Llegó Febrero de la mano de una marmota que acierta más bien poco cuando sale de su madriguera en un pueblo de Pensilvania más difícil de pronunciar que mi apellido con un polvorón sin que salga ni una miga de la boca, para decirnos que quizás el invierno se alargue un poco. Estaba claro que lo de las buenas noticias y su anuncio de la pronta llegada de la primavera este año no sería para hacer honor a la racha de malas noticias y al guión del que somos protagonistas.

Es inevitable al ver el ritual recordar la peli de culto El día de la marmota, protagonizada por mi adorado Bill Murray, mientras esta semana pensaba que nojalá la ficción saltara a la realidad de manera que nuestros gestores repitieran una y otra vez el mismo día hasta ser capaces de hacer una adecuada gestión de esta pandemia y coger ritmo en eso de vacunar a los sanitarios y más vulnerables, así como al resto de la población y no dejar que el calendario corra hasta que no lo consigan; eso sí, como en la película, les dejaría escuchar cada día al sonar el despertador a Sonny y Cher, I got you babe, a ver si al repetir en bucle todo el rato el mismo día son capaces de hacer algo bien por una vez.

Esta semana la cosa ha estado animada. Bárcenas está preparando su repertorio y va contraprogramar a su hijo, que acaba de sacar tema nuevo, y todo apunta que será cabeza de cartel las próximas semanas de telediarios y tertulias. Mientras, el PP ha perdido la memoria y es incapaz de hacer una estrategia de comunicación a la altura de las circunstancias y reconocer las evidencias, pues consideran que es mucho mejor desvincularse y sacar a Pablo Casado posando con animalitos. De traca. Pero la cosa no queda aquí, lo del PSOEy las declaraciones de Carmen Calvo sobre la Ley Trans ha puesto sobre la mesa una vez más las discrepancias internas de este Gobierno de coalición, sacando a relucir el rechazo al borrador de la ley de algunos colectivos feministas socialistas, con gran desacierto desde mi punto de vista. Y por si no había suficiente, un vicepresidente, una ministra y una niñera son el remate al bochorno semanal. Menos mal que Iñigo Errejón ha vuelto a dar una clase magistral en la tribuna del Congreso, diciendo verdades aterradoras sobre la inmigración y el estercolero moral que es Vox.

Mientras, en una realidad paralela, arranca una campaña electoral en Cataluña con candidatas que cantan, otros que ponen como eslogan abrazos en mitad de una pandemia que nos impide el contacto, un exministro de Sanidad es candidato en mitad de la tercera ola y así podría seguir un rato, pero discúlpenme si por el momento siga roto mi noviazgo con la política y continúe el cese temporal de la convivencia, ante el gran cabreo y descontento que siento, aunque sigo cayendo en ante sus flirteos y encantos. Esta semana pude disfrutar en el Senado de la aprobación de la eliminación de los aforamientos del Estatuto de Autonomía de la Región de Murcia, gracias a la amistad de mi querido Koldo Martinez Urionabarrenetxea, senador por Navarra, con el que pude disfrutar en la Cámara Alta y ser testigo de una brillante intervención en el Pleno que hizo sobre el significado de democracia, que me emocionó. Aunque rechace el caos político, siento un profundo respeto por quienes consideran que estar en política es una responsabilidad y su único propósito es mejorar la vida de los ciudadanos, Koldo es uno de ellos, sin olvidarme de Miguel Sánchez, que intervino en el pleno, siendo el único superviviente de aquellos que lucharon por eliminar los privilegios de la clase política de la Región junto a Óscar Urralburu, Víctor Manuel Martínez, Joaquín López, María Giménez, Emilio Ivars, Domingo Coronado y otros. Gracias a ellos se hizo realidad algo que espero pronto ocurra en toda España: la ley es igual para todos.

Hasta aquí el capítulo político nacional. Mientras, en clave internacional tenemos el listón de acontecimientos e imágenes de este año muy alto y si hasta el momento un tipo con cuernos y el torso desnudo encabezaba el ránking con el asalto al Capitolio, ha llegado una chica en Indonesia y de un plumazo le ha arrebatado la primera posición, dejándonos para la historia su clase de aerobic, mientras a su espalda, el Ejército se disponía a dar un golpe de Estado en Myanmar. Un agárrame el cubata en toda regla, se marcaba este mes de febrero que acaba de empezar.

Yo he vuelto a Madrid, me he sentado sola en un bar en contra de lo que dice Fernando Simón, y en los escasos días que llevo aquí he bebido por todos los que no pueden disfrutar de una cerveza bien tirada y un pintxo. He paseado por las calles con algo de alegría; eso sí, hasta las 21.00 horas, y comprado algunos libros en los que perderme durante una temporada. Soy adicta al olor a papel y nada mejor que una sobredosis junto a Gistau y su penúltimo Negroni, o a la recomendación de Javi, Ya sentarás cabeza, de Ignacio Peyró o a los Apegos Feroces de Vivian Gornick. No encuentro mejor excusa para escapar de la mediocridad de la realidad que sumergirme en los títulos que les acabo de compartir.

Mientras Madrid se ha convertido en una isla en mitad de la pandemia en la que el libre albedrío está permitido por unas horas entre no convivientes, la hostelería no ha dejado de estar abierta, primero nos arrasó Filomena y ahora llegan las plagas, comenzamos con ratas negras trepadoras. Solo falta que nos digan que cojamos la pala, esa que debíamos tener debajo de la cama para liarnos a palazos y deshacernos de ellas o que aparezca un flautista de Hamelín para sacarlas de la ciudad.

Poco bebemos para lo que deberíamos con este panorama. No les voy hacer una apología del alcoholismo, pero hablaba esta semana con mi querido J. Rueda de una película de este año, que estoy deseando ver, Another round, en la que el interesantísimo Mark Mikkelsen es profesor y apoya la teoría de que deberíamos nacer con una pequeña cantidad de alcohol en nuestra sangre y como esa ligera embriaguez, disminuye nuestra manera de ver los problemas y abre nuestras mentes a la creatividad y a que yo mande ese mensaje que no tengo cojones a enviar sin una agüita con misterio. Y hablando de cine, esta semana he vuelto a los Golem de Madrid para ver la reposición de Crash de David Cronenberg, de 1996, para después sentarme con J. Rueda a beber, comer y hablar de perversiones sexuales tal y como muestra la cinta con unos jovencísimos James Spader y Holy Hunter. Si no la han visto están tardando pero recuerden que Cronenberg no tiene filtros a la hora de mostrar el interior de nuestra mente y lo que puede llegar a excitarnos por escandaloso que les parezca.

Y hablando del pecado de la carne les confesaré que mientras tomaba una caña o varias con unas amigas y tras leer el artículo sobre la soltería de la semana pasada, me han dejado cotillear con su perfil de tinder, para averiguar qué se cuece en semejante mercado de carne y debo de estar muy mayor, porque las descripciones de los perfiles de los tinderianos harían que saliera corriendo a otra galaxia si yo tuviera que elegir entre tanto triatleta con frases cursis. Qué pereza.