Mirar el rostro, propio o ajeno, siempre ha sido un bucear en la condición humana. Un indagar en aquello que habita en nosotros y en otros en los que nos podemos ver reflejados. No en vano se ha apuntado por diversos autores: «todo retrato es un autorretrato». Interesante sería estudiar cómo artistas dispares han plasmado atrocidad y ternura en los rostros con que se han llenado galerías, templos y museos a lo largo de los siglos.

Si pienso en los conceptos retrato y siglo XVII, es inevitable que venga a la mente la figura de ese titán llamado Rembrandt. El holandés que se miró a sí mismo (como pocos han hecho en la historia) una y otra vez, dejándonos la que, posiblemente, sea la mejor colección de autorretratos de un artista en la historia de la pintura. Rembrandt dibujó su tiempo: el tiempo lozano y embriagador de un joven dispuesto a engullir y triunfar en la Holanda de su época. También nos dejó la postrimería de su último retrato, realizado a la edad de 63 años. Tiempo, rostro y vida en la profundidad lumínica de sus cuadros.

Pero no quiero centrarme en el maestro barroco de los Países Bajos ni tampoco en sus conocidos autorretratos. Les invito a acercarse a una mujer muy cercana en el tiempo y el espacio al pintor flamenco, ambigua en sus datos biográficos, exquisita en sus bodegones y naturalezas muertas, recluida y un tanto olvidada. Hablo de la pintora Clara Peteers.

El bodegón alcanzará en el barroco cotas nunca antes vistas y será verdadero protagonista de numerosos lienzos. Desde la sobriedad cartujana de Sánchez Cotán a la opulencia opípara de Peteers, pasando por multitud de dispares artistas europeos. Un género que se recreaba en el placer de lo tangible y sensorial pero que, en la mayoría de ocasiones, escondía un simbolismo rico y profuso, pocas veces alcanzado por pinturas de apariencia tan cotidiana.

De Clara Peteers sabemos poco. No está claro si Peteers es o no su apellido real. Tampoco si estuvo casada o permaneció soltera. Incluso, desconocemos, con exactitud, sus fechas de nacimiento y óbito. Todo eso parece acercarnos a una artista en la que genialidad y misterio se aúnan. El bodegón fue su tema por excelencia, alcanzando cotas de enorme calidad y que le valieron un gran aprecio de su trabajo en vida. Hoy día se consideran suyas indiscutibles casi una cuarentena de lienzos. Se encuentran repartidos por todo el mundo y muchos de ellos en colecciones privadas. Destacar, por su calidad, las cuatro extraordinarias obras que conserva el Museo del Prado.

Pero, además de lo singular comentado hasta ahora de esta mujer que vivió la transición de los siglos XVI y XVII, hay que resaltar lo que más popularidad le ha dado en tiempos recientes: la costumbre de autorretratarse, casi de incógnito, en el brillo esférico de las lozas y orfebrerías representadas. La pregunta es inevitable: ¿Qué pretendía con ello la artista? ¿Era una reivindicación de su persona, de su femenino rostro en un mundo regido por hombres?

No podemos responder con certeza a éstas ni a otras preguntas relacionadas con la artista. Lo único claro es que nos encontramos ante una pintora que tiene conciencia de tal y que, con su rostro escondido entre flores, platas y alimentos, desafió al tiempo que la encumbró y condenó. Es posible que no realizara otras temáticas porque no la dejaran. Otros géneros de mayor envergadura parecían estar restringidos exclusivamente al pincel masculino como, por ejemplo, al de Rubens. ¿Imaginan a una mujer pintora a principios del siglo XVII, estudiando anatomía y prodigándose en la representación del cuerpo humano? Por desgracia, es mucho imaginar, aunque algunas excepciones hubo.

A Clara Peteers debe el Prado su primera exposición dedicada a una mujer. Nosotros debemos a Clara Peteers la delicadeza exquisita de sus texturas y composiciones, pero lo que es más importante: sus autorretratos camuflados son una evidencia del orgullo de su condición de artista, de su condición de mujer creadora.

En cada uno de ellos la artista nos mira y susurra: «Esta fui yo, la pintora de los bodegones más celebrados que desafió al tiempo con su pintura».