Si yo les dijera que un noventa por ciento de los hechos lamentables que han venido sucediéndose hasta ahora los avancé en mis artículos anteriores, los mismos lectores que me llamaron pesimista se lanzarían a comprobarlo y, después de releer un número no mayor a dos y medio abandonarían su búsqueda porque serían incapaces de encontrar nada. Y, sin embargo, yo seguiría teniendo razón.

El motivo es que mientras yo no me he movido de mi sitio, los que se creen optimistas y en realidad son ilusos (que es una cosa muy bonita y sentimental) han estado girando alrededor de cuantos señuelos de luz química les han sido lanzados en medio de esta noche oscura.

Tenemos motivos para no perder el ánimo a pesar de las cifras negras que van sumándose en nuestro marcador. Pero para ello debemos realizar un esfuerzo titánico de realidad. Que de esta crisis vamos a salir mejores personas no cabe la menor duda porque gracias a ella seguimos comprobando nuestra pobreza moral y económica. Hemos gastado mucho dinero en combatir virus, pero seguimos sin darnos cuenta de la importancia que tiene la educación en la higiene física y mental.

Hemos de afrontar la realidad, pero no como aquel coche que recorrió con estremecedor naturalismo las calles vacías de la Comunidad Valenciana para informarnos de lo que se puede ver cualquier día de agosto a las seis de la mañana. Los sastres a medida te distraen con su conversación ante el espejo durante unos buenos diez minutos para que tu cuerpo y tu mente se cansen de corregir la postura que adoptas al ver tu imagen reflejada. Los defectos solo pueden eliminarse si salen a la luz. Cuando dejas aparecer la incipiente chepa, el hombro caído, la pierna más corta que la otra, se disponen a tomar tus medidas. Si no, el traje quedaría descompensado en cuanto dejaras de impostar tu imagen ideal.

Nos hemos acostumbrado a adaptarnos a la ropa en vez de que la ropa se adapte a nosotros. Nos impulsa el mismo motivo por el que creemos que no debemos parar el comercio y el bebercio: estimulamos nuestra economía. Pero si a lo que sumamos por ello le restamos los costes hospitalarios derivados de estas lucrativas actividades, el resultado es que la pandemia la estamos pagando entre todos, es decir, los mismos de siempre que pagamos impuestos aquí y no en Andorra, que para eso somos mejores personas.

Las cuestiones de primera necesidad reclamadas a lo largo de este año se contradicen asombrosamente con la sucesión de peleas por el mando, las vacunas anticipadas, agresiones, zancadillas, abusos o el «quien se quiera limpiar el culo con papel, que hubiera madrugado». Siempre me ha parecido que los besos, los abrazos y si me apuran hasta el sexo, han sido una cuestión, después de su descubrimiento, más cortés o rutinaria que de afecto o pasión. Si muchos se dan cuenta ahora de que el afecto, la cordialidad o la solidaridad son actos importantes es porque no los consideraron nunca primordiales.

Los españoles hemos elevado lo superfluo a la categoría de lo necesario. Como dice José Errasti, la demora de las consecuencias de nuestros actos disminuye la madurez de nuestras decisiones. ¿Se acuerdan aún de cuando construir un aeropuerto, un hospital, un auditorio, organizar una feria, estudiar una carrera, montar un partido político, culminar un diseño o una ley y hasta crearse una personalidad requería un esfuerzo intelectual cuyo resultado mereciera la pena?

Las técnicas de ´management' no han dejado de avanzar en un sentido: lo superfluo es mucho más fácil de vender y de realizar. En un artículo sobre los motivos que llevaron a Moncloa a elegir a un ministro de Cultura rezaba esta reveladora frase: «¿Qué influencias nos convienen en estos tiempos? ¿Un tuit de cualquier estrella televisiva o un concienzudo artículo venido de la aristocracia cultural con muy reducido impacto?». Siendo nuestros estímulos y la política una cuestión de guiños impactantes, no podemos esperar que a nadie le preocupe el hecho de que cuestiones básicas como la igualdad de las mujeres permanezcan en un eterno dilema: priorizar a la familia o tener ´leadership' en el trabajo.

Abandonar idearios inconclusos sin haberlos resuelto es como cuando abandonas a una pareja estable: euforia, planes, citas, novedades, detalles, cualquier cosa que te distraiga del hecho de no sabes muy bien qué hacer. No necesitamos optimismo vulgar: es precisa una aristocrática perseverancia.