Estos días he escuchado a los Gobiernos de la Región y de España argumentar que los enfrentamientos aireados en los medios de comunicación por quienes forman los respectivos Ejecutivos de coalición obedecen a la normalidad democrática a la que hay que acostumbrarse.

Populares y Ciudadanos en Murcia, PSOE y Podemos en Madrid, coinciden así en regañar a los ciudadanos cuando se escandalizan al verlos proclamar sus diferencias, regatar competencias e incluso terminar descalificándose y enzarzándose en las redes sociales

Que azules y naranjas en la Región se querellen ante los tribunales y se denuncien ante la Policía por la gestión que hacen en la Glorieta o que se mercadee en San Esteban con una remodelación de gabinete a cambio de más años de presidencia, por lo visto no debería inquietar a menos de que se trate de antiguos que añoran las mayorías absolutas.

Lo mismo ocurre en Moncloa. Allí también es ‘cool’ que el vicepresidente arremeta contra la Jefatura del Estado y ponga en duda la calidad democrática del país al tiempo que el presidente defienda la ejemplaridad de la Corona y lo modélico de nuestra soberanía popular.

Seamos o no unas antiguallas por rebelarnos frente a estas conductas a lo dúo Pimpinela estas prácticas esconden las verdaderas intenciones de unos y otros para continuar en el poder y escamotear la información trascendental de la eficacia de sus quehaceres como gobernantes .

Estos ejecutivos de partidos que se soportan acaban discurriendo por vías paralelas que solo se juntan para chocar y evidenciar sus carencias.

Primero: pierden mucho tiempo en sus disputas internas por acaparar parcelas de poder, dar codazos por apropiarse de los logros y arrojarse los fracasos, y perfilar estratagemas de desgaste del vecino de consejería o ministerio. Todo un derroche de energías en detrimento del esfuerzo al que deberían dedicarse en ordenar la economía, luchar contra las desigualdades sociales, de género y mejorar el sistema sanitario en este año de pandemia.

Segundo: ponen excesivo interés en pergeñar la estratagema de intentar seguir más años en el timón, modelar a su gusto los compañeros de mesa en San Esteban, señalar a los amigos y enemigos dentro del gabinete de Moncloa o zancadillear con propuestas de última hora las decisiones que se suponían colegiadas.

Los nuevos tiempos de la cultura de coalición carecen, sin embargo, de lo que realmente está a la moda y de lo que exigen los administrados: que se vistan políticamente de transparencia, tanto ellos como ellas.