A buen seguro que serán copiosos los ejemplos de eficacia, eficiencia y coherencia del Gobierno de esta nuestra Comunidad en los distintos ámbitos de su competencia a la hora de afrontar la presente crisis sanitaria.

Las fiestas navideñas, con sus cenas y juntas diversas, con sus luces y oropeles en la vía pública, se salvaron con notable eficiencia gracias al inestimable tesón de los gobiernos locales y regional. ¿Y qué decir de la campaña de vacunación? La eficacia de nuestro Gobierno regional se cifra en el notable número de cargos públicos, mayor que en cualquier otra comunidad autónoma, vacunados en tiempo récord. Y, por supuesto, salvando protocolos y demás trabas burocráticas impuestas por el ministerio de Sanidad.

Los resultados de tanta eficacia, eficiencia y coherencia están a la vista, especialmente en nuestros hospitales.

Cada cual puede atestiguar tan encomiable labor en su ámbito laboral o profesional. Servidor hablará aquí de lo que conoce de primera mano: el ámbito de las escuelas oficiales de idiomas.

Igual, y ante la que está cayendo, abordar lo que ocurre en un sector educativo no obligatorio podría parecer una frivolidad. Sin embargo, no me resisto a exponer lo que entiendo un esclarecedor ejemplo, casi paradigmático, de coherencia y buena gestión de nuestra murciana Administración.

Resulta que desde el inicio de curso en octubre combinamos clases telemáticas y presenciales. Las escuelas propusieron un plan de enseñanza mixta que combinaba ambas modalidades, y que entendíamos flexible a fin de adaptarnos a los previsibles cambios que traería la evolución de la pandemia.

Tras esa soberbia gestión que logró salvar con nota las navidades, nos encontramos con el pastel de la vuelta de tan entrañables fiestas. Algunos profesores, ante cifras que alcanzaban los 2.000 nuevos positivos diarios, erróneamente adelantamos alguna decisión que después supimos que no nos correspondía. Cometimos el imperdonable error de entender que el marco organizativo inicial era lo suficientemente flexible para iniciar telemáticamente las clases de enero en algún grupo en que la asistencia de alumnos era notable. Compañeros más prudentes que servidor mantuvieron sus clases presenciales y se encontraron con la inesperada sorpresa de la inasistencia de una gran parte de sus alumnos. Incluso hubo algún caso de clases vacías. Además, los alumnos que en un alarde de valentía asistieron, solicitaron a sus profesores el pasar de momento toda la enseñanza a la modalidad telemática.

Tras consulta al servicio de la Consejería responsable de estas enseñanzas, se respondió que no se admitían modificaciones a lo acordado para el inicio del curso.

Ciertamente me enternece que un Gobierno regional que exige al Gobierno central que le permita adelantar dos horas el toque de queda, que ha suspendido la prestación de servicios presenciales al público y que no permite las reuniones de personas no convivientes en entornos públicos o privados; exija la asistencia presencial a los estudiantes de idomas hasta las 21:00.

Servidor, que no alberga dudas acerca de la exquisita coherencia de la que siempre ha hecho gala esta Administración, intentará explicar como mejor pueda a sus alumnos la vuelta a clases presenciales. Argumentaré que no es sino una muestra más de la gran consideración en que nuestro gobierno regional tiene a nuestras enseñanzas de idiomas y sus usuarios. Al punto que las sitúa al nivel de imprescindibilidad que otorga a hospitales, comercios de alimentación y casas de apuestas. Y que como en estas señaladas excepcionalidades, exige mantener la asistencia presencial llueva o truene.

El único problema que barrunto es el de no encontrar la semana entrante alumnos en clase a quienes razonar tal derroche de coherencia administrativa. Puede ocurrir que por más motivación que nuestros alumnos sientan por sus progresos lingüísticos, el apego por su salud les impida entender tamaño celo de la Administración por no privarles unos días de sus clases presenciales. Al fin y al cabo se trata de alumnos adultos que cursan enseñanzas no obligatorias. Entre ellos hay mayores de 65, personas vulnerables o que conviven con parientes vulnerables, personal sanitario o simplemente alumnos que albergan irracionales temores a pasar frío en aulas con ventanas abiertas a las nueve de la noche y potenciales virus acechando por el encerado.