Recordemos los días anteriores a la manifestación del 8 de marzo. La memoria es frágil y tiende a simplificar los hechos. Para el español medio, Salvador Illa no era más que ese ministro que venía a cumplir la cuota catalana del Gobierno. Un encargo del PSC. Una especie de ´colocado' en un ministerio desarticulado y sin competencias, al igual que los hijos con apellido ilustre entran a trabajar en bancos o empresas importantes, no por su valía, sino por el empuje de papá. Era un hombre discreto y elegante, que son dos virtudes de las que carece medio Consejo de Ministros. Un tipo afable al que apenas se le escuchaba la voz. Su misión era, al igual que la de Castells, el ministro de Universidades, estar pero no ser. Ir a firmar en los días de trabajo y salir de su despacho silbando y con las manos en los bolsillos. Un año después, protagoniza spots publicitarios bajo el lema de «Vuelve Illa» para las elecciones catalanas, en el momento en el que la incidencia de infectados es la más alta desde que empezó la pandemia.

Pero volvamos a los primeros días del ministro en el cargo. El coronavirus llevaba ya un mes y medio entre nosotros. Desde finales de enero, eran muchas las portadas de los periódicos que nos alertaban del peligro en el que podíamos caer. El 12 de febrero se canceló en Barcelona el Mobile World Congress. En Italia, una semana después, se suspendió el Carnaval de Venecia y varias regiones del norte se habían aislado por la alta incidencia del virus. En China, los corresponsales de televisión realizaban sus crónicas en medio de un desastre sanitario sin precedentes. La mascarilla quedaba tan lejos que al Gobierno no se le había ocurrido la ingeniosa idea de comprarlas o fabricarlas. El nuevo ministro de Sanidad, tal vez ocupado en trámites más trascendentales, decidió desoír las advertencias sanitarias que lanzaba medio mundo, incluida la Unión Europea. Después llegó el 8 de Marzo. Y el 9, España despertó de su letargo. La realidad lo estaba esperando.

Realizo esta tarea desagradable de recordar el pasado porque ahora que se cumple un año de aquellos sucesos siento cierta estupefacción por el giro de los acontecimientos. La portada del suplemento Ideas de hace unos días resulta muy elocuente a este respecto. Se trata de un retrato de Salvador Illa, de medio perfil, ocupando el lado izquierdo de la página sobre un fondo rojo. En letras blancas y grandes, en el otro extremo, el titular reza: «Salvador Illa, el triunfo de la sobriedad». Es un enunciado que he debido leer varias veces y que contiene, a partes iguales, una buena dosis de cinismo y ficción. Pero es sintomático del relato que se quiere construir en torno a la figura del ministro, como el gran gestor de la pandemia. Y un hombre que no es capaz de contar los muertos que ha dejado el virus durante estos meses no sé como puede tener la poca dignidad de casar su imagen con la de triunfo.

Porque España reaccionó tarde y mal a la primera ola. El coronavirus demostró que como país no estaba preparado, no ya para enfrentarse a una pandemia de este calibre, sino para admitir que incluso con la información a mano, el Gobierno decidió cerrar los ojos y fingir que el virus no estaba al otro lado de la ventana. La rueda de prensa de Fernando Simón (recordemos, escudero de Illa, empleado de su ministerio) asegurando que solamente habría un par de casos debería ser recogida en la antología de la infamia política. La compra de material se hizo de forma desordenada, sin previsión, con partidas enteras no homologadas en el peor momento posible. Se aseguró a la población que las mascarillas eran inútiles porque la ciencia así lo aseguraba, solamente porque el Gobierno no había tenido la previsión de comprarlas. Se engañó sistemáticamente a voluntad del interés político. El ministro Illa creó un escudo protector que llamó Comité de Expertos, para adoptar decisiones políticas, que no sanitarias, como las de hacer pasar a ciertas Comunidades de fase sin contar el número de contagios. La mentira se convirtió en un modus vivendi rentable y la fórmula tuvo éxito. Basta leer el editorial de ciertos periódicos o escuchar algunas radios para descubrirlo.

Estos hechos despertarían carcajadas si no fuera porque han sido muchos los muertos que hemos dejado en el camino. ¿Cuántos? Las cuentas del Gobierno no encajan con la realidad. Durante este año de pandemia ha habido un esfuerzo por intentar bajar la cifra de fallecidos, pero en lugar de hacerlo evitando las muertes, se ha optado por el camino más deshonesto: ocultando el número de decesos. Esta tarea se ha realizado a vista de todo el mundo, sin necesidad de refugiarse en la oscuridad, a plena luz del día. Lo ha hecho un Ministerio que comanda Salvador Illa, «el triunfador de la sobriedad». Nunca pensé que en España se volvería a utilizar la mentira de forma partidista cuando hubiese muertos de por medio. Lo hizo el PP en los aciagos días posteriores al 11M y lo está haciendo el PSOE hoy, gestionando esta crisis con la calculadora en mano y calibrando las encuestas.

Porque eso es Salvador Illa, un político mediocre que ha llenado de mentiras una tragedia para sobrevivir. Y ahora reclama su parte del pastel político, aspirando a ser presidente de la Generalidad. Tal vez seamos pocos los que apreciamos una incompatibilidad entre ser candidato a unas elecciones y ocupar el ministerio de Sanidad en medio de una tercera ola, más contagiosa que las anteriores. Las palabras de Fernando Simón acerca de las causas de esta tercera ola son tan clarividentes y sinceras que solo cabe aplaudir. La culpa es de los ciudadanos por habérselo pasado demasiado bien durante las vacaciones, vino a decir. ¿Acaso esperaban algo diferente?

Estamos solos en esta pandemia. Siempre lo hemos estado y el mayor ejemplo es el Ministro Illa. ´El triunfador de la sobriedad' ha empezado la campaña a las elecciones catalanas justo en el momento de máxima preocupación social. Durante las Navidades, cuando media España miraba de reojo la amenaza del virus y se abandonaba a la conciencia individual, porque el Gobierno se negaba a imponer medidas (que nunca son rentables de cara a las urnas), Salvador Illa se dedicaba a realizar vídeos para pedir el voto en Cataluña. En uno de ellos se le observa montado en un coche, mirando el móvil de forma despreocupada. El título del spot es «Vuelve Illa», Vuelve, se resalta grotescamente con una ironía insoportable, porque no se puede volver al lugar donde nunca se estuvo, que es al frente de la lucha contra la pandemia.

Pero quédense tranquilos. A los ojos de medio país Salvador Illa es un buen tipo. Seguro que lo hará mejor cuando llegue la cuarta ola.

@PepeSutullena