Nos han caído las siete plagas de Egipto. Y como los males nunca vienen solos, parece que todo ande revuelto. Señor, qué castigo.

Por un lado, las elecciones catalanas que con la que está cayendo, sinceramente, me importan un pimiento. Pero aquí estamos, castigados a tenerlos hasta en la sopa. La noche de las elecciones, el hombre de los números que tengo en casa me fue descomponiendo y desguazando cada uno de los porcentajes que salían en colorines, traduciéndolos a escaños obtenidos y al número de personas que había votado, según el censo actual, para cada opción, en cada municipio. Te sorprenderías de los resultados. ¿Por qué no se habla de las elecciones en esos términos? Te aseguro que si la noticia fuera cuántos votos (cuántas personas) han decidido el presente, y probablemente el futuro, de los otros 49 millones de españoles, agarraríamos un cabreo colectivo atómico.

Desde luego, quien ideó el eslogan «España nos roba» ha resultado ser un genio del populismo. No sé si compartes mi opinión, pero menudo fruto ha dado la idea. Un auténtico filón.

Luego, están los que se han echado a la calle a protestar, dicen ellos (a destrozar, digo yo), porque hay un delincuente que tiene que ingresar en prisión por los delitos que ha cometido. Vaya por Dios. Ya no se respetan las sentencias ni se respetan los jueces. He oído algo de los motivos por los que el nenico ha sido condenado. Son un manojo de perlas que no tienen desperdicio, y que sólo un irresponsable o alguien terriblemente incauto se atrevería a decir en público. Ay, las leyes, esas cosas que hay que cumplir. Lo que te decía el otro día de la generación LOGSE. Cabezas huecas. Y egocéntricas. Háblales a estos de la cosa común, de solidaridad, de país. Háblales, sencillamente, de responsabilidad. A ver qué te dicen.

Pero todo esto, que da dolor de cabeza, en realidad no es para tanto. Tengo claro que la cosa no se ha puesto aún todo lo fea que se tiene que poner para que empiece de nuevo a ponerse bien. Tenemos que ver desatinos y disparates varios, y gordos, para que esto empiece a funcionar. Como somos un país de sangre caliente, pero paciente y manso, hace falta mucho para que se nos agote la paciencia.

Sólo lo siento por aquellos a quienes embista el toro cuando empiece a dar cornadas. Y al mismo tiempo me parto al pensar a qué se van a dedicar todos los politicuchos que han dado lugar a que estén las cosas como están cuando tengan que ganarse la vida sin las prebendas ni privilegios de sus anteriores cargos ¡Tendrán que trabajar!

Sigo pensando que esta guerra la va a ganar la gente. Cuando la gente decente, o por lo menos la gente formada, se atreva a echar sobre sus hombros la responsabilidad, la carga y el considerable marrón que supone organizar la ‘res publica’, la cosa común, empezaremos a ver la luz. Mientras tanto, toca aguantar a los payasos que tenemos como políticos. Sin ánimo de ser clasista ni de seguir la estela de ese whatsapp endemoniado, en el que se relata el historial laboral inexistente de muchos diputados, cómo nos va a ir, si los que tienen que gestionar problemas gravísimos, enconados desde hace años, o gobernar con pandemias bíblicas, no pasaron de curso en su día. Bastante bien nos va.

Nos han tocado años amargos. Pero todo esto pasará.