El filósofo del XVII Spinoza calificó así a la mujer en su Etica Eudémica. Tierno Galván lo contradijo «sin ambages ni rebozos», pues «la experiencia enseña que vale la mujer tanto como el hombre vale en cuanto atañe a las facultades de la inteligencia». Así se recoge en el muy sensato a la par que delicioso bando de ese alcalde de Madrid de fecha 9/2/83. Y comenta que la mujer es también capacísima en los ejercicios que requieren esfuerzo y destreza física, a lo que hay que añadir vivaz imaginativa y natural aversión a la melancolía que hácela alegre y siempre dispuesta a cuanto requiere festivo humor.

El talante humanista, el lenguaje clásico y el hondo sentido del humor del profesor se combinan felizmente en ese ´edicto' publicado con ocasión de los Carnavales de la Villa de aquel año. Y es que en los 80, aquella década prodigiosa, la absoluta igualdad entre mujer y hombre ya empezaba a ser un lugar común, como la legislación de la época, partiendo de la propia Constitución, vino a demostrar.

Pero cabe preguntarse qué hubiera opinado Tierno Galván de los actuales y tan manidos términos sexista o inclusivo. Para él, como para Unamuno, su lengua era la sangre de su espíritu, cultivando siempre un puro y exquisito castellano, esto es, el español.

Produce tristeza contemplar que instituciones como la Universidad (algunas) e incluso la Real Academia de la Lengua Española ´entren al trapo' en esta tendencia a enfatizar la igualdad de géneros a base de trajinar, afeándolo y desvirtuándolo, nuestro idioma. La Universidad debería seguir siendo el templo del saber, como opinaba el pensador últimamente citado, y la RAE es el sanedrín de nuestro idioma y debería seguir siéndolo.

Y, sin embargo, hay que preguntarse también por qué cuando la política desembarca en las realidades sociales las afecta siempre negativamente, las trastoca y las emborrona, por muy compartidas que sean determinadas decisiones lingüísticas con el sentir de amplios sectores de la población. Una lengua no es solo el conjunto de palabras que un colectivo utiliza para entenderse, sino mucho más; es el vehículo imprescindible para la existencia y cohesión de una sociedad, es el resultado de una historia largamente compartida; es, en suma, el fruto de una identidad querida y aceptada. Pero cada lengua tiene sus normas, su gramática, su distinta sintaxis, sus seculares y consolidados giros y expresiones, es decir, cuantos extremos la singularizan, la identifican y la distinguen de las demás. Esa lengua ha de ser viva, pero nunca envilecerse, esto sería suicidarse.

En verdad, la circunstancia de que en el español el género masculino sirva en muchos plurales para designar la dualidad genérica viene de muy atrás, de su génesis como lengua vernácula, dimanada del latín. Basta leer a Cicerón, por todos los clásicos.

Ciertamente, el comentado sexismo puede atribuirse a la auténtica preterición que las mujeres sufrían en aquel tiempo, mas ese factor histórico en modo alguno ha de tenerse en el idioma heredado hoy día como signo de diferenciación o de minusvaloración respecto de lo femenino.

Además, son razones fácilmente detectables las que inculcaron esa tendencia en la lengua muerta y en sus derivadas, pues entonces las sociedades se dedicaban mayormente al trabajo físico y a la guerra, y ambos cometidos eran desarrollados por los hombres. Ni de lejos podía atisbarse en esos ámbitos la ahora incuestionable igualdad de géneros, como tampoco siglos más tarde la también actual absoluta paridad racial en presencia de la esclavitud.

De hecho, incluso sesudos escritores y pensadores, como el mismo Spinoza, pero también Descartes o Schopenhauer, algunos de los que hoy pasarían por verdaderos demócratas, entendían que la mujer era un ser humano inferior, precisamente por la naturaleza de sus actividades, ignorando torpemente que es la mujer la que protagoniza el acto más sublime de la existencia de las personas, el de concebir y alumbrar a otras personas. Son trasmisoras de la vida.

Cuenta la mitología que en algunas ciudades de la Hélade (la Grecia antigua), había sociedades integradas únicamente por mujeres, las que usaban a los hombres a los meros efectos de reproducirse, dándoles muerte después del ayuntamiento. También ha habido en muchos tramos históricos y en determinadas zonas geográficas sociedades matriarcales, anudándose en ellas el poder a aquella capacidad de reproducción.

En definitiva, ha de adaptarse la lengua a cada tiempo, pero respetando siempre sus sedimentos o pilares, sus líneas maestras. Dejémonos, pues, de cambalaches con el idioma más completo y más hermoso que existe en la Tierra y volquemos los esfuerzos en que la diferencia de género quede completamente desterrada en la realidad.

Con las cosas serias no se juega y el español es nuestro mejor patrimonio, nuestra joya común.