Tiene tan clara la separación entre el Bien y el Mal, así, con mayúsculas, que, en vista de lo lejos que ha llegado, podríamos pensar que esa es una condición importante para triunfar en la política actual o, al menos, en el partido que él lidera. Toda su forma de pensar está basada en la fortaleza de esa frontera trazada como un muro. Es la visión de alguien que cree que hay una guerra soterrada cuyo campo de batalla es la política y que el poder es tan despiadado como lo son las fuerzas ocultas que lo manejan. No diré que esté equivocado en esto o que su modo de pensar no sea el más realista. Quizá el mundo sigue girando en una eterna lucha de clases y hay dos bandos irreconciliables. Pero si esto fuera así, me seguiría asombrando la seguridad con la que él elige uno de los dos.

De la reciente entrevista en el programa Salvados hay un par de cuestiones que a mí me resultaron muy reveladoras de la mentalidad del vicepresidente. Una tiene que ver con el poder y la otra con los sentimientos. Sobre la primera cuestión su respuesta es que ha descubierto que «estar en el Gobierno no significa estar en el poder» porque ningún rico ni ningún poderoso «está dispuesto a aceptar fácilmente una decisión, por muy democrática que sea. Esa presión, incluso, habla de una democracia limitada». Todo eso dicho con el gesto firme y a la vez perplejo de quien no ha encajado todavía la idea de que el realismo de su visión política se haya dado de bruces con un sistema que todavía es capaz de conjugar democracia y poder no como una guerra sin cuartel sino como un juego de contrapesos. Quizá salga de la Moncloa con una lección aprendida: la democracia liberal es, afortunadamente, limitada porque, en ella, el poder está repartido. Aunque me temo que lo único que obtendrá de su travesía en el Gobierno será un ceño más profundamente fruncido.

En la tele lo vi fortalecido en sus convicciones, pero desencantado de la posibilidad de que éstas le lleven a algún sitio. Y la razón está en la segunda de las cuestiones, su concepción sentimental de la política. Lejos de lo que piensan los gurús de la comunicación, las emociones sirven para conquistar el poder, pero apenas para ejercerlo. Y conducen a la catástrofe cuando se mezclan con una mentalidad dogmática y visionaria. Cuando en política uno cree que está del lado del Bien, todo es moral y emocionalmente aceptable, tanto la defensa de lo nuestro como el desprecio de lo ajeno. Por eso, si Toro Sentado ataca la democracia es un fascista y si lo hace un líder independentista es un héroe que «se ha jodido la vida para siempre por sus ideas políticas».

@enriquearroyas