Sobre la huerta murciana, su importancia, su presente y su futuro, han corrido ríos de tinta y quizás no quepa ya duda de que lo que toca ahora es acción. La Semana de la Huerta que está desarrollando hasta el próximo domingo el ayuntamiento de Murcia en colaboración con la asociación Azacaya es un buen momento para impulsar esa reflexión colectiva para conseguir que con valentía, participación, acuerdo político, amplitud de miras y el impulso de todos, las ideas de protección y regeneración de la huerta se amplifiquen en acciones y políticas que cumplan el objetivo.

No será fácil, y seguro que a dónde tendremos que mirar para vislumbrar algo que se parezca un poco al éxito es hacia el medio plazo. Porque ocurre que son muchos y complejos los condicionantes socioeconómicos, de mercado, territoriales e incluso sociológicos que han conducido a que la degradación de la huerta sea la que ha sido, en particular en las últimas tres o cuatro décadas. Tampoco nos engañemos: este proceso no es exclusivo de la huerta murciana, sino que es compartido por todas las aglomeraciones urbanas que se han ubicado históricamente en las huertas y vegas fluviales mediterráneas.

La modificación rural y la industrialización de los mercados agrícolas impulsaron el comienzo de una radical reducción de la importancia objetiva de las huertas como nicho económico, y después el valor del suelo, infinitamente superior incorporado al puro mercado inmobiliario que utilizado como cultivos prácticamente en precario, ofreció el definitivo argumento al proceso, con frecuencia de forma amparada por una planificación urbanística no particularmente sensible a los parámetros paisajísticos.

Pero algo parece que se empieza a mover, comenzando por la sensibilización y la participación pública y a partir de ahí explorando todas las alternativas microeconómicas para una huerta del siglo XXI, todas las opciones turísticas, paisajísticas, y de modos de vida, y todas las oportunidades territoriales para hacer de la huerta una ‘matriz’ de paisaje que mantenga la calidad de vida y que además conserve mucho más eficazmente tanto el patrimonio como, al menos.

Los sectores más auténticos de huerta, los pedazos de vega más cercanos a los viejos cauces, los lugares más visibles o más singulares. Igual la huerta también tiene a futuro nuevas oportunidades microeconómicas en forma de emprendedores de la agricultura ecológica y de proximidad, el ocio o el turismo.

No sé cómo se aborda la complejidad territorial de la huerta. Quizás algunas áreas al modo de parques metropolitanos; otras en forma de áreas de baja edificabilidad; las de más allá integrándolas de modo eficaz en el policentrismo al que parece invitar el sistema de pedanías del municipio murciano; muchas a modo de ciudad-huerta que construya una malla entre la edificación y el medio, y otras tantas como áreas directamente protegidas.

Al modo que sea, pero ya a partir de ahora pensándolo y planificándolo en serio.