Lo peor de Manuel Villegas no ha sido vacunarse incumpliendo los protocolos que a él mismo tocaba garantizar, sino las explicaciones que dio en la mañana de ayer para justificar públicamente que lo hubiera hecho. Un político que probablemente era el mejor del Gobierno regional en su calidad de gestor (aunque ahí no haga falta mucho para destacar sobre la media) se desveló, a la hora de explicar un error mayúsculo, como el agente prototípico básico de la peor política. Con su resistencia inicial a dimitir reprodujo el papel, que tantas veces hemos visto, del responsable público que no entiende nada cuando es pillado fuera de juego. Ha propiciado hasta el hito de convertir a Ana Martínez Vidal, socia del Gobierno desde el ala de Ciudadanos, en una política coherente, aunque es obvio que su posición no es propia, sino inducida desde Madrid, pero al césar lo que es del césar.

No tiene sentido que Villegas se escudara en su condición de médico para vacunarse cuando se ha vacunado, autorizado por él, hasta, por decirlo así, el conserje del edificio donde se ubica la administración sanitaria. No tiene sentido que se haya vacunado toda la estructura administrativa de Sanidad cuando no lo ha hecho la de Política Social, que es el otro bloque que está en primera línea de defensa ante el coronavirus. Y ya las alusiones displicentes a que en su carné consta médico y no político, a que huír es de cobardes, y a que podría vivir más tranquilo si lo empujaran a dimitir solo expresan soberbia o bien que ha quedado atrapado en la burbuja invisible en que se encierran sin saberlo los políticos que pierden el paso al ritmo de la sociedad, por mucho que en Murcia la sociedad sea a veces especialmente comprensiva con comportamientos democráticamente inasumibles.

Fue tremendo ver por televisión la rueda de prensa matinal en la que el consejero desbarraba en cada frase. Los espectadores estábamos asistiendo a las últimas bocanadas de un zombi político con la circunstancia de que el protagonista no lo percibía y para todos los demás era evidente. Era un cadáver político musitando incongruencias. Sobre todo después de que la 'ciudadana' Martínez Vidal hubiera sugerido que si no dimitía Villegas tendría que hacerlo el presidente, López Miras. Un órdago del que no se sabe hasta dónde podría haber llegado, aunque quedaba claro que el Gobierno estaba roto, y que la única manera de repararlo era la caída de Villegas.

Pero no solo intervenía este factor. Jugaban también las declaraciones del secretario general nacional del PP, Teodoro García, quien días antes se había mostrado extraordinariamente crítico, y en este caso con razón, con los alcaldes del PSOE de otras Comunidades que habían incurrido en la misma precipitación que Villegas y su equipo. Por mucho que la política sea la ciencia especializada en el retorcimiento de los argumentos, era imposible casar las críticas de Teo con la evasión de la toma de decisiones lógicas y consecuentes en Murcia.

López Miras, que es un hacha política, lo organizó muy bien para los telediarios de la tarde. Convocó una rueda de prensa antes de recibir a Martínez Vidal para evitar la imagen de tener que destituir a Villegas tras entrevistarse con la de Ciudadanos. Lo hizo antes bajo el eufemismo amigable de convertir un cese obligado en una dimisión voluntaria.

Y todo esto con el covid en la cresta de la ola. Porque no es solo que Villegas haya tenido razonablemente que dimitir; tendrá que hacerlo la totalidad de su equipo político, pues todos se han vacunado como él, y si alguno no lo ha hecho tan vez sea legítimo suponer que el consejero ha sido víctima de una maniobra interna. La pregunta: ¿quiénes están dispuestos ahora a ocuparse en este momento de tamaño marrón? No suframos: en política hay gente para todo.

Lo más sorprendente del episodio es que Villegas era una garantía de rigor junto a José Carlos Vicente (Salud) y Asensio López (SMS, incluso aunque en este equipo se observaran diferencias de criterio que podríamos calificar de trascendentales, si bien él las armonizaba. Es más: este consejero fue capaz de imponer a Asensio López contra la opinión de López Miras, que prefería que las entretelas contractuales de la Sanidad quedaran en manos del secretario general de la consejería, Andrés Torrente, de Puerto Lumbreras, qué casualidad. Pero Villegas necesitaba a López como escudo frente a operaciones externas, y la paradoja es que ha caído por su propio peso, es decir, por un grave error personalísimo, imposible de imaginar por quienes le concedían un plus de sensatez política.

Los lectores de esta columna saben que desde que la pandemia asomó el morro subrayé insistentemente la suerte que teníamos al disponer en un Gobierno tan carente, en general, de competencia de un gestor en Sanidad al que podríamos prestar toda nuestra confianza.

Aposté por uno de los consejeros, y bien queda claro que, dados sus últimos comportamientos, no estuve fino. Es una pena, porque disponía de todas las cualidades para desarrollar una buena gestión y para transmitir confianza, pero ha tenido una salida triste porque al final no ha entendido, según lo que escuchamos en la mañana de ayer, que el servicio público no empieza por uno mismo.