Epicteto es uno de los filósofos más célebres de la corriente filosófica conocida como estoicismo, de gran popularidad en la Grecia helenística y en la antigua Roma. Su doctrina se centra, básicamente, en la ética, en la mejor manera de vivir la vida, y sus enseñanzas han pasado a la historia como unas de las mejores maneras de alcanzar la paz interior.

Epicteto afirmaba: «Compórtate en tu vida como en un banquete. Si algún plato pasa cerca de ti, cuídate mucho de meter la mano. En cambio, si te lo ofrecen, coge tu parte. Haz lo mismo con tus riquezas, amigos, parejas, familia o cualquier otro aspecto. Si puedes lograrlo, serás digno de sentarte a la mesa de los dioses. Y si eres capaz, incluso, de rechazar lo que te ponen delante, tendrás parte de su poder».

Pues bien, leyendo a Epicteto tenemos la impresión de que los tránsfugas Isabel Franco, Valle Miguélez y Francisco Álvarez lo leyeron, pero no terminaron de comprenderlo muy bien, porque solo se quedaron con eso de «compórtate en tu vida como en un banquete» y «si te ofrecen, coge tu parte». Y su parte estaba ahí, porque la tentación, al parecer, no vive arriba; para ellos, y sí en San Esteban, o en Genova, que vaya usted a saber.

El Diccionario Panhispánico del Español Jurídico viene a decirnos, en síntesis, que «la actitud de un tránsfuga altera la representación democrática, pues la votación a un determinado partido político se efectúa no solo por la calidad de las personas que lo integran en las listas electorales, sino por la perspectiva política e ideológica que representan».

Claro que habría que preguntarse cuál es la perspectiva política e ideológica de aquellos que, para mostrar su desacuerdo con el que se supone su partido, no muestran su rechazo dentro del mismo, o marchándose a su casa dando un portazo (no hay nada más digno que esto), y manifiestan su desacuerdo aceptando las canonjías que les ofrecieron y que, al parecer, tienen la virtud de adormecer conciencias. O quizás no es tan fácil adormecerlas, porque las cartas y entrevistas que Valle Miguélez e Isabel Franco están concediendo (Francisco Álvarez está siendo más cauto) nos hablan de que intentan justificar su traición, así es que muy orgullosas no deben de estar; o eso parece, por lo que están intentando poner en marcha algo muy utilizado, por desgracia, en la política española, que no es otra cosa que intentar confundir al personal, ya de por sí muy confundido, extrañado, indignado, y hasta triste, con este espectáculo de vodevil que nos han montado entre todos.

Unos, porque sin ver si hay agua no te puedes tirar a la piscina. Otros, por la falta absoluta de escrúpulos de que han hecho gala al traicionar el pacto antitránsfugas que firmaron, hace muy poco tiempo; y otros también, por la ausencia total de ética para dejarse comprar. Porque no olvidemos que tan corrupto es el que corrompe como el que se deja corromper.

Los politólogos Taleh Sayéd y David Bruce, definen la corrupción como «el mal uso o el abuso del poder público para beneficio personal y privado». Y estamos hablando de esto, de pura y simple corrupción política.

Que Franco nos diga ahora que a ella «no la eligieron para traicionar a los murcianos» olvidando que antes de las elecciones de 2019 afirmó que el objetivo de su formación era «acabar con 24 años del PP de Murcia en la región» (¿cuándo los traicionó, antes o ahora?), y que Miguélez, que formaba parte del grupo negociador del nuevo programa de Gobierno que estudiaban Cs y PSOE, suelte eso de que ha sido ‘engañada’ y ‘coaccionada’ por la exmano derecha de Arrimadas, Carlos Cuadrado, es de un cinismo, o lo que es igual, de un oportunismo insoportable.