Ya casi nadie se acuerda de aquel término acuñado en Moncloa y repetido durante la primera ola de la pandemia: la nueva normalidad.

Era el soniquete de cada intervención sabatina en primavera del presidente Sánchez: profetizaba una tierra prometida en la que, cautivo y desarmado el coronavirus, viviríamos en la abundancia de los Fondos Europeos entre la armonía, la alegría y la prosperidad de todos los ciudadanos sin excepción. Eso sí, con la mascarilla a mano por si un repentino brote del patógeno echado al monte importunara semejante maravilla de país .

Aquello se nos quedó obsoleto por culpa de las olas sucesivas, los continuos retrasos y la manía de los políticos de guiar a los votantes con la zanahoria y el palito cuando les prometen lo que la evidencia científica y los cálculos matemáticos lo demuestran del todo imposible.

Mientras los investigadores se venían desgañitando antes del calor con la advertencia de que relajar las restricciones antes de tiempo iba a ser una temeridad, nuestros gobernantes buscaban el perdón por tanta ineficacia sanitaria dejándonos ir a la playa. Luego a ver las lucecitas de Navidad con las consecuencia conocidas. Quién sabe si harán lo mismo en Semana Santa.

Cuando los laboratorios de las vacunas contratados por la Unión Europea se pusieron de perfil desde el minuto uno llegado el compromiso del suministro, aquí se insistía en que el 70% de la población estaría inmunizada antes del verano. Luego durante el estío. Y ahora se aventura que para cuando termine esta estación. ¿Qué será lo siguiente, el puente de la Constitución?

Ni rastro de la nueva normalidad. Ni siquiera en el quehacer de los que nos mandan, enfrascados en sus viejas fórmulas de querer convencer de lo imposible y de repartirse el poder por cuotas allá donde pueden.

Ni los viejos ni los nuevos partidos, esos que llegaron con la vitola de la regeneración democrática, renuncian a las tradicionales fórmulas de reclutar a los suyos o a los que les son fieles a sus ideales para cubrir, en proporción a los votos, plantillas del Consejo General del Poder Judicial, del de Radio Televisión Española o el Defensor del Pueblo.

Por no hablar en Gobiernos autonómicos, de Consejos Jurídicos, de la Transparencia o de otras corporaciones donde por encima de las camisetas azules, rojas o naranjas debería imponerse el mérito y la capacidad. Pues eso: la normalidad ‘viejuna’es lo que nos espera más adelante.

Sin sorpresas.