Es legítimo que los jóvenes tengan aspiraciones políticas. Debería ser incluso deseable, mucho más si se huye del tópico de los que se autodenominan ´la generación más preparada de la Historia' mientras son incapaces de encontrar ni medio empleo que tenga que ver con la profesión para la que se dicen más capacitados que nadie. Una vez que uno es capaz de desprenderse de la caspa de los reivindicativos que creen que hacen la revolución desde Twitter mientras su madre les prepara el ColaCao cada mañana, hay mucho material aprovechable en la década de los 90. Sólo hace falta encontrarlo o, por lo menos, no quemarlo.

Pasar por una organización política juvenil tiene ventajas e inconvenientes evidentes. Hay grandes políticos españoles (al menos en cargo, otro tema es la valía) que han pasado por ellas. Juanma Moreno, el Presidente de la Junta de Andalucía, fue presidente de las Nuevas Generaciones del PP, como el propio Santi Abascal o también Pablo Casado. Ser un lidercillo de juguete te proporciona una red de contactos y de gestión organizativa que a medio plazo ha demostrado ser útil para los que saben aprovecharla. No está mal, claro.

Que haya chicos (y chicas, no se me vayan a enfadar) que entren en política en búsqueda de un empleo bien pagado para el resto de su vida no necesariamente es tan negativo como aparenta. Es lo mismo por lo que alguien que quiere dedicarse al mundo de la moda paga por ir a desfiles o un estudiante de Medicina se colegia antes de terminar la carrera. Puede que sea por aprender, puede que sea por aportar, pero en todo caso siempre es por entrar en la burbuja. Y la política no es diferente de otras.

El problema de este tipo de entidades se produce cuando esa legítima ambición personal de los que forman parte de ella se traduce en una imitación acrítica de los comportamientos que ven en sus mayores. A saber, la mediocridad por el imperio del peloteo sobre el mérito; el abandono total de cualquier experiencia académica, personal o profesional por la servidumbre absoluta al partido y al líder; la brecha cada vez más inmensa entre la consideración de la importancia y la sapienza de uno mismo en relación a la realidad. El narcisismo, el egocentrismo, el despotismo. Jugar a ser importante cuando aún ni siquiera han sido capaces de dejar de ser nadie. La vida de partido, claro.

Que existan organizaciones juveniles que hayan creado a pequeños dictadores de plastilina afortunadamente no es incordio social, porque apenas nadie sabe quién es o cómo se llama el líder de ningún partido juvenil no ya de ámbito regional, sino tampoco nacional. Pero esos aspirantes a ser peloteados en un futuro no muy lejano se convertirán en líderes que sí tomen decisiones sobre su vida o la mía, a los que sí paguemos por gestionar los recursos públicos de un país que desconocen absolutamente desde el momento en el que entienden que el salario medio de un recién graduado son los 3.000 euros al mes que les proporciona el ser un asesorcillo pegacarteles en nómina de una institución pública en la que tenga representación el partido.

Pudiendo ser una escuela de formación de políticos de raza de verdad, con conocimientos técnicos en economía, derecho, administración pública; con el desarrollo de habilidades prácticas en oratoria, retórica o discurso, las juventudes de los partidos, a excepción de honrosas excepciones, se han convertido en una máquina de generar mediocridad al unísono del aplauso de los líderes mayores que los prefieren analfabetos pero leales.

Este fin de semana las Nuevas Generaciones del PP eligen a una nueva líder. La única que conozco que representa a todo lo opuesto que he dicho hasta ahora. Estoy deseando escribir en un par de años un artículo diciendo que, gracias a su gestión, sé que en estas líneas me equivoqué. Hasta entonces, jóvenes, tengan aspiraciones. Pero cuanto más lejos de los que quieren convertirles en mediocres, mejor. Por ustedes, por nosotros y por España.