Bajo el pretexto de pedir libertad de expresión, miles de jóvenes la están atacando con el caos y la destrucción en las ciudades, con el terror y el miedo entre los vecinos. Realmente, la mayoría no saben por qué lo hacen, tampoco conocen el motivo. En su frustración, cualquier circunstancia o el rapero Pablo Hasél les vale para tirarse a la calle y dar rienda suelta al salvajismo más primitivo. Sin embargo, en este vandalismo los peores no son ellos.

Son los que manipulan las emociones, los sentimientos, para lanzar a la calle a miles de críos bajo la bandera de la justicia y la libertad, en contra de la represión, cuando eso es mentira y de miserables. Los peores son los que se aprovechan de la debilidad, de la fragilidad del momento, para imponer sus ideologías sembrando la barbarie, la tensión, la inestabilidad en los espacios urbanos, destrozando mobiliario, saqueando comercios y bancos, incendiando papeleras, motos, cajeros. Un escenario de enfrentamientos y barricadas donde todo vale, piedras adoquines, vallas, papeleras…

Huyendo del apasionamiento que puedan provocar las duras imágenes que se han repetido en estos últimos días, sobre todo en Barcelona y en Madrid y en un intento de mantener la frente fría, digo que estoy totalmente en contra de estas manifestaciones, protagonizadas por cientos de jóvenes, animados por grupos organizados de radicales, que se aprovechan para desestabilizar a un país roto por una pandemia que se lleva diariamente la vida de cientos de personas, que arroja a la cuneta del paro a miles de mujeres y hombres que quieren trabajar y que tiene colapsado todo un sistema sanitario.

En esa inestabilidad social y económica en la que se sienten cómodos determinados dirigentes de Podemos no se puede animar a salir a la calle a jóvenes desesperados, con poco que hacer y con un futuro lleno de sombras y hacerlo bajo la bandera de justicia y libertad para un individuo que precisamente ha usado muy mal su libertad. Podemos es irresponsable y también lo es Pedro Sánchez por no rechazar la actitud de esta formación política.

Eso no es una reivindicación; lo que está en las calles no es una lucha en defensa de los valores, como dice Rodríguez Olaizola en su cuenta de twuiter, sino un estallido emocional de una gente cansada, agobiada, sin respuestas. Encauzar una sensación de fracaso personal para romper las calles, la convivencia, es imprudente. Quienes provocan estos movimientos de violencia no están midiendo las consecuencias que se pueden derivar para este país herido. Alentar y justificar la violencia no sólo es ilegal, sino que es inmoral.

Nuestro sistema democrático permite cambios y modificaciones. Y si hay que cambiar la legislación para adecuar a las nuevas realidades la libertad de expresión, que se haga, pero dentro de los parámetros de normalidad que en estos tiempos se precisa más que nunca.

España no se puede permitir vivir en un estado de violencia y de odio. No puede estar bajo la amenaza e imágenes de una muñeca con la cara de la vicepresidenta, Carmen Calvo, colgada, o al grito rapero de «Marlaska, fascista, estás en nuestra lista» o pretender la foto del mosso ardiendo. Porque, ¿cuál va a ser la próxima? Nuestro país necesita otro escenario para superar los grandes problemas que tiene, lejos de la confrontación.