Cuando escuchas la palabra metafísica te echas las manos a la cabeza. Piensas que nada tiene que ver con nuestras realidades cotidianas. Pero, ¿y si te muestro cómo la metafísica articula nuestras esperanzas y miedos hablándote de un barrio de Murcia?

Primero vayamos a lo filosófico. A través de la distinción entre potencia y acto, Aristóteles planteaba en su Metafísica una teoría de la transformación de los seres y objetos. Lo ilustraba con un clásico ejemplo: una pieza de bronce es en acto una pieza de bronce, pero tiene la potencialidad de convertirse, entre otras cosas, en una escultura. Si un escultor esculpe esa pieza de bronce ha actualizado la potencialidad que esa pieza de bronce tenía de transformarse en escultura. La potencia para Aristóteles sería, por lo tanto, la capacidad de las cosas para convertirse en aquello que no son aún, pero en lo que potencialmente pueden transformarse. La potencia, señala el filósofo Brian Massumi, existe en el presente, pero sólo de forma virtual, en el modo en que es imaginado el futuro. Por ello, recientemente el estudio de la potencialidad ha sido retomado por antropólogos y sociólogos interesados en conocer cómo la gente aspira, imagina o especula sobre el futuro; lo que David Knight y Rebecca Bryant han llamado ‘orientaciones al futuro’.

Ahora vayamos a lo sociológico. La socióloga Elena Gadea mostró como, en plena ebullición de la burbuja inmobiliaria, la ciudad de Murcia luchaba por ‘reescalar’ a nivel nacional; es decir, por subir puestos en la jerarquía de ciudades españolas a través de planes de reestructuración urbana que reflejaba patrones neoliberales similares a los de otras ciudades a nivel global. El sociólogo Andrés Pedreño y la geógrafa Mercedes Millán explicaron cómo en esos años, los barrios del centro, envejecidos y desatendidos, comenzaron a vaciarse de un sector de población española con facilidad para endeudarse y comprar nueva vivienda, principalmente en las zonas del norte de la ciudad. A su vez, esos barrios del centro (El Carmen, Santa Eulalia, San Juan, La Paz, Vistabella) comenzaron a recibir población con menos recursos económicos, principalmente —pero no solamente— inmigrantes.

Abandonado y degradado, La Paz jugó un papel muy importante en los planes de reestructuración y re-escalamiento de la ciudad. En 2004, un promotor inmobiliario presentó un proyecto que prometía demoler las 1501 viviendas del barrio, y levantar los rascacielos más altos de la ciudad, dando a los propietarios un nuevo piso con ascensor y garaje a cambio de sus viviendas. Esto generó unas expectativas esperanzadoras entre una gran parte de los residentes del barrio, aunque no entre un grupo de personas que se opuso a ese proyecto desde el principio.

Además, el promotor aseguraba que su proyecto transformaría la ciudad de Murcia como tal. El barrio de La Paz pasaría de estar en la órbita de barrios vulnerables de una ciudad media a definir el skyline del área metropolitana de Murcia, que pasaría a su vez a formar parte de la órbita de ciudades paradigmáticas como Nueva York, París o Tokio.

Ha habido, sin embargo, otros barrios de La Paz potencialmente esperanzadores para otras personas más allá del proyecto del promotor: la ‘ciudad maclada’ de Javier Peña; o el proyecto de renovación urbana e intervención social que piden algunos activistas del barrio, que continúan insistiendo en la responsabilidad histórica y moral del Estado (léase Ayuntamiento y Comunidad Autónoma) con sus residentes.

Pero también hay potencialidades oscuras, futuros amenazantes movilizados por el miedo que también genera el proyecto del promotor: el miedo al fracaso de una convivencia que aún no ha empezado, por no saber en qué vivienda estarían destinados cada uno de los vecinos en el potencial nuevo barrio. Y, sobre todo, el miedo a la amenaza de una gentrificación velada, a que todo aquello que aparece como el fácil trueque de una vivienda devaluada por una nueva y revalorada se convierta en la expulsión de sus residentes más desfavorecidos o la pérdida de sus propiedades si el proyecto vuelve a comenzar y vuelve a ser abortado.

Aunque ha habido muchos barrios de La Paz en potencia, solo tenemos un barrio de La Paz en acto: un presente agotado y tremendamente desigual para la mayoría; que sigue siendo más aterrador que cualquier futuro que se pueda anticipar; en el que las únicas potencialidades actualizadas han sido la demolición de la escuela infantil y el aumento imparable de la pobreza, el desempleo y la vulnerabilidad social de sus residentes. Por eso, es hoy más que nunca necesario retomar esta cuestión, y alcanzar un consenso sobre qué barrio de La Paz de los muchos que hay en potencia, debería convertirse en acto.

Universidad de Tubinga

forociudadano.org