Rafa Val modula su voz entre rompientes de la melodía como rocas que se deshacen entre el barro y la luz del sol. Bien por ti resuena en la mañana luminosa del monte, el parque de recreo de la pandemia murciana, con la ciudad entre bruma y sonido lejano de motores al ralentí. Siempre he percibido toques angelinos cinematográficos en El Valle y Carrascoy, nuestro Mulholland Drive en pequeñico y murciano. El sudor se enfría y acaricia la acidez de mis cuarenta y tres. Y me salgo del camino hacia El Relojero, meta instragramera inalcanzada. Asomada y Relojero, Mortirolo y Alpe D'Huez, cimas que dejo estar aún para mantener conquistas posibles en el debe del asiento contable de la vida del cuarentón murciano de media tabla para abajo.

Me salgo del camino intuyendo aventura y libertad de senderista pacotillero y subo. Subo una colina haciendo camino al andar. La respiración se acelera, aprieta el pecho, siento el enrojecimiento de mis mofletes de zagal que come garrapiñadas, pero el aire fluye. Subo. Hay musgo en sombras perpetuas bajo pinos enormes y pliegues de la colina. Me acuerdo de Abelardo y su explicación de las nieves perpetuas en el Puerto de Pajares, camino de Oviedo, en una de tantas. Por un momento me siento Colm Meany y vislumbro a Joan Sans riéndose con amor puro de mis mofletes rojos y mi esfuerzo aventurero. Pero subo. Sigo subiendo con la risa, la carcajada imparable que aprieta el píloro, como aquel día en las fiestas del Pilar de Zaragoza. Me he quitado los auriculares. Sólo escucho el crujir de la maleza bajo cada impulso a mis cien kilos y el jadeo, alegre, que me lleva en volandas. Como hace treinta años, el ritmo es el de Marino Lejarreta y su maillot rojo de la montaña. A veces, miro por detrás del hombro como hacía Claveyrolat, y aprieto.

A veces paro unos segundos y levanto la vista. El aire seca el sudor frío y cierro los ojos. La soledad sigue cargando el cuerpo a través del alma. Esto es lo que deben sentir los senderistas de verdad. Los runners. Los que hacen deporte de forma regular. Ser capaz de hacerlo muchas veces es lo que no consigo, quizás mis emociones sean más explosivas. Necesito espaciar estos momentos. Me autoconsuelo y subo. Subo más haciendo la ruta que he trazado en mi brújula de aventurero de tres al cuarto. Pero miro atrás y he hecho camino. Ya no veo la senda hacia El Relojero. Estoy en la montaña. Lo siguiente debe ser ya tener los dedos de los pies congelados o comerme el plátano que llevo en la mochila. Subo. Un poco más. Sigo guiado por el instinto que me creo con devoción; y veo el risco. Un risco peladico, con rocas, por encima de pinos pequeños. Descubierto al sol. Subo a lo más alto€ Minutos grandes y redondos, por fin. Toda Murcia ahí abajo. Larguísima, viva, abierta, luminosa, grande y real. Se despereza de la bruma y brilla. Elijo James para escuchar sin ponerme los auriculares. Getting away with it. Pienso en todas esas cosas y grabo algunos audios, emocionado. Salirse con la suya, dice James. Esto es la vida€ Busquen su risco. Feliz domingo. Vale.