En la casa dónde me crié, primero se servía la comida a los niños, luego a los hombres y por último comían mis tias y mi abuela. Y sí, era un matriarcado. Cualquier mujer de las que cocinaba, lavaba los manteles, o servía la comida a sus hijos y marido, padre o hermano perfectamente podía ser originaria de los Minangkababu de Sumatra, de los Akan de Ghana, de los Jaintia de las colinas de Meghalaya o de la tribu esta que vive al norte de Nigeria, la de los Wodaabe, todas matriarcados, pero comían las últimas. De hecho se limpiaba la mesa de las sobras de mojete, de los vasos a medio gas del vino de barrilete que se compraba a granel en la Venta de la Virgen y del pan de hogaza de Corvera. Con esmero se volvía a montar una mesa más fina puesta con toda la gracia en la vajilla retro color marrón de Duralex.

Una vez tuve invitados en casa y cometí el error garrafal de servir primero a los chicos.

Los gritos despavoridos de una de las comensales llegaban al otro barrio, me llamó sometida, machista y no se cuántas lindezas más por haber puesto primero el plato a su marido. El mismo marido de que se separó hace diez años y que aún hoy está cogido por el cuello para solventar temas económicos que según ella le pertenecen por su condición de mujer divorciada, eso no es feminismo, me gustaría decirle ahora.

Recuerdo que durante una conversación con mis tias dónde el furor por criticarlas me llevó a desenterrar esta odisea de los que comían primero, terminó con una callada de boca importante. «Mira, guapa, tus tios, tu padre y tu abuelo comían los primeros porque eran los que salían a las cinco de la mañana con un camión o a montar tuberías de riego, comían antes porque apenas tenían una hora para hacerlo antes de volver al trabajo. Pero ahí el bacalao lo partía tu abuela, ella era la que decidía lo que se compraba, que se cocinaba y gestionaba el dinero que ellos ganaban con el sudor de su frente.

Y es que hace cuarenta años aún era atípico eso de la igualdad laboral y es muy complicado de entender cuando te has criado así, aunque en mi caso os diré, que las mujeres poseían la autoridad total. Las jefas eran ellas. Y siempre se ha mantenido en mi entorno un respeto sepulcral a ese estilo. Cuando ellas terminaron los estudios y comenzaron su andadura laboral, nada y todo había cambiado. En mi casa, dónde he crecido, poco se cuestionaba la actitud de las mujeres, jamás el aspecto físico fue tema de opinión o critica, nunca escuché una palabra más alta que otra acerca de su comportamiento, su forma de vestir ni su elección al elegir una carrera o a una pareja. Bueno, sí, una vez mi tía se lamentaba porque su hijo era homosexual y su hija lesbiana. Yo recuerdo a su marido diciéndole: «Antonia, y qué más dará, vengan por dónde vengan vamos a tener un yerno o una nuera; lo de los nietos ya se verá. ¡Qué grandeza esa actitud!

Y ese es el feminismo en el que creo, el de una convivencia pacífica entre hombres y mujeres, donde nadie es más que nadie, porque hemos crecido en un entorno cargado de libertad, con absoluta independencia y en total armonía. Las mujeres que me rodean han tenido la opción de elegir (siempre con matices) porque aún hoy cuesta mucho estar al nivel de los hombres, que no a su altura. Nos han vendido una moto que arranca con utopía y es necesario ese cambio, es vital. Es vital que en una entrevista de trabajo dejen de preguntar si tienes hijos o planteamiento de tenerlos. Es una crueldad. Cómo lo es que en otros te despidan por el simple hecho de quedarte embarazada. Es una aberración.

Como lo es que en el mejor de los casos la baja para cuidar decentemente a un hijo sea de 16 semanas.

Los que hablen de conciliación, que vengan y me lo digan a la cara. Tres de las cinco mujeres que hemos crecido juntas estamos separadas del padre de nuestros hijos. Y no es ser mejor ni peor, pero ninguna de las tres hemos sentado jamás en el banquillo de un juzgado a nuestro excompañero para pedir lo que por derecho le corresponde a nuestros hijos. Han/hemos sabido llegar a acuerdos verbales en los que se anteponen otros valores al económico. ¿Error? Seguramente.

Me han pedido que me pronuncie sobre algo que para mí es lo natural, la igualdad. Y he pensado en no hacerlo, en no escribir nada por carecer de un punto de vista acertado y sin respuestas definitivas que no acaben en la palabra ‘respeto’. Sólo diré que no creo estar por encima de ningún hombre, tampoco por debajo del más pintado. Creernos superiores a los hombres nos hace tan machistas como lo puedan ser ellos al pensar así.

Pero, claro, yo no siempre lo he tenido fácil, por eso es que respaldo a cualquier mujer. Y sí, podemos pensar en Benazir Bhutto, que aún llegando a ser la primera ministra en un país claramente machista y musulmán, Pakistán, consiguió su propósito aunque pagando un alto precio y siendo vilipendiada. Pensamos en Katherine Switzer por haberse atrevido a ’entrometerse’ en la maratón de Boston en una época dónde no estaba permitido, y también en las jugadoras de fútbol que cobran el 1% del presupuesto que se les paga a ellos.

Admiro a la que dice lo que siente y no se siente culpable por ello, a la que alcanza sus metas sin pedir permiso, a la que es capaz de no fingir un orgasmo para la contentura del otro, y así poder mejorar ambos. Debemos encumbrar a las que un día se atrevieron a exigir justicia y equidad, pero también agradezco a los hombres que en su momento las apoyaron. Seguro que más de un lector está pensando que vivo en el planeta de las albondiguillas rosas, pero permitidme que a estas alturas de mi vida crea en los hombres que quieran correr a nuestro lado, en pro de nuestros derechos y de la igualdad.

No quiero a los malos en este artículo; los que ponen trabas, insultan, ridiculizan, a los que golpean y tampoco pienso defender a la mujer que en pleno siglo XXI siga al lado de uno así por una cuestión económica. Las demás estamos para tenderle los brazos y hacerles saber que no están solas .

No estaré nunca tras una pancarta que dicte «hombre muerto abono pa mi huerto» . Pero sí tras la que diga «estás preciosa cuando luchas por tus derechos»; no estaré nunca tras una pancarta que diga «todos los hombres son unos cerdos», pero sí tras la que diga «lo contrario al feminismo es la ignorancia».

Canción que escucho mientras escribo:

Respect, Aretha Franklin