Hace unas semanas se hizo público que la princesa Leonor, a la postre futura Jefa del Estado en el que usted y yo vivimos y nacimos, va a completar su formación secundaria en un prestigioso colegio de Gales.

Más allá de si el castillo que acoge a la institución es espectacular o no, o de si el precio es desorbitado o modesto (díganme si invertir menos de 100.000 euros en que la futura reina reciba la mejor educación posible es una cuestión de elitismo o de necesidad nacional), lo cierto es que, efectivamente, el sistema educativo en el que va a estudiar no tiene parangón.

Lo digo con el corporativismo propio de una exalumna que tuvo la inmensa suerte de estudiarlo hace ya doce años en un lugar algo más caluroso que el Reino Unido y definitivamente con menos glamour que aquél. En mi caso, en el IES Alfonso X en la murciana avenida de Juan de Borbón, en el que el alumno más exótico era de Alcantarilla; mientras que la princesa estará rodeada de estudiantes de más de sesenta nacionalidades entre los cuales seguro que españoles estarán ella y como mucho un par de afortunados más.

El sistema educativo del Bachillerato Internacional, e insisto en que hablo desde la experiencia personal, es lo mejor que le puede pasar a cualquier estudiante que se precie. Lejos del sistema memorístico propio de nuestras sucesivas leyes educativas, en el que la meritocracia brilla por su ausencia, el IB (por sus siglas en inglés) crea ciudadanos críticos, comprometidos y con capacidad de raciocinio propio más allá de los límites de lo establecido.

El sistema obliga al estudiante a estudiar seis materias, una de cada uno de los siguientes bloques: lengua materna (esencialmente literatura universal en el idioma correspondiente), lengua extranjera, matemáticas, ciencias sociales, ciencias naturales y artes. En cada bloque hay innumerables asignaturas alternativas, de entre las cuales Leonor podrá elegir cualesquiera. En Murcia, por cuestiones de presupuesto, sólo teníamos un par de alternativas.

Esas seis materias se dividen en tres en nivel superior (con un grado de profundidad superior al de muchas materias universitarias) y otras tres en nivel medio. Ello se completaba con una monografía (trabajo de investigación de 4.000 palabras sobre un tema de la libre elección del alumno), un ensayo de Teoría del Conocimiento sobre razonamientos filosóficos, y 150 horas certificadas de creatividad, acción y servicio comunitario.

Los exámenes de cada materia, realizados en todo el mundo al mismo tiempo y corregidos por examinadores que se encuentran en la otra punta del mundo y bajo un sistema de evaluación completamente anónimo, huyen de los planteamientos y ejercicios rutinarios y memorísticos. Así, por ejemplo, en un examen de Historia no preguntarían por la política exterior de Franco, sino sobre si el acercamiento al peronismo pudo influir en el desbloqueo de las relaciones con EE UU (algo que, evidentemente, jamás aparecería como tal en los apuntes).

El IB es un sistema educativo tremendamente exigente, que prepara a los alumnos para el duro mundo competitivo que es la Universidad y, desde luego, el mercado laboral.

La princesa Leonor va a pasar dos años encerrada bajo un flexo con miles de trabajos y apuntes que le van a hacer llorar más veces de las que reirá. A pesar de ello, cuando dentro de unos años lo recuerde, sabrá que si va a ser la mejor reina de todas las monarquías españolas que se precien será, en parte, gracias al esfuerzo y sacrificio que aprendió en el IB.

Si tienen hijos en edad escolar, ni lo duden. Su camino al éxito empieza en el Bachillerato Internacional. Y nosotros, en Murcia, lo tenemos aquí. Exprimámoslo.