Antes de que Franco feneciera, yo no tenía relación con la política y no conocía a ningún político en ejercicio. Claro que, realmente, es que era un chiquillo. Bueno. No quiero engañar, cuando se murió aquel hombre, yo ya tenía tres hijos, pero es que me casé jovencísimo. Tampoco es verdad que no conociera a ningún político porque por aquellos tiempos yo tenía amigos que militaban en el PC y en el PSOE. Por cierto, que a alguno de ellos los metieron en la cárcel, pero, oiga, no al poco de acabar la Guerra Civil, sino en los años sesenta. A uno le encontraron una multicopista con panfletos en la calle de El Ángel de Cartagena y le cascaron cuatro años. Y eso que era un hombre más bueno que el pan. Y, ahora que me acuerdo, también conocí al ministro José Solís, en su despacho del Paseo del Prado de Madrid, porque yo era amigo de un sobrino suyo que tuvo que ir a verlo un día y me llevó y me presentó a su tito, allí, con el yugo y las flechas sobre el pecho. Por cierto, que en ese mismo edificio ministerial donde se practicaba el más puro de los franquismos posibles, bastantes años después, en un viaje a Madrid, vi que habían colocado en la fachada dos fotografías murales gigantescas, una de Boris Izaguirre y otra de Grande Marlaska, con pancartas reivindicativas del colectivo gay y pidiendo el matrimonio igualitario. Menos mal que Solís ya estaba más que muerto, porque si hubiera visto esas fotos en su ministerio, se hubiera muerto en ese mismo momento.

Pero resultó que, nada más llegar la democracia a nuestras vidas, bastantes amigos míos decidieron meterse en política. Pero, oiga, es que mi peña se quedó en cuadro, que el que no se metió a concejal es que era alcalde; y el que no era senador, es porque era diputado, regional o nacional, o consejero. A mí también me ofrecieron ir en alguna lista y en alguna tonta, pero tuve la suficiente cabeza para negarme siempre, porque uno se conoce bien a sí mismo y sabe perfectamente cuáles son sus limitaciones, y yo, para la política, no sirvo. Bueno, ni para eso, ni para muchas otras cosas. Bastante hacía con criar hijos, pintar, escribir, enseñar, guisar, cuidar las plantas, etc.

Pero, ¿por qué les contaba yo a ustedes esto?, pues porque quería hablarles de cómo eran aquellos políticos del principio de la democracia, y de los de ahora, sin comparar, porque eso está feo, pero por tomar puntos de referencia. En primer lugar, les diré que muchos de los que se embarcaron en la política ganaban menos dinero en los puestos que en sus profesiones habituales. Por ejemplo, un profesor de la época tenía mejor sueldo desasnando críos que de concejal de su pueblo o ciudad. Además, muchos de ellos tenían vergüenza, y, cuando la hacían, la pagaban dimitiendo de inmediato. Otro dato a tener en cuenta es que a bastantes de ellos y de ellas, pero bastantes, ¿eh?, sus maridos o esposas les dieron pasaporte porque no aguantaban, no había costumbre, eso de que ellos y ellas se pasaran los días y parte de las noches con la cosa del politiqueo. También es verdad que se pusieron algunos cuernos, pero eso ha sucedido siempre, desde que el mundo es mundo, en la política y fuera de ella. Además de a los amigos que se metieron en política, también, por esto de escribir en los periódicos, conocí a muchos hombres y mujeres que habían elegido el duro camino de la representación popular, de la gestión, y, algunos, pocos, de vivir del cuento. A la hora de acercarnos a estos seres humanos debemos saber siempre que, entre ellos, están los que parten el bacalao, los que reparten, los que se lo comen y los que repelan las migajas, pero no hacen materialmente nada más que apretar botones según les mandan. Podría decirse que, en las primeras legislaturas, a todos los niveles, nacional, regional o local, te encontrabas a personas que estaban ahí absolutamente por principios ideológicos y en defensa de aquello que se llamaba democracia. Los había más o menos fachas, más o menos rojos perdidos, pero todos siempre dispuestos a sentarse a ver en qué podían ponerse de acuerdo y qué podían aportar. Y, normalmente, cuando no estaban en plenos y reuniones, se llevaban bien y se las tomaban juntos. Y cómo las personas y las cosas son ahora, ya lo saben ustedes.