Ellas ya lo sabían, pero en este último año la humanidad entera ha sido testigo de que allí donde se cruzan los destinos del mundo están las mujeres.

Apenas habían celebrado el 8 de Marzo, hace ahora un año, cuando recibieron los reproches por haber salido a las calles. Por cierto, paradojas del destino, esa culpabilización es la que ahora tiene que soportar el movimiento feminista una vez más. A los pocos días hombres y mujeres tuvimos que confinarnos y las casas se convirtieron en el refugio para poder atender a nuestros hijos y a nuestros mayores. También en improvisadas aulas, donde especialmente las madres se convirtieron en maestras y afloraron, en muchos casos, sus carencias formativas y la escasez de recursos. O en espontáneas oficinas repartidas en las habitaciones, la cocina o el comedor. Incluso salas de aislamiento desde las que hacer frente al virus. Descubrimos que habitar un reducido espacio es fuente de conflicto y hemos tenido que sembrar mucha paz en la familia, porque la situación ha sido dura.

En estos doce meses tampoco ha resultado sencillo salir a la calle para ganar el pan de nuestros hijos. Ellas se han jugado la vida limpiando casas y oficinas (cuando pudieron entrar), despachando en las tiendas y comercios, cuidando ancianos, completando las cuadrillas en el campo, atendiendo enfermos en los hospitales, enseñando en las escuelas y sirviendo en las terrazas de los bares. La pandemia triplicó su carga de trabajo y eso lo saben muy bien quienes han sufrido en su cuerpo los efectos del sobreesfuerzo, porque este tiempo ha vuelto a pasarles factura.

Esta enorme crisis sanitaria, económica y social ha permitido constatar lo que las mujeres aportan en la economía familiar y comunitaria y, sobre todo, en la atención a la pandemia. Lo han hecho como técnicas y profesionales de la salud, estando en primera fila. Como líderes, guías espirituales y promotoras de salud integral familiar y comunitaria, aportando conocimientos y experiencias desde diversos campos, especialmente en la economía del cuidado, reduciendo los fatales pronósticos que se vaticinaban ante la vulnerabilidad económica, social y política. Resuenan con fuerza las palabras de Proverbios, donde se les reconoce «vestidas de fuerza y dignidad, sonriendo ante el día de mañana».

Nunca lo han tenido fácil, pero jamás han desfallecido. Unidas a millones de mujeres y hombres en todo el mundo para sentir que somos una sola voz en el recuerdo de quienes han luchado por la dignidad de la mujer desde hace varias generaciones. La confianza de María y de aquellas mujeres que se sintieron reconocidas por Jesús, hace ya más de 2000 años, nos anima a todos a seguir adelante.

Con una mirada que tiene, eso sí, muy presentes, a quienes este año se han quedado en el camino, en especial las mayores en las residencias de ancianos y hospitales. También, por supuesto, las que han caído como víctimas de violencia de género a manos de sus maridos o parejas. Y lo hacemos con el compromiso en una lucha que no se acaba con la conmemoración de este día, para el disfrute de una vida plena expresada en la ternura, el amor, la solidaridad y la justicia.

Este texto está basado en el manifiesto que la HOAC de Murcia ha hecho público con motivo de la celebración del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer.