César yacía en el suelo con 23 heridas que le cubrían el cuerpo. Le habían advertido sus más íntimos que la traición podía ocurrir. Llevaban meses los augures examinando el cielo y estudiando el vuelo de los pájaros. «Cuídate de los Idus, César», le decían. Esa misma noche del martes, había tenido un sueño aciago en el que lo asesinaban. «Seis puñaladas», llegó a contar, entre la vigilia y el amanecer. Cuando acudió al Senado, todo parecía normal, hasta que se cerraron las puertas y los senadores sacaron a relucir sus cuchillos. Fue algo rápido, sin tiempo a reflexiones profundas. Bruto asestó el último golpe, el que debió ser definitivo. Bruto escuchó el júbilo de los enemigos de César. Con el tirano muerto, él había salvado a la República. Se puso su mejor capa y acudió al foro para decirle a la plebe que nada debían temer. «Ya sois libres», les espetó, «ha ganado la democracia». Pero César abrió los ojos y se agarró a la vida. Se incorporó y vio el suelo lleno de sangre. Andando con dificultad, alcanzó el foro. Bruto no vio llegar al muerto que caminaba.

Lo sucedido en Murcia durante la última semana no es una tragedia shakesperiana escrita en panocho. El panorama político murciano ha soñado ser, durante unas horas, materia noble como la sustancia de los romanos de Shakespeare, y se ha quedado en una astracanada de Muñoz Seca, al estilo de La venganza de don Mendo. Es el arte de la política como subsistencia, a uno y otro lado. En mitad de la pandemia, los diputados regionales se han dejado seducir por los juegos de intrigas que les ofrecían desde Madrid, con un resultado doblemente desolador: Murcia ha servido como conejillo de Indias para otros intereses y esto ha desembocado en un ridículo histórico.

Enfoquemos el asunto. La principal responsable de esta farsa es, sin ningún lugar a dudas, Ana Martínez Vidal. Ha sido ella la que ha decidido cruzar el Rubicón sin contar primero con las fuerzas disponibles para invadir Roma. Ha enmascarado su ambición personal adornándola con metáforas sobre la corrupción y la honestidad política. No se explica de otra forma su progresión en Ciudadanos, que dirige en la Región desde septiembre, partido que ha tensionado hasta la ruptura, sin entender que el buen líder debe sembrar y no practicar la táctica de tierra quemada. En la Asamblea Regional íbamos a presenciar el extraño caso de una diputada, elegida en tercer lugar en las elecciones de 2019, elevada a la presidencia, siendo su partido el tercero más votado. Y todo en menos de seis meses. Es la fórmula del éxito personal, pero no político. Conviene no confundir el verbo ‘medrar’ con otro mucho más noble y necesario como el de ‘regenerar’.

Porque ¿de verdad la regeneración política que necesita la Región pasa por las manos de Martínez Vidal? Ha demostrado la diputada ser una Maquiavelo de tercera que ambiciona los palacios y que no duda en girar ideológicamente para asegurarse un trono. Cómo se puede, si no, pactar unos Presupuestos con la derecha que aseguran la supervivencia de la concertada o la eliminación de impuestos como el de patrimonio y de repente formar Gobierno con un partido, el PSOE, que quiere hacer justo lo contrario. ¿Es esa la regeneración política que quiere practicar Martínez Vidal? ¿Si sus tres excompañeros son considerados tránsfugas por negarse a romper el pacto firmado con el PP, qué nombre recibiría ella tras su metamorfosis de concejal del PP en el ayuntamiento de Murcia a militante de Ciudadanos? ¿Estrategia política? Más bien supervivencia.

A nadie se le escapa que la Región de Murcia necesita un cambio político, tras 23 años de gobierno unicolor. Pero la ocasión para hacer política con mayúsculas fue tras las elecciones, no en este mes de marzo y no en estas circunstancias. Ciudadanos no puede perder la perspectiva de muchos de sus votantes, que se abrazaron al partido naranja gracias a dos pulsiones: impedir que el poder de Sánchez se extendiese y desconfiar del Partido Popular. Invocar ahora los casos de corrupción del PP es una estratagema débil, una tabla de salvación que desnuda la falta de argumentario y las ambiciones personales. De hacer caso a las acusaciones que ha vertido Martínez Vidal a sus compañeros, el cheque de 76.000 euros a los tres diputados a cambio de anular la moción, se demostraría que no hay partido más corrupto que Ciudadanos, que tiene a la mitad de sus diputados asalariados por otro partido.

Resulta mucho más incoherente aún hablar de regeneración y echarse en los brazos de Diego Conesa, el único diputado regional que hoy día está imputado por prevaricación, en la casa de otro alcalde socialista, el de Lorca, que también está imputado. La escena en el Palacio de Guevara, leyendo su programa de Gobierno, ha quedado ya para los anales de la ridiculez política.

Han vendido el trono de César antes de comprobar que estaba muerto. Martínez Vidal ni siquiera se acercó al cadáver político de López Miras para escuchar su último suspiro ni su «tú también, hijo mío». Celebró por las radios y los platós de televisión que había acabado con el tirano y que ella representaba los valores de la democracia. En el mismo instante, tres de los diputados de Ciudadanos ayudaban a ponerse en pie al moribundo López Miras y reconstituían el Gobierno. No es solamente el final de Martínez Vidal, que ya solo le queda unirse al PSOE para completar su eslalon ideológico, sino que representa una victoria abrumadora de López Miras, un político que ha renacido y que ahora tendrá más fácil la gobernanza. Éxito de Martínez Vidal: ha resucitado a un cadáver político.

¿Pero acaso nos sorprende el resultado? El papel reservado a Isabel Franco en el hipotético nuevo Gobierno hacía prever su jugada. ¿Se puede aceptar de buen grado pasar de ser vicepresidenta en un Gobierno a figura irrelevante en otro, y además, presidido por la mujer que le ha cortado la cabeza? El proceso ha sido de una torpeza tal que es difícil no sentir compasión. No se explica si no que un partido con seis diputados regionales fuese a presidir el Gobierno, un partido que ha perdido la representación en el Congreso de los Diputados (cero diputados en Murcia en las elecciones generales), un partido, en definitiva, que resultaría irrelevante en el affaire político si no fuera por los fuegos de artificios producidos en los últimos meses.

El resultado de este proceso es el fin de Ciudadanos, partido en el que confié en los últimos procesos electorales y que ha elegido la vía deshonrosa para su extinción. Porque todo lo que se acerca a Pedro Sánchez acaba en la ruina. Así lo ha querido Arrimadas, despachando en Moncloa una región abandonada desde hace lustros por la izquierda. Ciudadanos ya ha tenido pruebas evidentes de que su camino estaba plagado de espinas junto a Sánchez: negociando el estado de alarma, cuando fueron vilmente ninguneados en pos de Bildu; en los presupuestos, tras largos meses de humillaciones; en las elecciones catalanas, sintiéndose Illa (y Sánchez, el padre que mueve los hilos del ventrílocuo) más cómodo con partidos rupturista como ERC o Junts que con ellos. Esta es la última prueba. La última estación del Calvario, de Murcia a Madrid. Ayuso solamente ha tenido que esperar en la cima del Gólgota para actuar, pero el cuerpo de este partido que un día soñó con cambiar España ya se había transformado en humo.

A Martínez Vidal solamente le queda una carambola política para poder abrir su juguete nuevo y ser durante dos años presidenta. Pasa este cambalache por convencer a los tres renegados de Vox para que apuntalen su Gobierno. Buena suerte. No tengo ningún tipo de dudas de que ella es capaz de intentarlo. Y de convencerlos. Apoyarse en la’extrema derecha’ para acabar con la derecha es un magnífico método de supervivencia. Porque, no se engañen, todo esto va de supervivencia, ya sea César o Bruto el que empuñe el cuchillo.