Sí, vaya, otra palabreja pensando en el domingo 14 de febrero sin reconocimiento de la Real Academia. Una invención con la que referirme a esa clase de personas que ha perdido el amor involuntariamente. Mejor dicho: que se lo ha arrebatado o pretende hacerlo la maldita pandemia.

No, no señalo a esos políticos que ese día se excusarán cuando pierdan las elecciones en Cataluña diciendo que se les ha hurtado el cariño de los votantes por miedo al contagio. Ni a los que ganen cavando en la trinchera de la división de esa sociedad a la que le procuran más odio que desarrollo.

Sí nombro a Juan García y Carmen Sánchez, tras 52 años de matrimonio, muertos en un intervalo de horas en la misma habitación del Hospital de Caravaca donde luchaban contra el coronavirus. Derrotados, pero juntos. Ni siquiera la parca logró separar apenas unas horas a una pareja a la que los que la conocieron definían como buena y honesta. Qué mejor epitafio para medio siglo de vida en común.

Aludo también a esa pareja de mediana edad de Tortosa, en Tarragona, que cama junto a cama en la Unidad de Cuidados Intensivos decidían antes de ser intubados y sedados, dada la gravedad de su estado, reafirmar su amor casándose con ayuda de un juez que cambió la toga por un EPI y con médicos y enfermeras como testigos.

Lo último que leí sobre ellos era que seguían en estado crítico, probablemente percibiendo su atracción mutua porque dicen que en la serenidad de ese estado semiinconsciente se perciben estímulos ajenos al dolor o la ansiedad.

Incluyo también a Stefano Bozzini, un anciano de 81 años que durante semanas, cada día, se apostaba en la calle bajo la ventana de la habitación del hospital de Italia en el que se mujer luchaba por vivir, víctima de la Covid, para tocarle al acordeón las canciones favoritas de un repertorio amasado durante 47 años de matrimonio. No hubo final feliz, desgraciadamente, para el músico enamorado.

Llamo también a todos aquellos separados físicamente por la fuerza de la prevención frente al contagio que se desangran emocionalmente por no poder abrazar lo que más quieren.

Abuelos confinados en sus casas y apartados de nietos, hijas que no han podido acompañar en los hospitales a sus madres en sus últimas horas, familias que se enfrentan al duelo del ausente al que no pudieron ver en su mortaja. Cuántos y cuántos ‘sinenamorados’.