Edward John Smith, capitán del Titanic, pereció en la noche del 14 de abril de 1912 dando las últimas órdenes desesperadas para la evacuación de los pasajeros y asegurándose de que el radiotelegrafista lanzaba insistentemente el SOS. Su determinación para dirigir a sus segundos se hizo imprescindible para coordinar el salvamento sin que le diera tiempo a abandonar el trasatlántico.

Francesco Schettino, capitán del Costa Concordia, fue de los primeros en abandonar el crucero encallado en las rocas de la costa de la Toscana un 13 de enero de 2012 porque argumentó que tenía que llegar a tierra para ejercer mejor su labor imprescindible de rescate del pasaje.

Ambos, en su fuero interno, se consideraron insustituibles aunque fueron diametralmente opuestos a la hora de interpretar su deber y la prioridad respecto del resto de ocupantes de los navíos

Hoy, una estatua glosa la figura de Smith en la localidad natal de Lichfield mientras que Schettino fue condenado a 16 años de prisión por la muerte de 32 personas.

Les cuento todo esto a la vista del triste e indignante panorama que la vacunación contra el coronavirus está dejando en esta Región por culpa de las acciones irregulares perpetradas por quienes están al frente de la consejería de Salud, algunos continúan a día de hoy; por responsables en Ayuntamientos como el de Molina de Segura o Murcia o, por extender esta pillería, por instancias como la Junta de Estado Mayor de la Defensa, algunos alcaldes valencianos y el consejero de Sanidad de Ceuta.

Si se detienen en repasar las excusas que todos emplean para justificar el haberse saltado olímpicamente el protocolo establecido por Sanidad advertirán que es la misma: su vacunación era necesaria y urgente porque sus cargos son esenciales.

¡Qué fatalidad! No entiendo cómo todos ellos han podido vivir más de diez meses bajo la tensión de que si caían contagiados en sus despachos podía colapsar la sanidad pública, paralizarse la vida municipal o bloquearse la actividad de los ejércitos.

Cómo es que el Ministerio no cayó en cuenta de que consejeros, directores generales, alcaldes y concejales, funcionarios administrativos (aunque muchos estén en teletrabajo), generales y almirantes, eran tan vitales para la supervivencia de la sociedad y corrían semejante riesgo de exposición a caer enfermos.

Visto así, y esto es lo grave de la corrupción moral de estas actitudes, es que, por descarte, surgen los prescindibles. ¿Por encima de cuántos más necesitados están estos imprescindibles y esenciales?