta del Gobierno. Unidas Podemos, por la izquierda, y Ciudadanos y Vox, por otro lado, han soñado en algún momento con sustituir al partido mayoritario de su respectivo espectro ideológico. Tan cerca lo tuvo Ciudadanos que renunció a formar una gran coalición con el PSOE en aras de sustituir al PP. Los resultados posteriores demostraron que fue un error y que el sorpasso se convirtió en frustración de los electores que habían apostado por el partido de Rivera. No estoy seguro de que este se equivocara, pero lo que sí es seguro es que apostó y perdió. De esos polvos surgieron estos lodos.

En el contexto de grandes partidos y coaliciones, forzados por una ley electoral que huyó como de la peste del sistema proporcional puro para evitar supuestamente la partitocracia de experimentos democráticos anteriores, el centro siempre lo ha tenido especialmente difícil. Curiosamente, el electorado se sitúa ideológicamente de forma abrumadora en esa posición, pero al final acaba otorgando un voto útil al partido con más peso de su respectivo extremo ideológico. Podríamos decir sin temor a equivocarnos, que los votantes terminan apoyando a su segunda opción. O, siguiendo el consejo del viejo zorro de la política italiana Giulio Andreotti, terminan tapándose las narices para votar a la opción más conveniente, aunque esté pringada de mierda. A eso hay que añadir que el tiempo pasa y la gente se olvida, con un poco de ayuda de los interesados mediante la renovación de los cuadros dirigentes. Así pasó con el PSOE de Filesa con el relevo de Felipe por Almunia y después Zapatero y así puede pasar con el PP y el relevo de Casado por Rajoy. Por eso este es el momento más crítico para Ciudadanos, partido que encarna en la actualidad el centro político, después de los estrepitosos fracasos de UCD, el Partido Reformista, el CDS, la UCD y UpyD. Y si te preguntas por la opción política del que escribe este artículo, te confesaré lo siguiente: voté a UCD, voté al Partido Reformista, voté al CDS, voté a UpyD, voté en las últimas elecciones generales a Ciudadanos y volveré a votar al centro liberal a mínimo que haya una papeleta de un partido político que diga representar al centro.

Y desde esa perspectiva de fidelidad a prueba de bomba, me gustaría aconsejar a los que dirigen Ciudadanos en este momento y en pleno ataque desde el PP (que solo hace lo que cualquier partido que aspire y tenga posibilidades de gobernar ha hecho siempre,intentar crecer a costa de otros) una estrategia radical: renunciar a cualquier aspiración de gobierno. Volviendo a la teoría de la acreción, el mayor peligro de disolución de un cuerpo celeste al que le falta solidez, como es el partido centrista actual, es cuando el cuerpo más grande pasa cerca y la fuerza de la gravedad tiende a detraer de este las partes más débiles.

La forma de protegerse es marcando diferencias y alejándose. Y eso se concreta en tres movimientos tácticos: dar leña a derecha e izquierda, como si no hubiera un mañana; reforzar la identificación ideológica liberal comprometiéndose con causas concretas de forma radical, y renunciar por último y de antemano a entrar en cualquier Gobierno o aceptar cualquier cargo público que le ofrezcan las coaliciones de Gobierno. El centro debe ser el partido de las propuestas forjadas por el sentido común, tal como explica a su hija en el libro One thousand small sanities Adam Gopnick, un ilustre pensador y férreo defensor de liberalismo progresista.

El centro debe agarrarse a esas causas, defenderlas contra viento y marea, conseguir la adhesión apasionada de esa gran parte del electorado que se identifica con ellas y hacerlas avanzar como precio de los apoyos puntuales que otorgue a las coaliciones mayoritarias que Gobierno aquí o allá. Igual que en la formación de los cuerpos celestes, los más difíciles de romper en partes y atraer son los que están constituidos de hierro sólido, por eso muchos planetas como el nuestro tienen un núcleo de este mineral surgido del estallido de estrellas en supernovas.

El centro en general, y Ciudadanos en particular, debe ser la opción electoral de la gente que la quiera apoyar por defender causas nobles y dignas, y que renuncie a taparse las narices para otorgar un voto útil al partido de al lado. Renunciando a gobernar de antemano, se ahorrará que acudan a él gentes de poca moral y mucha ambición personal, como los que entraron en Ciudadanos al olor de prebendas sin cuento y están saltando precipitadamente del barco en estos momentos.