El otro día dijo Martín Ortega que Nacho Tomás era como llevar un polo Lacoste con unas wayfarer, nunca pasa de moda. No sé si le habrán dicho alguna vez algo tan bonito a Nacho Tomás, pero a mí me encantó, y me llevó en un fogonazo al hueco bajo la escalera del Bar Los Portales a algún mes de mayo pamplonica de la década de los noventa, gritando por Blurerías a todo pulmón agarrado a mi hermano Sonite mientras Oliva pedía siete dyc-colas en la barra luciendo mi auténtico y genuino Cañas.

Y todo por los fenómenos de convergencia, que hoy en día con los bares cerrados es lo único que nos queda para revivir felicidades eternas. El Betis está de moda por muchas cosas. Y en casa siempre hemos sido un poco del Betis. Mi abuelo era del Betis. De allí, de la Avenida de la Palmera. Y mi madre es del Betis. Habla francés, tiene los ojos verdes y nunca se enfada. Así que es del Betis, aunque ayer, todo sea dicho, iba con el Murcia. Joe Biden es del Betis, como ya sabe todo el mundo. Pues hubo un piso de estudiantes en Pamplona en los noventa en el que un polo Lacoste azul marino clásico era conocido como Cañas, de una forma tal, que más de dos décadas después, cada vez que uno de los cuatro ve a alguien con dicha prenda, piensa en el mediocentro bético Juan José Cañas.

Juan José Cañas Gutiérrez fue un futbolista que jugó quince temporadas en el Real Betis Balompié, donde lució el número 10, marcó trece goles y se proclamó campeón de Copa del Rey. Cañas, con más de doscientos partidos en Primera y más de una decena en Europa, jugaba de pivote, dando órdenes. Jugador completo, aguerrido, mandaba como esos futbolistas que podrían llevar un bar, una gasolinera, dirigir una partida de búsqueda en un monte agreste en Ohio o encontrar a Harrison Ford en El Fugitivo. Jugar con boina y palillo y llegar a todos los balones. Cumplir siempre. Animar siempre a los suyos. De esos mediocampistas que más que la prolongación del entrenador en el campo son la prolongación de la vida currante en la medular de un campo de fútbol.

Esas características fueron la clave para dotar de personalidad a la susodicha prenda francesa. El Lacoste azul marino con agujeritos en el cuello, botones deshilachados y claroscuros en las mangas, con el cocodrilo haciendo equilibrismo para mantenerse vivo, debido a un uso muy por encima de la vida media de un polo, incluso de un Lacoste, le valió el apelativo más plástico de la historia de los apelativos a prendas de ropa. Cuando asomaba enfundado en Juanjo Cañas el piso sabía que había equipo para no perder esa noche. Y así fuimos un poco del Betis, puntuamos siempre que nos acompañó por aquellos bares de la mejor época de la vida, y nuestro anhelo sigue siendo ver a Juanjo Cañas enfundado en un chemise Lacoste azul bajar las escaleras de Los Portales mientras suena Country House de Blur. Vale.