«Hola, Cris. Oye, ¿qué me llevo? ¿Qué tiempo hace en Abu Dabi, tía? Ya he cogido los sombreros, media docena que he puesto en la maleta, porque yo, sin sombrero de ala ancha, me siento como en camisón. ¿Tendremos que ponernos velos? Seguro que si vamos a ver al príncipe habrá que taparse bien tapada, como siempre. No puedo soportar el machismo de esta gente por muy amigos de papi que sean, pero, vamos cualquiera dice algo ahora, con lo bien que se están portando con él. Perdona, un momento, Cris. ¡Hijo!, deja esa escopeta. A ver si te vas a pegar otro tiro Dios sabe dónde. Joder contigo, nene, ya. A ver si te vas con tu padre una temporada, hijo mío, que hay que ver el coñazo que das. Bueno, a lo que iba, que si me pongo de primavera o de verano, porque allí, de invierno, nada de nada, ¿no?»

«Pues, mira, Helen, yo me llevo de todo, por si acaso, y, en la cabeza me voy a poner una cosa que me regaló mi suegra y que la tengo sin estrenar porque no sé si es un echarpe o un cubrecama. Una cosa de esas que llevan ellas cuando van a misa, que ni es mantilla, ni velo. Pero estoy deseando irme. Por papá y por quitarme de en medio. Es que no puedo dar un paso por ningún lugar de España sin que la gente me mire con antipatía, tía, por lo de mi marido, claro, que él está en la cárcel, pero la que está fuera soy yo, y, todavía, en Suiza, tienen un pase la cosa, pero lo que es aquí, tela marinera. Y, luego, bregando con mis hijos, que ya sabes que tengo un montón y dan muchísimo la lata. Aunque el mayor me ayuda con sus hermanos, dándole un guantazo a alguno o alguna de vez en cuando, pero esto de criar hijos sola es un rollo de mucho cuidado. A ver si ahora que a él lo van a dejar salir con lo del tercer grado todo mejora, aunque, ya se lo dije, yo no me voy a Vitoria a vivir con mi suegra ni de coña. Que es muy buena, sí, pero muy vasca también. No sé si me explico».

«Escucha, ¿cuántos escoltas te llevas? Yo tres, hija, porque, sin escoltas no me encuentro. Por cierto, ayer le eché a uno de ellos una bronca de tres pares porque llegó tarde a recogerme de la empresa. Me dijo que se le había perdido un hijo, o no sé qué. Y también le eché una bronca a mi secretaria, y otra la limpiadora. Y, ¿sabes lo que te digo? Que me sienta bien abroncar. Ya me pasaba con mi marido, que le pegaba unos gritos que se quedaba de piedra, el tío. Y a los escoltas no les hace ninguna gracia viajar ahora con lo de la covid, pero sus buenas dietas que se llevan. Creo que un desembolso de 33.000 euros le va a costar al ministerio. Pues, mira, que paguen».

«Oye, una cosa muy importante, no se te ocurra decirle a nadie que nos van a vacunar allí en cuanto lleguemos. Es un favor que nos hace el príncipe. Y es que, a ver, no vamos a estar esperando a que nos toque como todo el mundo. Por algo somos quienes somos. Por cierto, tu hermanito y la lagarta de su mujer no se han vacunado siendo ellos la primera autoridad del Estado. La vacuna número 1 me hubiera puesto yo si hubiese sido la heredera, como me correspondía, pero ‘las mujeres no, si hay un hombre es él heredero’. Cago en la ley sálica y en tó».

«Vale. Pero no te creas que estoy yo muy tranquila con eso de la vacuna. Como se enteren aquí nos van a poner desventuradas. Y buenas están las cosas para que se hable todavía peor de nuestra familia. Y es que el papá... Ya sé, ya sé lo que me vas a decir, que tú siempre has sido su ojo derecho porque te ibas a los toros con él, pero lo de la tía esa, la querida, me tenía frita. Un putón verbenero es lo que era. Y mamá ahí, tragando, ¡11 años! Y el tonto del higo le pasa sesenta y cinco millones de euros. ‘Guárdamelos tú, que a mí me abultan mucho’, le dijo. No te jode, el vejestorio. Ahora ella, con su nene, que a lo mejor es también nuestro pariente, tan feliz, forrada de pasta. ¿Sabes lo que te digo? Que me gustaría que Hacienda se los reclamara y tuviera que devolverlos. No han sido para nosotras, pues tampoco para ella, joder».

«Bueno, te voy a dejar que me tengo que hacer la trenza. Mañana a las 7 nos vemos en el aeropuerto. Un beso, bonita».

«Otro para ti, mona’».

«¡Nene!, ¡deja la escopet….!».