¿Quién miente aquí? Ana Martínez Vidal viene reiterando desde hace semanas, la última vez desde la tribuna oficial de la portavocía del Gobierno, en el propio Palacio de San Esteban, que existe un pacto entre ella como líder de Cs y el presidente de la Comunidad, el popular Fernando López Miras, para llevar a cabo una remodelación integral del Ejecutivo que afectaría no solo a algunos de los titulares de las carteras de los dos partidos coaligados sino también a la estructura interna del Gobierno. ¿Verdad o mentira? Verdad.

Deducimos que es verdad porque el presidente no ha ratificado lo dicho por su socia de Gobierno, pero tampoco lo ha desmentido. Es más, ha dicho en abstracto que cumplirá todo lo pactado con ella, es decir, hay algo pactado; lo que no ha dicho es cuándo lo cumplirá. Y el cuándo es la clave de todo. 

La ansiedad de Martínez Vidal por resolver la crisis que su indiscreción ha desvelado le está viniendo muy bien a López Miras para, haciéndose el remolón, facilitar que el delicado equilibrio interno de Cs erosione a la líder de este partido y le rebaje los humos en su estrategia agresiva para condicionar la política del presidente. De momento, la dimisión de la consejera de Transparencia, Beatriz Ballesteros, quien se coscaba de que iba a ser relevada y optó por anticiparse con su renuncia, ha abierto un roto en Cs (curiosamente por la actitud de una no militante), y ha facilitado que la soterrada entente entre Martínez Vidal y la vicepresidenta Isabel Franco se haya hecho añicos en el espacio público más allá de lo que era ya sabido a través de las crónicas periodísticas. 

López Miras ha dado una nueva vuelta de tuerca contra la iniciativa política de Martínez Vidal al no haber aceptado proceder a la remodelación del Gobierno con el pretexto de la vacante en Transparencia, de modo que Martínez Vidal ha debido reponer la pieza sin que el resto del Gobierno se mueva. Se puede sospechar que el presidente está forzando que se cueza la crisis latente en Cs para debilitar a su líder, y permitirse un respiro después de haberse visto forzado a destituir a su consejero de Sanidad y, poco después, a la cúpula de la consejería y del Servicio Murciano de Salud tras constatar que Vidal ampliaba sus objetivos atacando por el flanco de la consejería de Educación. Acceder en este contexto a modificar el Gobierno, tal como le exige Martínez Vidal en sus declaraciones, habría proyectado la imagen de un ‘presidente calzonazos’ dispuesto a obedecer a orden de pito cualquier deseo de su socia, condicionado por la posibilidad de que ésta no contribuya a cambiar la Ley del Presidente que le permitiría presentar su candidatura a un tercer mandato. 

López Miras se resiste a confirmar su pacto con Martínez Vidal a la espera de que su amigo, el consejero de Empleo, Miguel Motas, pudiera tomar el camino de Ballesteros (la líder de Cs lo ha tranquilizado sobre su continuidad, según fuentes de esa consejería, aunque queda la duda sobre su disposición inicial al respecto) y de que Franco rompa definitivamente la baraja. 

Este último caso es especialmente delicado, pues Martínez Vidal es consciente de que si arrebata a Franco la vicepresidencia por las bravas, podría romperse el Grupo Parlamentario, que de seis leales pasaría a cuatro, dentro o fuera del mismo. Esta es la razón por la que en algún momento he sospechado, por pura intuición, que Vidal estaría dispuesta a cambiarle a Franco la vicepresidencia por la portavocía del Gobierno, es decir, algo que tiene un valor simbólico similar al de ser duquesa sin rentas en el siglo XXI por una tribuna que en teoría ofrece un plus político de imagen y popularidad. Pero esta relación no parece ya sostenible, no solo en términos políticos, sino personales. Más que la dimisión de Ballesteros es políticamente relevante el análisis sobre los ‘errores de la dirección’ que Franco ha expuesto públicamente tras la fuga de aquélla. La ruptura es ya abierta, más allá de la cortesía de los calculados intercambios epistolares de la última semana.

El pulso entre López Miras y Martínez Vidal tiene la ventaja para el primero de que cuenta con el respaldo de su organización y de los poderes fácticos que el poder suele atraer, mientras la segunda lidera un partido poco soldado internamente que, además, vive sus horas más bajas por el hecho de que sus propios cuadros y militantes no tienen demasiada fe en su futuro, lo que les deja más sueltos para desertar o para indisciplinarse. Así, lo que tenemos es un conflicto interno entre PP y Cs, y otro aún más interno en el seno de Cs, mientras el PP asiste al espectáculo de los otros con menos inquietud, que también, que deseos de que se debiliten, y esto sin mover un dedo, es decir, precisamente por no mover un dedo. 

El problema de Martínez Vidal es que muchos de quienes la han apoyado en su ascenso político no están tocando pelo, ya que las plazas de poder estaban tomadas por independientes o por díscolos, de ahí la apelación a la pureza de sangre partidista para ocupar los puestos tras la generosidad inicial en favor de figuras de la ‘sociedad civil’. Esa recomposición se produce en el marco de un tira y afloja con los socios del PP, muy poco dados a perdonar a quienes ponen piedras en su feliz caminar, si yo les contara. De ahí que López Miras esté castigando con su aparente indiferencia el impulso de Martínez Vidal, por ver si se quema en el intento. No está dispuesto a facilitarle las maniobras para su definitivo acomodo interno en la dirección de Cs. Por mala malísima.

Dicen algunos del PP que en realidad no hay pacto para la remodelación del Gobierno y que la insistencia de Martínez Vidal en este asunto es un recurso para presionar a López Miras y conducirlo a esa decisión de manera inevitable. Pero esto no es creíble, porque si no fuera verdad bastaría con que el presidente lo refutara. ¿De qué valdría decir que has concertado algo con alguien si ese alguien podría desmentirlo en un plisplás? López Miras no ha desmentido la mayor, sino que ha salido por Antequera. O sea, que sí. Pero, como dicen sus leales, «el presidente administra sus tiempos». Da largas para impacientar a Martínez Vidal y descomponer su diseño, con éxito a juzgar por la espantada de Ballesteros. En realidad podría estar intentando llevarla al límite para pedirle en prenda el cambio de la Ley del Presidente. Esa es la pieza con que juegan los dos. 

Pero esto no es solo cosa de dos. Además de los partidos coaligados en el Gobierno con el apoyo externo de Vox hay otros agentes al acecho de estas intrigas. Por ejemplo, el PSOE. Hay que recordar, por si a alguien se le hubiera olvidado, que es seguro que no, que PSOE más Cs conformarían mayoría absoluta en el Parlamento murciano. ¿Y en qué fechas estamos? A punto de doblar el ecuador de la legislatura. Ahora o nunca. Más bien parece que nunca, pero si López Miras tira demasiado de la cuerda para intentar domesticar a Martínez Vidal se puede dar de bruces con una mala sorpresa. Y lo sabe. 

Da la casualidad, además, de que la situación nacional es propicia. Tras las elecciones catalanas, Cs está obligado a hacer algo que exprese vigor y devuelva al partido la capacidad de iniciativa. Más en unas circunstancias en que su socio autonómico, el PP, está desfondado por los resultados electorales, y con un líder, Pablo Casado, en entredicho. Por si fuera poco, el principal enemigo exterior de Inés Arrimadas, Albert Rivera, anda maniobrando para una fusión de Cs con el PP, así que un modo contundente de responderle sería ensayar un cambio de alianzas para salvar la identidad del partido. Y la Región de Murcia sería un excelente campo de pruebas, sobre todo porque la ruptura interna de la coalición de Gobierno es más que evidente a efectos prácticos. Esta posibilidad está en el ambiente, y es seguro que López Miras la contempla, de modo que tampoco puede intensificar demasiado la irritación de Martínez Vidal, a no ser que concierte con Isabel Franco la disidencia en el Grupo Parlamentario de Cs, lo que es probable que no le costara demasiado trabajo. (Como detalle curioso, cabe apuntar que Franco mantiene en la actualidad una relación personal con Rivera más intensa que cuando éste dirigía el partido).

A López Miras, en caso de que Martínez Vidal se rebelara definitivamente y virara hacia el PSOE, ni siquiera le quedaría la posibilidad del cortocircuito a la moción de censura mediante la convocatoria de unas insólitas elecciones anticipadas, a no ser que se sacrificara personalmente, pues no podría presentarse a ellas con la vigente Ley del Presidente. 

En la práctica, el Gobierno regional está roto por dentro. Su portavoz dice una cosa que su presidente no confirma, y aquélla le pide que haga algo que éste, que supuestamente le habría confirmado que haría, no hace. La consecuencia es que el Gobierno todo está, en la práctica, en funciones. Es decir, roto.