No es una declaración de intenciones. Es más bien una reflexión en voz alta que, como madre primeriza a una edad relativamente avanzada (tenía 36 años mientras alumbraba), me hago últimamente. Siempre he creído y defendido el vínculo que se establece entre hermanos. Será porque la mía ha sido una salvación en determinados momentos de mi vida, y porque nadie como ella puede entender cada paso que he andado. Nuestras cargas y angustias, como nuestras celebraciones, han sido todas compartidas y coprotagonizadas. Y, sinceramente, me gustaría también que mi hijo contase con ese sostén y amparo; por eso en mi proyecto de familia siempre he incluido, al menos, dos hermanos.

Sin embargo, con el primer bebé llegan también hondos cambios que hacen tambalear tus planes. La maternidad, como la paternidad, no es sencilla, exige una renuncia y una entrega como hasta ahora jamás había experimentado. Desde el desorden de sueño y el ‘eterno’ cansancio, a pequeños gestos que, aunque en el día a día no suponen un drama, sí que te hacen añorar, a veces, momentos del reciente pasado.

Así, te preguntas cuándo volverás a tomar un café sentada y relajada, sin interrupciones, terminándolo antes de que se te quede completamente helado. O a comer teniendo disponibles ambas manos. O cómo sería el volver a ducharse y maquillarse sin alguien más en el baño. O regresar a las noches de solo dos en la cama con tu pareja abrazado…

En ese instante nostálgico, te consuelas y te recuerdas que el tiempo pasa volando y que esos desvelos tiene fecha de caducidad; y sabes que, algún día, echarás todo eso de menos.

Y aunque te reconforta, no te evita la involuntaria pregunta de si estarías dispuesta a volver a enfrentarlo. En mi caso, creo que es más fácil o, al menos, así me engaño, pensar en intensificarlo durante un tiempo que en suavizarlo dilatándolo y alargándolo. Es por eso que aunque sabemos la revolución que un segundo niño traería a nuestro ya ‘perjudicado’ estado, sería un poco más de lluvia sobre mojado; pero pensar en alcanzar de nuevo la paz y el sosiego para perderlos entre pañales, biberones y llantos me hace replantearme el árbol genealógico que había ideado.

Es por eso que no queremos meditarlo demasiado y arriesgarnos a que ‘el segundo’ venga en el momento menos pensado, sumando más alboroto y revuelo pero, también, multiplicando el amor que recibimos y damos.