El 80% de los sanitarios que llevamos en activo desde el principio de la pandemia sufrimos ansiedad. Un 60% se siente emocional y físicamente agotado y un 6% sufre depresión severa. Me sorprende que las encuestas muestren cifras tan concisas cuando absolutamente nadie ha venido a preguntarnos. Tengo claro que los equipos de Psiquiatría de los hospitales no tienen tiempo para nosotros, bastante tienen con atender a pacientes y familiares. Y sinceramente, no hemos coincidido con psicólogos preparados ni formados a los que podamos lanzar un SOS. Se requiere cercanía para esto y el miedo siempre ha sido mal compañero para arrimarse a nadie. Si bien no debería serlo para que, al menos desde la distancia, alguien nos tendiese esa mano que pedimos a gritos.

Jamás vi tantas caras de pavor, incertidumbre y tristeza entre mis acólitos. Y eso duele; duele como el frío en los huesos, duele como la mentira, duele como una inyección. Sin lamentarnos ni lloriquear, vaya por delante, pero es que hay días en los que no podemos más. Días en los que tenemos la sensación de estar convirtiendonos en máquinas de curar sin empatía, como la que siega a granel, cuando es la comprensión y el amor al prójimo el motor que nos mueve a desarrollar nuestra labor. Se llama vocación. Nos sentimos en guerra contra dos frentes,la covid-19 y la ignorancia de muchos.

Empezamos a estar reticentes a todo y lo único que hemos recibido a cambio han sido unos cuantos aplausos desde el balcón. Aplausos que hoy parecen cabaret, falsos como patada de serpiente. Si ese reconocimiento que nuestros vecinos querían mostrar hubiera sido real, andarian siendo un poquito más cautos. Me duele el corazón de ver a mis amigos saltándose las pocas normas que nos piden cumplir, las que seguramente frenarían las cifras de esta sin razón, igual piensan que a los que andamos en la línea de fuego no nos gusta una reunión de bar o una cena con baile, porque nos gusta y mucho, en mi caso más que a nadie, pero vivimos una realidad paralela que nos frena y nos convence de que según qué cosas, hoy no nos podemos permitir.

La actitud de muchos a los que quiero y ya no sé si respeto, ese comportamiento egoísta e incívico ha convertido en perverso nuestro día a día. Y es sumamente injusto no cuidar a quien te cuida. Al principio, nos dimos de bruces contra un monstruo que acechaba y contagiaba de manera silenciosa y desconocida. Fue entonces, allá por el mes de marzo cuando nos prometieron que no volvería a pasar... Pero llegó junio y quisimos salvar el verano, asomó septiembre y la promesa seguía sin cumplirse. Nos callaron. Al César lo que es del César, nos regalaron EPIS que no necesitábamos reutilizar; como muchos dicen, monos de pintor para los que pintan poco. Ya me gustaría ver a más de dos vestidos una jornada de doce horas con ese mono, doble mascarilla y triple guante adheridos a la piel de las manos intentando cambiar el tubo del respirador, manipulando a un paciente que lucha por su vida para hacerle una limpieza bucal con un mínimo de dignidad, como la que cualquiera que esté en nuestras manos merece. Me sigue pareciendo injusto.

Los ministerios nos compraron insumos para que en una segunda ola no nos faltase de nada, ya hubiésemos querido que parte de ese dinero se hubiera invertido en formar a la sociedad para frenar esa segunda ola tras salvar el verano. O esta tercera tras salvar la Navidad; porque os diré que ese aparataje, todo ese material respiratorio de nuevo empieza a escasear, cómo escasean las camas en UCI, ocupadas por infectados cuya media de edad esta vez ronda los 60 años y como escasean nuestras fuerzas. Nuestros recursos son limitados, pero no por ello hemos cedido en la lucha, y ojo, no es una excusa a la que nos queramos aferrar la de que no tenemos los medios o las manos suficientes para afrontar esta situación. Os aseguro que aunque se hayan reducido los quirófanos, las intervenciones importantes no dejan de realizarse.

¿Toca ahora buscar culpables a la permisividad durante años de los recortes sanitarios y los contratos precarios? Pues sí que toca. En las manos de quien actualmente nos gobierna está apretar los dientes y poner solución al derroche de sinvergonzonería sufrido durante años. Ayer sin ir más lejos nos levantamos con la noticia de que tanto el consejero Villegas y parte de la cúpula política de la región se vacunó saltándose el protocolo como el que se salta la fila de la caja del Carrefour habiendo ancianitas antes, así, sin vergüenza ni pudor. Y ojo, no me parece mal que el consejero, como sanitario que es, se vacune de los primeros, o sí. No me hubiera parecido mal si previamente hubieran recibido su dosis profesores y maestros sometidos a clases presenciales, asistentes de servicio domiciliario a personas dependientes, sanitarios que andan en primera línea y aún no han sido convocados familiares que mantienen contacto estrecho con personas vulnerables y no los suyos, los familiares de la clase política que a veces permitimos que nos gobierne, personas que tienen ni ética ni estética. Dicho lo cual, aplaudo su dimisión.

Pero lo último que queremos los sanitarios es dar pena, ya lo dice la canción: «No hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista». Aunque para convencernos de que esto pasa rápido y ni siquiera existe ya están los negacionistas que, a día de hoy, tercer jueves de enero y después de la cruel cifra de 26.000 fallecidos por la Covid19 a los que, seguramente no les tocaba, les debería dar como mínimo pudor poner en duda lo que muchos estamos viviendo como si de la película Suspiria (Darío Argento, 1977) se tratase.

Me cuesta mucho escribir en negativo, no hacer alusión a canciones, no apelar al humor de la cotidianidad; es un concepto que no asimilo. Pero hoy, tras escuchar las quejas masivas y reales de mis compañeros de hospital que literalmente se están dejando la piel, perdiendo horas de sueño, sin poder ver a sus seres queridos desde hace meses, apostatando días libres y vacaciones, era obligado plasmarlo en este medio que me da toda la libertad para expresarme. Hablemos en plata, no queremos danzar sobre más tumbas, ya está bien de escuchar la palabra ´morgue' en nuestras jornadas. En estos duros momentos que vivimos nos toca reflexionar , pararnos a pensar que entre todos debemos luchar por un sistema sanitario fuerte, público y universal. Gracias a quienes nos apoyan.