Aquel primer miedo, el terror que tanto nos unió contra el enemigo desconocido se fue transformando en una relajación; era verano y la economía apretaba y llegamos a una segunda ola; y ahora estamos en la inquietud de esta tercera y con la incertidumbre de qué va a pasar y hasta cuándo. Y exigimos respuestas inmediatas a los responsables públicos. Y estamos en nuestro derecho de reclamar eficacia y una buena gestión tras tantos errores y mentiras.

Aquel pánico extrajo de nosotros reflexiones y mucho ánimo de cambiar en un futuro inmediato. Saldremos mejores, decíamos.

Pero no; no hemos aprendido nada. Estamos peor de lo que creemos. No somos mejores y encima somos más egoístas y más radicales. Olvidadizos, cortoplacistas, ante la incertidumbre de la tercera ola reclamamos una solución inmediata porque queremos seguir haciendo lo mismo que hace unos meses, con nuestro ocio, con nuestros movimientos, sin pensar en los efectos que de nuestra conducta se deriva.

Las consecuencias de la Covid, tras casi un año de pandemia, son terribles con muchos miles de muertos, con otros miles más ingresados en UCI y hospitales, con el sistema sanitario y los equipos profesionales, a pesar de su entrega, desbordados y con una economía por los suelos. Lo estamos pasando mal y resulta difícil procesar tanto dolor personal y de nuestro entorno, cuando nuestra mirada se dirige a los más débiles de esta situación, a los ancianos. Polarizados ideológicamente, tendemos a culpar al otro del problema. La ley del doble rasero que dice el jesuita Rodríguez Olaizola. Si éste es de mi simpatía, todo lo que hace está bien; si no, está mal.

Cansados de observar a nuestros políticos, durante meses, con ocurrencias en vez de presentarse con soluciones, nos instalamos en la queja, en el cabreo, en la rabia.

Y tenemos razón, pero también hay un grado de corresponsabilidad para la resolución de esta crisis; de la conducta de cada uno, dependerá el futuro de todos, que decía Alejandro Magno. En una emergencia como la de la pandemia o en otras de desastres naturales, como la ocasionada por Filomena, tenemos que hacer las cosas bien, cada uno desde su posición. Todos estamos obligados moral y legalmente a seguir las instrucciones de las autoridades.

La Ley del Sistema Nacional de Protección Civil, en su artículo 7, recoge que, en los casos de emergencia, cualquier persona, ´estará obligada' a la realización de las prestaciones personales que exijan las autoridades competentes en materia de protección civil.

Tengo la sensación de que, empachados de derechos, se nos olvidaron las obligaciones. Esa prestación social, tal vez no sea coger un pico y una pala, pero sí quedarnos en casa.