Veo en las redes la difusión de la espléndida expo sobre mitología de los grandes maestros europeos del XVI y el XVII, en el Museo del Prado. Si puedo, acudiré a verla. Y me pregunto si habrá aumentado o no, luego de cuarenta años de democracia en España, el interés por ver, gozar y pensar esos cuadros en este país nuestro de tanta secular indigencia popular en instrucción y educación. Me temo que la respuesta sea negativa. Pocos trascienden lo que nos manifiesta un cuadro. Sobre todo, un cuadro grande. Grande, no por su tamaño, sino por la lectura de la realidad que nos hace. O de la irrealidad. O de la espiritualidad, etcétera. Si encima trata tema mitológico, la ultima ratio del cuadro puede ser arcana.

Pero la pintura de mitos tiene un valor añadido, distinto del que nos ofrece la pintura religiosa o simplemente civil. La mitología greco-latina es un compendio de saberes mistéricos, que adquieren forma en unas historias, no ya tan sólo inmortales, no ya tan sólo interesantes o ejemplares. Son arquetipos que ordenan las relaciones humanas de una manera específica. Como los mitos hebreos, que lo hacen de otra forma. Los mitos clásicos nos importan porque son carne de nuestra carne y alma de nuestra alma. Son raíz y alma de raíz. Y su plasmación en lienzo y óleo nos impone una lectura que, entre lo superficial obvio (nunca desdeñable por el ‘sabedor’), y lo profundo inadvertido, satisface el espíritu de quien lee, contempla, medita y concluye sobre el cuadro.

La época expuesta refleja un tiempo en el que el mito era el éxtasis del contemplador de cuadros. Una afición que gozó secularización en ese tiempo que coincide con el llamado Siglo de Oro español. Muchos de los cuadros que vemos, o son obra de españoles, o se hallan en España. Un orgullo que nos cabe. Tener un orgullo no es enorgullecerse. Toda época reinterpreta los mitos. O debía interpretarlos. Son un lenguaje universal de los comportamientos y sus consecuencias. Y de todos los factores que entre esos dos imponderables intervienen.

Pero no me quiero ir de la idea del principio. Los mitos, entre la juventud, no se conocen en general, salvo los que han sido traspuestos a los superhéroes de las series de dibujos y no dibujos. Los mitos se meditan; aunque también se vean y se gocen. Sus historias tienen argumentos muy bien encadenados, cuya secuencia lleva, como un laberinto, bien al fatídico centro de condena, bien a la liberadora salida. Como la misma realidad. La ejemplaridad de los mitos va más allá de su lección moral.

Nadie, acaso, más sereno que nuestro Velázquez para dejarnos su sosegada visión de unos cuantos mitos, a los que él hizo aún más inmortales. Humanizó a los dioses, y, por ende, nos divinizó a todos. Acudid a los mitos.