Terminamos el mes de enero y la intensidad que hemos vivido en estos 31 días es tan potente que miro con ansiedad al futuro, pensando lo que nos depara. Asalto al capitolio, Filomena, el Atleti líder, Bertín se separa de Fabiola, El Año del Descubrimiento ganando premios a cascoporro y los que quedan, las placas tectónicas en Granada de rave durante días, Melania haciendo el mejor desplante del mundo a Trump con un kaftán de Gucci que ya quisiera yo tener en mi armario, Biden es nombrado presidente, C. Tangana y Zahara sacan dos pepinos de canciones y tras ver unos minutos de La Isla de las Tentaciones me quedo perpleja al ver cómo las nuevas generaciones se relacionan y aunque muchos no lo entiendan, es totalmente comprensible que semejante espectáculo carnal tenga una audiencia obscena. Resumo todo esto por hablar de otra cosa que no sea la maldita pandemia, que por desgracia sigue aquí y lejos de lo que muchos podrían pensar, 2020 quedará en nuestra memoria para siempre, pero lo que viene con 2021 no tiene precedentes y no precisamente por cosas buenas, mientras el mundo se agita y no han dejado de pasar cosas, las horas me parecen días y el tiempo pasa demasiado lento. Menuda broma macabra convertida en la sórdida realidad estamos viviendo, ¿recuerdan la última vez que recibieron una buena noticia? Estamos a punto de que esta pesadilla cumpla un año en este lado del mundo, mientras por estas fechas el año pasado nos descojonábamos viendo como los chinos construían un hospital en una semana. Un año en el que quitando los primeros meses de esta pesadilla, el resto del tiempo me he sentido fuerte mentalmente, pero estas últimas semanas estoy notando cómo todo empieza a pesarme, las fuerzas flaquean y no sólo por la crisis sanitaria o la socioeconómica, sino porque a nivel emocional y afectivo me empieza a pasar factura.

Si esperan leerme despotricando de la inutilidad de la gestión política, el despropósito de unas elecciones que no deben celebrarse, donde miles de ciudadanos pueden ir a hacer de palmeros a mítines pero llevan meses sin poder ver a sus familias, analizar los horribles resultados de la intención de voto según el CIS o el Cemop o la tremenda decepción que siento con el ministro Illa y su fuga se equivocan; vengo aquí a hablarles de la soledad, la falta de afecto, y cómo sobrevivir siendo soltero en estos tiempos en los que ha muerto el sexo esporádico y las relaciones que duran 24 horas rodeadas de alcohol y humo.

Estoy soltera por convicción, me gusta la vida que llevo, para muchos seré una egoísta y no estoy cumpliendo con la ley de la vida y la procreación, bla bla bla, y desde aquí les digo que me siento realizada como mujer sin haber sido madre, me gusta la vida tal y como la vivo, sin cerrarme a nada. Cuido de los míos, aunque me cuido poco a mí, pero siempre encuentro el placer disfrutando de las pequeñas cosas que la vida ofrece, conocer gente, una buena conversación, un bar, un rincón, sentir complicidad con alguien y vivir ese momento, pero ya llevo demasiado viviendo sola y eso de compartir espacios quizás y sólo quizás me produzca urticaria. No les estoy haciendo una oda a la soltería, o sí, pero creo que los que elegimos otra manera de entender la vida sin formar una familia como Dios manda, tenemos una vida normal, que debe aceptarse y salir del cliché de la eterna pregunta en Navidad de algún familiar: ¿Y tienes novio? ¿ No vas a tener hijos? Lleva cuidao que ya tienes una edad y se te pasa el arroz. WTF

Voy a abrir un melón en torno al amor, porque creo que a mi generación Disney le ha hecho mucho daño, empezando por mí y creyendo que el top de la felicidad era formar una familia y casarse con el príncipe azul para vivir una relación basada en un clon de nuestros padres, porque es lo que hace todo el mundo, o separándose a los 40 porque descubren que no tienen nada en común, o vivir una vida que no quieren pero por los hijos hay que quedarse, para que luego llegue una pandemia y medio país se separe en verano porque gracias a Pedro Sánchez han convivido más tiempo juntos en estos meses que en toda su vida pasada en común y han descubierto que era una estafa.

Antonio Gala es un sabio. Dijo que «el amor perfecto es una amistad con momentos eróticos». Compartir intimidad me parece una de las cosas más bonitas que puede existir, y ojo que la palabra intimidad para mí encierra muchos momentos más allá de los que suceden en una cama. Pero llega un murciélago y manda a la mierda toda forma de contacto y nos enganchamos a pantallas de móvil buscando esa parte afectiva que esta maldita pesadilla nos ha quitado.

Les confieso que no tengo aplicaciones para ligar, aunque eso no quita que sepa que existen y a mi alrededor las utilicen. Les cuento que en Tinder el pasado 29 de marzo se batió un récord con 3.000 millones de swipies (desplazamientos a la derecha) y en España el día que más top fue el 12 de abril. ¿Cómo se quedan? Gente buscando gente a través de un teléfono en el sofá de casa, solos o acompañados; permitánme que no juzgue las infidelidades de cada uno, mentales o físicas. ¿No les parece increíble?

La pandemia nos encerraba y la soledad lanzaba al mundo a interactuar con desconocidos por miedo, aburrimiento o qué sé yo. El no poder tener sexo ha puesto a la gente a hablar, y bueno, una vez que hablas pues ya se sabe, una cosa lleva a la otra y ¡que viva el sexo virtual! aunque ¿puede haber algo más triste que no tocarse u olerse, y sólo verse a través de una pantalla? La química esa que se nota mientras miras a la persona y tomar unas cerveza en una barra, eso que yo llamo piel al conectar con alguien, ¿cómo sentirlo a través de un teléfono?

Esta pandemia de alguna manera nos ha conectado más con nuestra emociones y ha dejado de lado nuestra parte más física, aunque con el fuego que ha echado Tinder en estos meses no me quiero imaginar el día que nos dejen salir a la calle. El mundo implosionará con las quedadas de desconocidos. Nota mental: debería haber consultado cómo ha ido durante el 2020 la venta de preservativos y cuál fue el mayor pico de ventas.

¿La siguiente pandemia la vivirán solos? O como leí esta semana, ante las nuevas restricciones que en varias comunidades limitan las reuniones con no convivientes condenándonos a la soledad más profunda, ¿preferirían estar en pareja? Los solteros hemos sido los grandes perjudicados de esta pandemia, nadie nos ha tenido en cuenta, salvo ella, IDA, no saben lo eternamente agradecida que le voy a estar a Ayuso, que en estas últimas semanas permite que dos no convivientes puedan encontrarse sin parecer delincuentes.

Confieso que durante algunos días de los meses más duros pensaba en mi forma de entender la vida y que quizás compartirla con alguien no estaría mal, aunque al cabo de un rato me ponía a bailar en el salón en pelotas y les juro que ese pensamiento se me pasaba. Pero, bromas aparte, quizás todo lo que nos está pasando y el aislamiento que estamos viviendo, no sé a muchos de los que me lean hoy, pero a mí sí que les tengo que decir que me hace reflexionar y pienso que necesito un abrazo de esos que duran horas, un abrazo de esos en los que te acurrucas y te quedas dormida, un abrazo de los que huelen a café por la mañana y paseo por la playa después. Un abrazo lleno de risas, complicidad y cervezas al sol, un abrazo entre no convivientes, un abrazo sin toque de queda, un abrazo que sabe a primera vez.

Nota mental: es mejor que no reflexione tanto.