Nadie sabe qué hacer con este impresionante monumento, mientras que la Asociación de Amigos del lugar reclama que se expropie y se restaure en condiciones, se completen las excavaciones y se ponga en valor y sea visitable

Han vuelto a abrir un socavón en los muros medievales del monasterio de San Ginés de la Jara. De vez en cuando, me siguen diciendo algunos lectores que a ver si escribo sobre este lugar lleno de historia sobre el que se han transmitido muchas leyendas y que, en los últimos años, se halla sumido en un lamentable estado de abandono y destrucción. Ya he hablado en varias ocasiones sobre este monumento con el que tantos lazos vitales, afectivos y culturales tengo, pero creo que sigue siendo necesario dedicar de nuevo unos párrafos a este emblemático Bien de (des)Interés Cultural de la Región de Murcia.

La defensa de nuestro patrimonio no es un asunto menor, ni para personas ociosas, ni para románticos, ni para nostálgicos. Conservar, conocer y poner en valor nuestro patrimonio cultural, festivo, histórico, arqueológico, monumental y natural es fundamental para saber quiénes somos y de dónde venimos, sí, pero también para seguir avanzando, para ser mejores y para promocionar nuestros territorios como foco de atracción de un turismo que ya no se sustenta únicamente con el sol y la playa, ni mucho menos con el ladrillo y hormigón a mansalva.

Nos va la vida en la tarea de cuidar nuestro entorno, de recuperar los paisajes asolados por la sobre explotación de la agricultura intensiva y extensiva, de limpiar zonas contaminadas como las sierras mineras, la Bahía de Portmán o salvar ya, de manera urgente y decidida, el Mar Menor.

Pero entre todas estas tareas urgentes, no podemos dejar siempre para mañana la restauración del patrimonio arqueológico y rural que enriquece nuestra Región, además de las grandes ciudades. Si hay 230 molinos de viento en ruinas no basta con remozar por fuera dos o tres en Cartagena y otros tantos entre Torre Pacheco, San Javier y San Pedro del Pinatar. Sé que muchos dirán que mientras haya otras necesidades…, pero eso es ceguera de quienes no ven que La Mancha no tiene ni un solo molino sin restaurar, y no digamos otros lugares como Mallorca, Italia, Holanda, Grecia… La restauración del patrimonio no es un gasto, sino una inversión para hacer más atractivo el paisaje y atraer el turismo cultural.

Cartagena emprende ahora un apasionante camino de promoción de las baterías de costa y quiere optar a la declaración de Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. La ciudad está llena de tesoros arqueológicos como el pujante teatro romano o el magnífico anfiteatro al que le quedan años de restauración. Pero estas tareas pendientes, y que exigen grandes presupuestos, no pueden relegar al abandono al resto del patrimonio del municipio, de la Comarca y de la Región. Y ahí está La Bastida, pero, insisto, ahí está el patrimonio rural, los molinos de viento, las casonas y este monasterio medieval que sigue clamando frente a la dejadez y la ceguera de quienes matan de hambre a la gallina de los huevos de oro.

El monumento de la Jara no es solo una iglesia abandonada que vemos cuando vamos en coche a La Manga. Cuando miramos a la izquierda, lo que observamos es la punta del iceberg de un enclave aún por excavar, un lugar único que atrajo a varias civilizaciones durante milenios y que aún está por descubrir, que aún está en peligro de desaparecer y, sobre todo, que estamos desaprovechando como brutos inconscientes. Lo que mucha gente ignora es que aquí confluían peregrinos de Andalucía, de toda España y hasta de Europa. Sabemos que el Camino de Santiago fue una ruta de devoción, pero también el fruto de una gran campaña para repoblar el norte de la península y para atraer visitantes y comercio, y eso mismo estuvo a punto de suceder en este hermoso rincón junto a nuestra laguna salada, aunque al final no se supo aprovechar.

Durante siglos fueron muchos los ermitaños que vinieron a retirarse al monte Miral, un sitio donde ya habían estado los romanos (hay restos de villas y también de las explotaciones mineras) y donde también los íberos y, miles de años antes otros seres humanos primitivos.

Durante la dominación árabe se construyó una de las más imponentes torres defensivas de la zona, de la que aún quedan tres pisos, formando parte del propio monasterio, adherida a ella se estableció un morabito musulmán, que empezó a atraer a fieles de zonas lejanas. Durante mucho tiempo, los cristianos y musulmanes compartieron peregrinaciones a este lugar, unos veneraban a San Ginés y otros a un santón árabe, en una confluencia pacífica y respetuosa de la que hablan maravillas las crónicas medievales.

Se dice que un tal San Ginés vino de Francia y se quedó a vivir en esta zona, maravillado por sus vistas y el vergel fruto de sus abundantes aguas. Con los siglos se construyeron nueve ermitas en el monte, en lugar de las primeras cuevas y abajo, los agustinos en el siglo XIII levantaron un monasterio que, ya en el siglo XVI, ampliaron los franciscanos con la ayuda de los marqueses de los Vélez, cuando ya eran famosos sus huertos, sus flores y sus naranjas, tal como escribió Francisco Cascales. También llegaron hasta aquí los ganados y las gentes de la Mesta, en su última estación de la trashumancia, celebrándose cada año, en torno al monasterio, unas fiestas, mercado y feria de ganado multitudinaria y de gran renombre que, en la práctica, eran las fiestas más grandes de Cartagena. Sobre el monasterio se han escrito muchos libros, cuentos y novelas, que dejaré para otro día, pero fue después de la desamortización de Mendizábal, en 1837, cuando pasó a manos privadas e inició el camino de la decadencia y hoy el desastre.

En los últimos años, este Bien de Interés Cultural ha desembocado en ser moneda de cambio para aquel proyecto de Hansa Urbana de construir una macrourbanización, hoy paralizada por la Justicia, con hoteles y campos de golf en la zona. En la actualidad hay un contencioso entre La Comunidad Autónoma, el Ayuntamiento de Cartagena y los bancos que administran los restos de Hansa y el resultado es que el monasterio sigue cerrado, sin abrirse al público, tal como establece la ley, con una lamentable reconstrucción con hormigón y ladrillo del nueve, que por suerte se paralizó y con la iglesia destruida por dentro, las torres abandonadas y el recinto y los huertos llenos de maleza y con las antiguas construcciones adyacentes en estado de ruina.

Nadie sabe qué hacer con este impresionante monumento, mientras que la Asociación de Amigos del lugar reclama que se expropie y se restaure en condiciones, se completen las excavaciones y se ponga en valor y sea visitable.

Por lo pronto, desde la Dana de septiembre de 2019, gran parte de sus muros se vinieron abajo y aún no se ha hecho nada al respecto, y esta semana, los desaprensivos han vuelto a hacer un agujero en el edificio para acceder y seguir destrozando en el interior o seguir buscando diablos, espíritus y voces. Pero los verdaderos diablos se lavan las manos y la única voz que nadie escucha es la del monasterio.