Vamos entrando de lleno en el año cronológico, pero en realidad estamos justo empezando el Año II de la Era Covid. Y lo estamos empezando con la misma o parecida polémica que el anterior, con las manifestaciones del Día de la Mujer como protagonistas: entonces pareció quedar claramente demostrado como verdad (tan evidente como la autoría de ETA del 11M) que la culpa de la expansión mayoritaria de la Covid en España fue de la manifestación del 8M en Madrid. Y en este tiempo de ignorancia generalizada e incendios virtuales, aprovechando la facilidad de difusión de bulos en las redes sociales, y el casi infinito afán de la ultraderecha de amplificarlos, es en realidad muy difícil —a veces incluso contraproducente— intentar contrarrestarlos.

La semana pasada vimos efectivamente cómo estas manifestaciones reivindicativas (a todas luces imprescindibles, más que necesarias) se convertían de nuevo en la diana del machismo rancio y trasnochado de la ultraderecha, y eran prohibidas por la delegación del Gobierno, prohibición recurrida por varias de las organizaciones convocantes, pero confirmada por los tribunales. Pero esta misma semana pasada hemos visto a millar y medio de esos mismos cromañones que vociferaban contra el 8M reunirse como chinches en costura —sin autorización alguna— ante el imafronte barroco de la catedral gótica de una tranquila y apartada capital de provincia para jalear arrobados la mala baba y las proclamas de su líder contra todos los que no coinciden con su ideario de intolerancia disfrazada de libertad.

Precisamente en esa misma ciudad de provincias ha tenido su epicentro un terremoto político cuyo tsunami posterior algunos creen felizmente desactivado por una maniobra conjunta —rápida y eficaz— de Teo y Ferlomi, cuando en realidad sus olas destructivas siguen formándose y cobrando altura allá en la lontananza, y nadie puede predecir a ciencia cierta cuándo alcanzarán de lleno la costa de la política española, ni qué centrales políticas o partidos nucleares, qué nuevas Fukushimas acabarán llevándose por delante.

Tras convertir Madrid en emblema perfecto de un liberalismo individualista e insolidario, destino de aviones repletos de zanguangos y mangarranes extranjeros —especialmente franceses— ansiosos de fiesta y borrachera, porque según ella vienen cargados de dinerito fresco con que ‘reflotar la economía’ —de los bares y discotecas, se entiende— la IDA hizo un movimiento el pasado miércoles que muchos consideraron que era todo lo que podía dar de sí ese tsunami, y convocó elecciones autonómicas para evitar que Cs y el PSOE le hicieran en Madrid lo mismo que a Ferlomi en la mencionada capital de provincia.

Pero, vista la facilidad con que Ferlomi ha desactivado la jugada con la inestimable ayuda de Teo, ¿no resulta un poco llamativamente increíble esa urgencia electoral de la IDA? Cuéntenme, les escucho...