Encarna, la amiga, la buena hermana Encarna, a la que nunca vimos enojada ni maldiciente, la que tenía siempre la sonrisa en la boca y la palabra oportuna de comprensión o de alivio. Encarna Díaz, generosa, servicial, respetuosa, dialogante, pronta y sencilla, sin mota de malicia. Encarna, también, intuidora de causas nobles, adherida a ellas por instinto, sin ruidos estridentes, tenazmente. Y por eso la Encarna luchadora, siempre dispuesta a trabajar por difundir el bien, y en primera fila a la hora de luchar por la paz y el bienestar de los hermanos ―mujeres y hombres― necesitados de luz. Encarna catequista, preocupada por cada uno de sus niños, inquieta por llegar hasta sus corazones tan tiernos con la música callada del mensaje de Cristo. Abarcando con su mirada, tan dulce siempre, los problemas de esas tiernas criaturas que Dios,―decía ella,― «puso en mis manos». Estaban, asimismo, las familias. ¡Los padres primeros educadores! Ahí en la Escuela de Padres, en esas reuniones donde bullían los problemas familiares, en esas charlas de personas documentadas, y de sabios sencillos se encendían las luces de las inteligencias y los propósitos de las mejores actitudes.

Eras, Encarna, el alma de muchas cosas. Por eso hay pérdidas en las que se ha notado tu ausencia. Y por eso, también, desde tu muerte, tan dolorosamente sentida, se ha hablado mucho de ti. En escucha apretada, como queriendo asirte, mantenerte, nunca perderte.

Encarna: te sentimos viva, más que nunca, con la antorcha de tu fe, con tu actividad incesante, con tu defensa de los pobres, con tu corazón sin fronteras y, por encima de todo, por ser mujer gozosamente creyente.

La muerte de Encarna nos duele y nos conmueve, nos grita su ausencia pero sabemos que es el tránsito a Dios, a las manos del Padre, y eso nos conforta. Encarna, hermana, te hallas viva, nueva, más allá de la muerte. Has entrado para siempre en el invisible Reino de Dios.

Lo decimos y lo creemos. Estamos contigo en comunión. Lo creemos. Contamos contigo. Lo creemos. Contamos con tu presencia bondadosa. Lo creemos. Encarna, compañera, amiga, hermana, no podemos dejar de llevarte por nuestras lágrimas que llevan el trasfondo alegre de saberte feliz en el cielo.

Publicamos a continuación un artículo de Encarna que nos ayudará a conocerla.

¿Cristiana Mayor? ¡Ya me gustaría!

Por supuesto, soy cristiana. Me hicieron miembro de la comunidad cristiana en la pila bautismal de mi iglesia entrañable de Santomera. Allí confirmé mi fe y, desde entonces, he procurado ajustar mi vida al mensaje salvador de Jesucristo e, incluso, he intentado modestamente transmitirla a todos desde el oficio de catequista. En él llevo muchos años.

Sí. Soy cristiana. Pero ¡Dios mío!, que me llamen «cristiana mayor» me parece título excesivo para mí; ya me contentaría con ser una pequeña, sencilla y humilde cristiana, en todo consecuente con mi profesión de fe. ¡Claro! Me gustaría ser Cristiana Mayor, cuando sé muy bien que no llego ni a ser la más pequeña… Pero aquí y ahora cristiana mayor significa otra cosa. No es definición como creyente, sino un título festero que me han dado como un regalo alegre los buenos amigos de la comparsa Caballeros y Damas del Ampurdán, de nuestras fiestas de Santomera. Muchas gracias. Y ya que me han honrado con tan alto y noble título, déjenme, desde mi sencillez, y contando con su benevolencia, que les diga unas pocas cosas:

La vida, con su trabajo y su rutina de cada día, con sus dolores y sus gozos, necesita esos paréntesis festivos que son las fiestas. Colaborar en ellas es una alegre manera de ser buen vecino y solidario. Cooperemos todos. Las fiestas son nuestras fiestas. Mías. Tuyas. De todos. Debemos verlas así y arrimar el hombro.

La convivencia en un pueblo tiene sus dificultades y sus cruces. La condición humana tiene su anverso y su reverso y cuando vivimos juntos, nunca faltan las incomprensiones, los disgustos y los roces.

Las fiestas son una magnífica ocasión para la reconciliación y la paz. Aprovechemos estos días de libertad y alegría para curar las heridas y restituir la hermandad. Finalmente, además de recordar que las fiestas de Santomera son en honor de la Virgen del Rosario y que ella debe ser el centro y el motivo principal, quiero dar, como Cristiana Mayor, mi saludo, mi grito de ánimo, mi orden de marcha a los cristianos, para que una vez más contribuyan al brillo, a la alegría y al reencuentro con nuestras raíces históricas. (Encarna Díaz López, Hermana Mayor)