Hace un año empezábamos a oír con incredulidad que un virus letal, que venía de China, estaba invadiendo el resto del mundo a paso rápido. Recuerdo cuando se empezaron a cancelar eventos de alcance mundial, y cuando empezaron a arder las redes con los peligros de celebrar el Día de la Mujer. A los pocos días de aquello, yo misma les dije a mis hijos que trajeran del cole todo lo que considerasen necesario para no volver en un tiempo, al menos hasta que supiéramos qué demonios estaba pasando.

El resto de la historia, hasta el día de hoy, ya la conoces: caos político y económico, declive de las instituciones, paro galopante… Y fallecidos, muchos fallecidos. En los libros de historia se estudiará todo esto. Pasarán a la historia Wuhan, el covid, las vacunas y todo lo que ha traído la pandemia.

Pero muchas historias que han ocurrido, de personas heroicas, o simplemente optimistas en la adversidad, probablemente no pasarán, y nunca se conocerán, a pesar de haber sido piedras angulares en sus familias o en sus trabajos.

Será así, porque este año ha resultado, más que nunca, el año de las virtudes de las mujeres. Ha sido el año en el que, si hemos sobrevivido, o sencillamente salido adelante, ha sido porque hemos puesto en práctica virtudes tradicionalmente femeninas. El solo hecho de aceptar el largo camino que, de la noche a la mañana, se nos ha abierto delante, es una de las virtudes que tenemos.

La ‘tercera guerra mundial’, como algunos llamaban al principio a la pandemia, no se combate con golpes en la mesa ni exhibiciones de poderío armamentístico. Las armas eficaces frente al virus han sido la serenidad, la paciencia, la resiliencia, el resistir, o el ingenio agudizado por la necesidad. Ese vivir silencioso, pero eficiente, tradicionalmente femenino. El trabajo digno y callado.

Cuando estalló el contagio masivo, fueron las dirigentes femeninas quienes mejor aguantaron los primeros envites. Cuando todo era incertidumbre y miedo, fueron los países dirigidos por mujeres los que mejor y más eficazmente resistieron frente al virus.

Hoy, un año más tarde, el eco de la manifestación del 8-M sigue de fondo. Probablemente se celebrarán actos, y mucha gente saldrá a la calle a celebrarlo. Pero después de un año en el que nos han pasado un rodillo por encima, lo que hay que celebrar este 8-M es que, si seguimos en pie, y si tenemos posibilidad de recuperar nuestras vidas, es gracias a que de modo colectivo se ha puesto en práctica el arte de poner el lomo y arrimar el hombro sin pedir cuentas, y la voluntad firme de hacer frente a lo que viene, tan profundamente femenina.

Vivan las mujeres. Viva la visión femenina. Esta guerra la ganamos.