A media tarde del pasado jueves, Isabel Franco recibió una llamada de Inés Arrimadas. Entre cordialidades mutuas estaba implícito el motivo de ese contacto directo, de tú a tú, sin mediaciones de secretariados o gabinetes. Arrimadas quería saber qué opinaba la vicepresidenta del Gobierno de la Región de Murcia sobre la moción de censura contra sus socios del PP firmada en la noche del martes anterior, y sobre la cual a Franco no se la había consultado previamente. Al parecer, ésta defendió la iniciativa hasta con mejores argumentos de los que se exponían en el texto de la moción, de modo que Arrimadas se quedó tranquila. El problema es que esa llamada llegaba muy tarde, y tenía como objeto indisimulado realizar un tanteo sobre la posición de Franco respecto a la moción de censura después de muchos meses de incomunicación entre ambas, en el transcurso de los cuales, la líder nacional, a través de su aparato, había decidido eliminar políticamente a la que fue cabeza de cartel electoral en favor de Ana Martínez Vidal. La propia llamada en sí mostraba que la interlocución entre la coordinadora regional de Cs y la vicepresidenta del Gobierno estaba rota y exigía, en el último momento, la intervención de Arrimadas.

AVE, CÉSAR.

Tal vez en la cúpula central de Cs se dieron cuenta demasiado tarde de que el impulso de la moción de censura chocaba con ‘el factor humano’ en el interior del propio Grupo Parlamentario que debía apoyar el ingenio elaborado en Madrid. En realidad, lo que Cs proponía era convertir en presidenta de la Comunidad a la coordinadora regional, impuesta a dedo desde las alturas, con el necesario sufragio de quienes, a la vez que apretaban el botón para llevarla a la gloria se autodestruían. Y esto sin consulta previa, sin sesiones de coaching para hipnotizar a las víctimas, y por la cara. Ave César, morituri te salutant.

En estos casos, parece normal que se produzca algún gesto de resistencia. La tarde-noche del pasado martes, ante la presencia en la sede del partido de Carlos Cuadrado, vicesecretario general de Arrimadas, todos los diputados de Cs y los concejales del grupo municipal de Murcia firmaron sendas mociones de censura, la autonómica y la local capitalina. Solo hubo dos leves desacuerdos, como aquí ha quedado dicho. La diputada Valle Miguélez no lo veía claro, y el concejal Mario Gómez no entendía que él no resultara alcalde. La sesión se alargó, y no hubo tiempo, por el toque de queda, para que Cuadrado y Franco pudieran cenar, como tenían previsto, para comentar las consecuencias de la iniciativa. En lugar de eso, la vicepresidenta y su compañero de escaño en la Asamblea, Francisco Álvarez, se reunieron probablemente en el domicilio de alguno de ellos.

11.14.

A las 11.14 de la noche, el presidente de la Comunidad, Fernando López Miras, recibió una llamada en la que se le advertía de que los diputados y concejales de Cs habían salido de la sede regional de Centrofama tras firmar las mociones de censura. Según el testimonio de López Miras, el chivatazo provenía del «amigo de un concejal naranja», pero a las ocho de la mañana del día siguiente Carlos Herrera anunciaba en la Cope «lo que se cuece en Murcia» atribuyéndolo al testimonio de «dos diputados de Cs». Podemos deducir sin ningún reparo que Franco y Álvarez advirtieron al presidente de lo que se le venía encima, y con este gesto ya mostraban explícitamente su desacuerdo con lo firmado pocas horas antes, «por disciplina de partido», dijo Franco el viernes después de romperla.

LAS TRES VÍAS.

Lo primero que hizo López Miras después de pasmarse fue llamar al secretario nacional, Teodoro García, quien a su vez pulsó el teléfono de Arrimadas a pesar de la hora, sin obtener retorno. Después, entre ambos, López Miras y Teodoro, analizaron la situación. Tres posibilidades. Una: sospechaban que al día siguiente se presentara Cuadrado en San Esteban con las firmas de la moción para presionar al presidente a fin de obtener mayores ventajas en el Ejecutivo. Dos: existía la posibilidad de activar de inmediato la convocatoria de elecciones, pero si Miras lo hiciera, pensaron ambos, Cs no reconocería haber firmado una moción de censura, de modo que la iniciativa del PP podría aparecer como algo extravagante, sin respaldo en un pretexto políticamente explicable, como en el caso de la madrileña Ayuso. Esta inhibición se ha interpretado, incluso en el interior del PP, como una falta de reflejos condicionada por el hecho de que un adelanto electoral inmediato habría excluido la posibilidad de que López Miras pudiera ser candidato, pero existía una tercera posibilidad de reacción menos dramática, a la vista de las disensiones internas del Grupo Parlamentario de Cs: si había desacuerdos en este partido que pudieran expresarse en contra de la moción no sería necesario convocar elecciones, que en todo caso no habrían sido, a pesar de la defección de López Miras como candidato, previsiblemente favorables para el PSOE y, desde luego, para Cs. Por tanto, a pesar de la madrugada trágica, López Miras y Teodoro García apostaron por la tercera vía: «Vamos a esperar a ver».

Pero a la mañana siguiente, y aunque esto no lo confirman ni siquiera off the record las fuentes oficiales del PP, se puso en marcha un mecanismo de defensa, por lo que pudiera pasar, plenamente confirmado por las, a fuentes no oficiales, fuentes fiables. En el PP sacaron del cajón ‘el archivo Martínez Vidal’, es decir, el historial de actuaciones en su etapa de concejala de Infraestructuras en el ayuntamiento de Murcia. A la vista de las intenciones a este respecto casi cabe creer que Martínez Vidal ha tenido mucha suerte al ser desplazada de su opción a la presidencia de la Comunidad, pues habría caído sobre ella un raudal de informaciones que pretenderían poner en cuestión su integridad política y que tal vez habrían interceptado su carrera hacia la investidura del próximo jueves. En algún diario digital nacional ya se perciben indicios de este derrame informativo, aún en modo advertencia, y es posible que no se use la artillería pesada, si es que realmente existiera, porque, contra la literalidad del dicho, contra moro muerto no se ha de desperdiciar lanzada.

VALLE DE ESPERANZA.

La pregunta del millón, después de la ‘madrugada negra’, es cómo se obtuvo el voto que se necesitaba para partir en dos a Cs y reducir la suma de los 23 que precisaba la mayoría de la moción. Cuesta creer que Isabel Franco negociara esta cuestión con Valle Miguélez, que constituía la clave, pues entre ambas no hay una relación de confianza. Aseguran en el PP que fue ella misma, Valle, quien llamó a López Miras para anunciarle su desmarque, y es muy probable, pero esto debió ocurrir tras un trato fino con Teodoro García, pieza clave en esta operación, que para él ha significado una medalla de oro, ganada por méritos propios en lo que se refiere a sus intereses políticos. Está aceptado que la convergencia entre el dúo Franco/Álvarez y, de otra parte, Miguélez, obedece a la gestión del PP, pues entre ellos mismos no habrían llegado al acuerdo.

El paso decisivo de Valle Miguélez se debe también al ‘factor humano’, por mucho que ella intentara argumentar su disidencia de la moción de censura con argumentos políticos. Esta diputada ha debido sentirse todavía más humillada que Isabel Franco por el modo displicente con que Martínez Vidal la ha venido tratando, a veces incluso en público. Aunque ha tenido más paciencia que la vicepresidenta, y por esto no ha exteriorizado sus emociones. Hasta que ha llegado el momento del basta ya. Pero en ambos casos, Franco y Miguélez, además del componente emocional más o menos contenido, está sobre todo el pragmático.

Una y otra, cada una por su parte, están conectadas al latido del partido, con contactos externos al margen de la línea oficial que promocionaba y sostenía a Martínez Vidal y que a ésta le parecía suficiente para ejercer su poder sin necesidad de establecer relaciones de empatía con los diputados que le pudieran ser adversos.

EL SALVAPANTALLAS.

Algo que puede parecer una anécdota y que, a la vista de lo que está pasando, podemos advertir como categoría: la táblet de Franco, que porta a todos lados, reproducía hasta antes de la designación de Martínez Vidal como coordinara regional un salvapantallas con la imagen de ella misma junto a Arrimadas en el famoso mitin que ambas compartieron en la plaza Belluga. Pues bien, ese portal ha cambiado, sustituido ahora por una fotografía de Franco junto a Albert Rivera, precisamente cuando Rivera está aparentemente fuera. Es una imagen que va con ella a todas partes y que en este contexto desvela un guiño. Podríamos interpretarlo como una expresión de que no se considera la única disidente: ahí están Villacís (Madrid), Cantó (Comunidad Valenciana), el andaluz Juan Marín y otros que, en teoría, la van a montar en la reunión de la ejecutiva nacional de Cs, y de los que se dice que están en sintonía estratégica con el anterior líder y fundador. Ojo al dato: ¿Y si pronto, los diputados murcianos de Cs que van a ser expulsados del partido recobraran la militancia por un posible vuelco en la dirección nacional que se llevara a Arrimadas por delante? Desde luego, es previsible que caiga Cuadrado, pues el fiasco que ha propiciado en Murcia es la guinda de su papel como jefe de campaña de las elecciones catalanas. Y el incombustible Hervías tiraba ayer la toalla con aparente desprendimiento, lo que puede significar un principio de desplome del actual estatus.

En la Región de Murcia, el primer síntoma de malestar interno lo han manifestado los concejales de Cs que leyeron en este periódico que el pacto de las mociones de censura alcanzaba a varias ciudades, además de la capital, sin que ellos fueran previamente advertidos. Era gracioso ver en televisión que mientras el socialista Diego Conesa confirmaba esa información, Martínez Vidal la desmentía al minuto siguiente, a sabiendas ésta seguramente de que en las localidades señaladas nadie iba a imponer a los de Cs que cambiaran de socio por un pacto cerrado en las cúpulas. No es extraño que, por esta razón, a Franco le hayan llegado aplausos y adhesiones desde los pueblos, pues Cs es un partido poco ordenado, como es bien visible. Si todo se hace a dedo, cuando el del dedo pierde pie, todo cae.

La crisis política de Murcia y su expansión al ámbito nacional permite, desde luego, lecturas políticas estrictas desde las respectivas posiciones y también, claro, los análisis fríos más objetivos. Pero no es posible prescindir en este caso de la más notoria motivación, más allá de la política: el factor humano ha sido decisivo. Y la llamada de Arrimadas a Franco tenía un tono melancólico. Demasiado tarde.