No desprecies la humildad de los comienzos, pues las criaturas más dañinas vienen al mundo de la manera más sencilla. El huevo de la serpiente es diminuto pero cobija a un astuto asesino; en el interior de la hembra del tiburón un minúsculo caníbal devora a sus hermanos. El incendio más voraz lo causa la leve incandescencia que cae de un cigarrillo. Un insecto, un pájaro o un roedor no son nada, aislados y cada uno para sí, pero en grupos bien nutridos pueden formar ejércitos más dañinos que la horda más terrible y bárbara. El leve impacto de la gravilla quebrará el grueso cristal, una presión medida pero sabiamente aplicada puede doblar las piernas del luchador. El árbol más grande será destruido por un insignificante parásito. Organismos microscópicos destruyen un cuerpo sano en pocos días.

No creas que las grandes hogueras de mártires e inocentes empezaron de la noche a la mañana, ni que el humo de los crematorios ensombreció el cielo de las ciudades de un día para otro. La lluvia de cristales rotos no es el resultado de un inesperado aguacero, ni la masa fervorosa se ha dispuesto jamás al asalto, llevada tan solo por una fiebre o por un deliro de pocas horas.

El odio, la más poderosa de las criaturas del infierno, capaz de todos estos hechos, tuvo también pequeños comienzos. Fue al principio una llamita que amenazaba con extinguirse, hubo que cuidarla mucho, hubo que alimentarla de celos, agravios, malentendidos y amenazas, para que aquellas chispas no desaparecieran y adquirieran la fuerza de una hoguera. Ten cuidado cuando cuando un miserable señale a alguien mejor que él con el dedo, acusándole de algo horrible; guárdate de quien ofende con la lengua ocultando su rostro para que todos escuchen un insulto sin fijase en la boca que lo expulsó.

Quien desea quemar a las persona, empieza con poco e incinera primero sus libros, quien sueña con linchar en los callejones, antes se entrena tirando la piedra y escondiendo la mano. Los cobardes escriben despacio, se envalentonan deprisa, y salen de las sombras poco a poco.

Hartos estamos de verlo entre los iracundos voceros de las redes sociales. Los prolegómenos son humildes siempre y las tormentas empiezan primero con un brisa. Todo contiene el preámbulo de algo aún mayor, que es semilla de sí mismo. Una vez convertido en grande se hará pavoroso, terrible y catastrófico

Profesor de Historia Antigua de la Universidad de Murcia