Hace muchos años tal día como hoy, aún vivía en casa de mis padres, escribía cartas a mi amor de verano, me habían dado mi primer beso y me quedaba todo por descubrir. Recibí un ramo de doce rosas rojas con una tarjeta que decía «te quiero»; ¿ustedes saben quien me lo mandó? Yo tampoco. Nunca he conseguido saber quién fue, y me habría encantado. Fue el primer regalo que recibí por San Valentín, eran otros tiempos en los que suspiraba por encontrar el amor como Ethan Hawke y Juliet Delphy en Antes del Amanecer. Ya me podrían haber dicho que había dos películas más contando la realidad de una pareja y como nada es lo que parece.

Aún así ¿qué tendrá el amor que nos hace perder la cabeza, el apetito, nos distrae y revoluciona de tal manera que somos capaces de ser los más felices si somos correspondidos y los más desgraciados si, por el contrario, nos rechazan o todo se acaba?

¿Han estado enamorados alguna vez?

¿Han hecho alguna locura por amor? Reconozco que he vivido grandes historias de amor, he perdido la cabeza y he hecho varias locuras, como también, aunque sorprenda, he sido de las que en otros tiempos celebraba un día como hoy, me sentaba a una mesa para dos, recibía un regalo, flores, me decían que me querían, y pensaba que si en algún día ese sentimiento desaparecería mi vida no tendría sentido.

Ya lo dice Tonino Carotone en su canción: «Yo no quiero sufrir pero aquí estoy. Y estoy sufriendo y no me arrepiento, me cago en el amor».

Documentándome para escribir este domingo, tenía curiosidad por saber sobre el origen de la celebración del amor y San Valentín y tras leer algunos artículos afirmo que nuestros ancestros sabían pasárselo mejor que nosotros en esto de celebrar la que nos lía Cupido. Los orígenes paganos están en las lupercales, festividad desenfrenada con mucho vino, que tenía lugar en febrero, entregándose a los placeres de la perversión con sacrificio de animales, cuerpos desnudos, azotes permitidos, sodomía... Lo que en el siglo XXI muchos experimentamos en festivales de música, sin sacrificios de animales.

En la época del emperador Claudio II y el imperio romano, llega la Iglesia y nos jode la fiesta, desapareciendo las bacanales y apareciendo un sacerdote llamado Valentín, que casa en secreto a los jóvenes enamorados antes de ir a la guerra, ya que estaba prohibido que se casaran y tuvieran hijos porque el emperador decía que perdían su fuerza. Lo que en el siglo XXI, permítanme la frivolidad, podríamos comparar con no dejar copular a los futbolistas antes de un partido o a Il Divo antes de un concierto.

Desde la llegada del sacerdote Valentín, la festividad del amor se ha quedado en el calendario quince siglos; se quiso eliminar, pero ya era demasiado tarde, aunque visto lo visto y a lo que hemos llegado, pediría retomar la celebración pagana, sería más divertido. Yo lo dejo por aquí por si a alguien se le ocurre montar un change.org o algo.

¿Cómo hemos pasado, a lo largo de la historia, de bacanales y celebrar bodas clandestinas de enamorados de la mano de un sacerdote llamado Valentín a la promoción de cajas de langostinos con forma de corazón, regalar consoladores o la trilogía de 50 Sombras de Grey? Si esto es lo que nos queda, conmigo no cuenten. Me quedo con aquel ramo anónimo y la fantasía sobre quién me lo pudo regalar.

A mis cuarenta y algunos, después de haber sufrido por amor al igual que haber sido muy feliz, miro hacia atrás y agradezco haber llegado hasta aquí con la experiencia de lo vivido y sobre todo de lo aprendido. El amor nos genera miedo, dudas, nos hace pequeños ante la otra persona en muchos casos, aparece la culpa, el apego, los celos, las infidelidades. Todo agitado en una coctelera acaba en fracaso, y yo, con ser del Atleti, creo que tengo mi copo para sufrir. Nos deja heridas que tardan en curar, nos hace ser desconfiados, perdemos la autoestima... ¿De verdad compensa pasar por todo esto por alguien? Sinceramente, he llegado al convencimiento de que no.

Si algo celebro un día como hoy es mirarme al espejo y quererme tal como soy.

Aceptarme y entender que el amor como nos lo han contado o lo hemos aprendido no es precisamente amor. El amor es cuidar a los que quieres y que te cuiden, el amor es compartir con los verdaderos amigos, el amor es tomar un café y un croissant a pellizcos en alguna calle de Roma, el amor es un concierto de Suede y bailar con los ojos cerrados. El amor es comer en Casa Rufo en Bilbao y una sobremesa con José Luis. Todo lo que viví antes de llegar a esta conclusión no sé realmente lo que fue, pero de alguna manera me trajo aquí, y solo por eso ha merecido la pena.

Bendita perspectiva que da la madurez y cómo se aprende a relativizar la borrachera del amor de los veinte o los treinta. No me cambio por ningún adolescente que comience a descubrir ahora lo que es el amor, ahora que parece que la sociedad y las nuevas generaciones retroceden entendiendo el amor y la pareja como una posesión, con una falta total de valores. Si a mi generación no nos enseñaron nada y aprendimos con el ejemplo de nuestros padres sin comunicación ni educación sexual, los que vienen por detrás quizás sepan demasiado, gracias a la infinidad de canales de comunicación, perdiendo la pureza de descubrir. Con este panorama prefiero quedarme en mi limbo particular y la experiencia que me han dado los años.

Ya lo decía Calamaro: «La conocen los que la perdieron, los que la vieron de cerca irse muy lejos. Y los que la volvieron a encontrar. La conocen los presos. La libertad».

No piensen que hago un alegato anti San Valentín; solo destierro los mitos del amor: quien bien te quiere te hará llorar, todo se perdona por amor, la felicidad solo existe en pareja, el amor lo puede todo o los polos opuestos se atraen. Todos estos mantras han hecho el mismo daño que nos hemos hecho nosotros al idealizar el amor y la idea del romanticismo. Así como la celebración de todos esos sanvalentines que creíamos verdaderos y no eran más que farsas con corazones.

Ay, Cupido, conmigo has sido un cabrón.

Quiero pensar que fue porque tuviste una mala racha y dio la casualidad de que siempre que me tuviste a tiro estabas de resaca. Que conste que no te lo tengo en cuenta y sirva esta columna para hacer las paces y poner fin a la guerra que te he tenido declarada estos años atrás. Es hora de comportarnos como adultos aunque tú seas un niño inmaduro y algo cabroncete. La broma estos años ha estado bien, pero ya basta. Ya que estamos en plan confesiones, mira a ver con quién puedes hablar, porque me han dicho que después de las pandemias a lo largo de la historia se han vivido grandes épocas de desenfreno y puterío. Mándanos un poco de eso que, con tanto encierro, un poco de rocknroll no nos vendrá mal. Y de paso si ves que podemos recuperar las lupercales en vez de tanto corazoncito y bombones, pues ni tan mal.

Estoy segura que muchos de los que hoy me leen son felices y tienen historias de amor emocionantes. Les felicito por tener la suerte de quererse de manera tan bonita. No tengan miedo a vivir lo que sienten, porque sus historias están en vías de extinción. Amen, quieran, vuélvanse locos, cojan un Alsa por amor si es necesario, pero háganlo queriéndose primero por encima de todo, esa será la única manera de poder querer. Si queremos compartir la vida con alguien debe ser de igual a igual, fingir solo nos hará engañarnos a nosotros mismos y ser muy infelices.